Vaciar los cementerios

El adiós no es un momento o un día, sino que es un proceso en el que es necesario repetir muchas veces la despedida

Cementerio © Cathopic. Yomismo

El sacerdote y psicoterapeuta Alfons Gea ofrece este artículo en el que reflexiona sobre la tendencia a vaciar los cementerio debido a la práctica extendida de esparcir las cenizas en espacios abiertos y no custodiarlas en estos lugares sagrados, iglesias y áreas dedicadas a este fin, así como las implicaciones para el duelo que suponen este tipo de praxis.

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A pesar de que en el 2016 el Vaticano emitió un documento donde emite unas normas claras sobre el destino que deben tener las cenizas de los difuntos, se está imponiendo la costumbre de esparcirlas en lugares históricos, santuarios deportivos como los estadios de futbol o en un macetero.

Incluso se llega a hacer la cremación de restos que durante años se ubicaban en el nicho o panteón familiar, para una vez vaciado, deshacerse también del habitáculo, dejándolo sin uso, hasta que alguien lo adquiera de nuevo.

Esto ha dado lugar a que en los cementerios, que hace tan solo dos décadas presentaban el problema de la expansión puesto que crecía la demanda de espacio para enterrar, sobren nichos vacíos tanto de segunda mano, como nuevos que se construyeron hace años y quizás nunca se usarán.

El indicador del vaciamiento de los cementerios clásicos se ve sobre todo en los días de próximos a Todos los Santos en las que se colapsaba la entrada de los mismos con unas colas kilométricas para acceder. Tema aparte son los jardines del reposo que siguen una filosofía diferente y combinan el espacio especial con el esparcimiento de las cenizas vinculado a la naturaleza del entorno cayendo en un cierto panteísmo. Aun así, no crecen al ritmo que se vacían los camposantos puesto que la opción mayoritaria, como decimos al inicio es anonimizar el difunto o como mucho vincularlo a un lugar.


Desde el punto de vista de la elaboración del duelo no ayuda la nueva tendencia. Ya sabemos que una de las formas de solucionar los problemas o inconvenientes es ignorarlos, aunque no es la mejor. La tanatofobia lleva consigo estar esquivando todo lo que suene a muerte, privando así de vivir con más consciencia la vida.

En muchos casos el esparcimiento de las cenizas en lugares a los que se hace difícil volver, es alejar la vinculación que de muchas maneras facilita una ubicación más concreta como es el cementerio. Recuerdo una madre que perdió a su hijo en un accidente y tenía necesidad de honrar sus restos, pero había esparcido las cenizas en una curva de difícil acceso muy lejana a su domicilio. Otra madre del grupo de duelo le dejó honrar la memoria de su hijo poniendo una foto en el nicho del hijo de esta otra madre que sí que estaba enterrado en el cementerio. El adiós no es un momento o un día, sino que es un proceso en el que, cuando el dolor es grande, necesita repetirse muchas veces la despedida.

Otro fenómeno que todavía ayuda menos es el momificar la presencia del difunto conservando las cenizas en el hogar. Es sencillamente alargar la negación de la evidencia de la muerte el máximo tiempo posible. Algo que, en principio se hace para calmar el vacío que aquella persona deja, se convierte en el recuerdo permanente de la ausencia, ya que por mucho que hablemos a las cenizas, estas no responden. Una señora viuda que tenía la urna en el recibidor de la casa, me comentaba que le pedía permiso a su esposo para salir de casa y le saludaba al llegar. No supo responder a la pregunta de por qué estaba triste si su esposo estaba en casa.

Finalmente, podemos decir que el cementerio es una pedagogía viva de la muerte. En las sesiones que hacemos con jóvenes y adolescentes para tratar sobre la muerte, una de las dificultades con las que nos encontramos es precisamente que nunca han entrado a visitar un cementerio a pesar de que tienen familiares cercanos que fallecieron. El aprendizaje significativo parte de la experiencia vivida y las nuevas tendencias, como hemos dicho están llevando a secuestrar la experiencia de la muerte dejándonos más pobres en recursos psicológicos para integrarla de manera más natural.

Cuando era niño, no solamente teníamos el cementerio como un lugar que visitábamos de vez en cuando, sino que el difunto se velaba en casa donde el olor a cirios se mezclaba con otros perfumes y sobre todo con el hedor del difunto, informándonos así de algo tan natural y enigmático a la vez como es la muerte.