13 julio, 2025

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¡Veo, Veo! ¿Tú Qué Ves?

“El para qué pone rostro al por qué”

¡Veo, Veo! ¿Tú Qué Ves?
Pexels

Cuando éramos pequeños nos gustaba jugar a las adivinanzas, lo tenue, lo brumoso nos atraía. Descubrir la realidad que se ocultaba en la niebla era un juego apasionante. En la medida que vamos creciendo perdemos esa capacidad de asombro y nos volvemos más equidistantes, más conformistas como si la desilusión se aliara con la desesperanza y, encontrar el tesoro escondido fuera una manifestación infantil.

En mis años universitarios un profesor me dijo:

“No nacemos enteros, nos vamos enterando a lo largo de la vida” Y comprendí el dinamismo de “Vivir en gerundio” en ese equilibrio inestable que exige el esfuerzo continuo de mantener la unidad de las piezas del puzzle para visualizar la imagen con claridad, mi propia imagen.

Me ayuda recordar lo aprendido que “somos uno, entero y verdadero”. Pero, “a la vez, uno y múltiple”. El todo y la parte sin confusión. La unidad al servicio de la diversidad, y la diversidad al servicio de la unidad, como le oí decir al profesor Alejandro Llano. Somos una realidad poliédrica con incontables destellos de luz irrepetibles. Realidades poliédricas y dinámicas, con múltiples interrelaciones que no siempre conocemos y casi nunca son transparentes.

La singularidad personal se manifiesta al exterior a través de sus dimensiones: biológica, afectiva, Intelectiva y volitiva.  Cada una es multicolor y varía con la luz de cada hora del día. Una paleta de colores diversa que es la base de la obra de arte que es cada persona.

Una biología que me determina desde la naturaleza donada; una afectividad enmarañada que reclama el equilibrio amor/ dolor: luces y sombras continuas que se necesitan en la composición personal; un intelecto que reclama prioridad y dominio pero que sucumbe muchas veces ante la aprobación ajena, ante la estima que los demás nos proporcionan. Una dimensión volitiva que se cuaja en la virtud, adquirida con esfuerzo, que se hace carne de mi carne y me capacita para alcanzar un destino previsto desde la eternidad.

Todo está bastante preciso en el papel.  Pero el movimiento es continuo. El propio y el ajeno. Lo uno y lo múltiple de cada uno pueden desorientarnos y la madurez implica que, a lo variable, lo diverso no le demos categoría de absoluto.

Cuando aprendes a hacer puzzles descubres que se empieza por el marco… se va de fuera a dentro. Se mueven las piezas para encontrar el encaje en el todo de la imagen. Y solo al finalizar contemplamos la imagen buscada.  Así juegan los niños desde muy pequeños, juegan a encajar en su sitio las figuras geométricas del plano. Descubren que hay un sitio para cada pieza.  Y esa es una habilidad fundamental para comprender y comprendernos.

Así descubre cómo la unidad se vuelve corpórea para poder expresarse, se vuelve sonido y color perceptible. Se hace palabra para que podamos comprender y comprendernos. Se hace silencio para poder recibir los colores y sonidos ajenos. Y el cuerpo se vuelve transparencia para poder revelar que hay una realidad que nos trasciende. La coherencia entre lo uno y lo múltiple es el reflejo claro de quienes somos o de quienes queremos ser.

La singularidad, ese ser único e irrepetible no nos hace extraños. Somos distintos pero muy cercanos: todos reímos y lloramos, todos somos seres para otros y el amor de los nuestros, vivifica nuestras raíces. Cometemos errores y rectificamos, pedimos perdón y perdonamos y, con ese baile aprendemos a ser felices y hacemos felices a los demás. Las personas que nos rodean descubren nuestra identidad a través de los fulgores de lo visible. Ese   “quien soy”, se expresa hacia el exterior a través de mi cuerpo que revela mis pensamientos, mis sentimientos, mis dudas, mis certezas, sin que yo tenga un dominio despótico sobre esa expresión, mi rostro se ruboriza o palidece sin yo controlarlo, las lágrimas ruedan por mi cara sin yo decidirlo, ojalá consiguiéramos devolver al cuerpo esa capacidad de transparencia, para hacer posible la aparición y no quedarnos en la “apariencia” que captan los sentidos, confundiendo muchas veces. Qué feliz sería el encuentro, sin equívocos, si viéramos detrás de cada gesto la unidad, sin tropezar con la apariencia que opaca, leer la esperanza de una mejora continua, descubrir que la voz busca un receptor sensible y audaz, convirtiéndose en lenguaje para cada persona que camina a nuestro lado lenguaje inteligible, que exige finura, sencillez, claridad y en otro orden de cosas oportunidad, adecuación respeto.

El encuentro es el destino diario en la familia, en el equipo profesional en el tú a tú… El encuentro construido con las luces y las sombras de cada cual combinadas para que nunca salten “los plomos”.  Amor y dolor es el empedrado de la vida diaria. En el camino hay piedras que con la lluvia y el sol refulgen como diamantes, los corazones pequeños solo ven obstáculos que ralentizan su marcha y los corazones delicados construyen con ellas escaleras que alcanzan las estrellas y con la luna llena y ilumina la noche.

La unidad sin diversidad es tiranía y la diversidad sin la unidad, es anarquía y esa es la lucha de cada día unir las piezas sin miedo al movimiento que las desordena y esa es una tarea diaria para que brille la obra bien hecha.

¿Mi identidad?  ¡ALGUIEN PARA ALGUIEN!

Rosa Montenegro

pedagoga, orientadora familiar (UNAV) y autora del libro “El yo y sus metáforas” libro de antropología para gente sencilla. Con una extensa experiencia internacional en asesoramiento, formación y coaching, acompaña procesos de reconstrucción personal y promueve el fortalecimiento de la identidad desde un enfoque humanista y transformador.