XI Domingo Tiempo Ordinario: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

“Siembra en silencio”

XI Domingo Tiempo Ordinario reflexión
Mujer paseando por el campo © Cathopic

Monseñor Enrique Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión titulada “Siembra en silencio”, sobre el Evangelio del próximo 13 de junio de 2021, XI Domingo del Tiempo Ordinario.

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En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa las ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado. (Mc 4, 26-34).

Conozco a un hombre que tachan de loco, se burlan de él, pero él está convencido de lo que hace y cada día lo emprende con nuevos bríos. Recoge la basura que está en las márgenes del río, saca las botellas y las bolsas de plástico que con frecuencia arrojan al cauce manos irresponsables y ha sembrado su huerto familiar sólo con abono orgánico y sin meter nada de “químicos”: piñas, hortaliza, limas y limones.

Está muy seguro de que puede transformar su pequeño universo y afirma: “Yo sé que no puedo cambiar todo el mundo, pero sí quiero proteger  mi terrenito, preservar mi comunidad y los lugares por donde pasa mi gente. No quiero hacerle daño a la tierra, la quiero cuidar y me duele cómo la estamos maltratando. Difícil, porque se burlan de mí y otros se aprovechan de la madera y de los árboles; o a propósito tiran la basura o hacen quemazones. Pero yo tengo que sembrar mi pequeña semilla, algún día crecerá”

El Reino de Dios es el tema central de la predicación de Jesús, y el modo predilecto para hacerlo es a través de parábolas. En ellas encontramos el significado más profundo del Reino pero también, si nos quedamos solamente en lo exterior, pueden parecernos misteriosas, contradictorias e incomprensibles.

Parecen tomadas de la vida ordinaria, de lo que están experimentando los oyentes de Jesús, pero siempre hay un momento de ruptura y de sorpresa que presenta “algo nuevo y misterioso”. ¿Qué tiene de extraordinario la escena de la parábola? En aquel tiempo, y ahora, era escena cotidiana la salida de los sembradores a realizar su faena y depositar su semilla en el surco abierto.

¿Por qué la narraría entonces Jesús? Porque en aquel tiempo, y ahora también, ante los escasos frutos logrados en la lucha por el Reino, en la búsqueda de la justicia, en la difusión de la palabra, llegan momentos de desaliento y se corre el riesgo de dejar de sembrar, de sentarse a rumiar el pesimismo, de dejar que las cosas vayan por sí solas. 

Si miramos con atención, encontraremos un fuerte reclamo a esta sociedad que se ha cansado, que está hastiada, que de tanto dolor y aburrimiento se emborracha en sus placeres, en su imagen y se olvida de la construcción del Reino. Vive en somnolencia y abandono. No quiere reflexionar ni construir. Tantos sueños se han roto, que acabamos por quedarnos dormidos; tantos ideales han fracasado que no queremos ya levantar la vista.


¿No es cierto que el pesimismo y la indiferencia se han apoderado de muchos de nosotros? Pues ahí está otra vez la invitación a sembrar. Si se siembra, habrá esperanza de cosecha, si el terreno permanece intacto, queda estéril y se llena de maleza. El discípulo del Reino no tiene derecho a cruzarse de brazos y a fingir ignorancia, mientras hay un mundo de miseria que reclama el trabajo, quizás pequeño, pero constante y esforzado del que ha depositado su fe en Jesús.

Es cierto: hay corrupción, hay injusticias, pero seguirán creciendo si no sembramos paz, honestidad, coherencia y justicia. La siembra escondida, en silencio, con esperanza, tiene la promesa del fruto futuro.

Pero, ¡cuidado!, la parábola de la semilla que crece por sí sola insiste en la fuerza que posee el reino de Dios sembrado ya en la tierra. A nosotros nos toca poner la semilla, al Señor le toca darle crecimiento. Se requiere paciencia y perseverancia. Crece lento, por pasos: “primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas”, pero de forma inexorable a pesar de unos comienzos ocultos.

Duerma o se levante el hombre, de noche o de día, sin que él sepa cómo, la semilla brota y crece por sí misma aunque nadie la trabaje. El Reino rompe nuestros esquemas, es don y no depende sólo de nuestro trabajo y esfuerzo. Creer en Dios, creer en las personas, creer en el Reino, respetar los ritmos y confiar en la dinámica de su realización aquí, es mucho más que hacer.

Es dejar hacer y dejar hacerse. Es cambiar el corazón y abrirlo al Reino. Es buscar ponerse confiadamente en manos de Dios. De ningún modo es invitación a la desidia y al providencialismo. Es el compromiso fuerte de sembrar y trabajar, pero después, en oración, poner confiadamente nuestros esfuerzos en manos del Padre que nos ama y que le dará crecimiento.

La parábola del grano de mostaza, mucho más conocida y comentada, nos pone en la misma sintonía: el Reino no llega con escándalos y propagandas mentirosas, se construye desde lo pequeño y desde los pequeños, cada día, con entrega, con constancia, con dedicación, calladamente.

A muchos nos cuesta este trabajo diario y callado, sin embargo nuestro mundo está lleno de personas anónimas que generosa y honradamente están construyendo este Reino. “Los santos de al lado” los llama el Papa Francisco.  Vienen a mi mente las palabras de aquel santo mártir mexicano que con mucha vehemencia repetía: “Quiero ser semilla y morir en la raya, para no quedarme mirando desde la orilla”. 

O como decían nuestros abuelos: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Compromiso serio en la construcción del Reino, pero esperanza confiada en la acción amorosa de nuestro Dios. Presencia de Reino que es regalo, conquista, trabajo y alegría, hermandad y construcción, pero nunca pasividad o indiferencia.

¿Cómo estamos construyendo el Reino de Dios? ¿Cómo damos esperanza en estos momentos de duelo, desconfianzas y pesimismo? El verdadero cristiano sigue sembrando en silencio y  espera confiado la lluvia de amor de Dios Padre que dará crecimiento y fortaleza a su semilla.

Dios nuestro, fuerza de todos los que en ti confían, ayúdanos con tu gracia, sin la cual nada puede nuestra humana debilidad, para que sin caer en el pesimismo o el desaliento, sigamos sembrando semillas del Reino y las confiemos a tus cuidados. Amén.