Dar a cada uno lo suyo

La naturaleza de las cosas apuesta por el camino de la armonía

(C) Pexels
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Bryce Echenique en su libro “Entre la soledad y el amor” dice: El niño debe aprender a solucionar sus problemas de niño en medio de las turbulencias de la vida de los adultos. La frase puede pecar de extrema, pero no deja de ser sugerente dentro del contexto de una sociedad relativa, individualista y competitiva. Un entorno con tales notas influye en segunda instancia a los niños luego de haber franqueado el primer bastión: los padres.

Mientras que los adultos están centrados febrilmente en los afanes que el día a día impone, detrás marchan los niños – ajenos a sus turbulencias – inquietos, prontos al juego, despreocupados, metidos de lleno en cosas pueriles. ¡Qué diferentes son las dimensiones de las cosas que ocupan a los niños y a los adultos! Nadie en su sano juicio duda de la gravedad que reviste el trabajo del padre para el pago de la vivienda; tampoco el de la madre para la reserva de un monto para emergencias futuras. No obstante, el niño cual imán atrae hacia sí lo concreto, lo puntual, al supremo tiempo del instante. Tal parece que el adulto es jalado por dos fuerzas independientes, reluctantes e intensas: una hacia adentro: los niños y, la otra hacia fuera: el andamiaje del entorno. A primera impresión suena a dilema que reclama una determinada posición. No es así. La naturaleza de las cosas apuesta por el camino de la armonía que no es otra cosa que el dar a cada uno lo suyo.

Pero, ¿qué es lo suyo en el caso de los niños o en relación a los proyectos y al entorno? Al niño – al hijo-  se le ama y darle lo suyo es confirmarlo en su ser afirmándole de palabra y obra: respetando su tiempo evolutivo, dándole seguridad, estando con él con serena presencia; haciendo cosas juntos y acogiéndole en su intimidad. Al entorno y a las obligaciones, aportando lo mejor de cada uno, pero sin que el espacio y el tiempo nos vuelva injustos con el hijo. ¡Los proyectos e ilusiones profesionales y sociales bienvenidos sean! Pero en el ámbito que estrictamente le corresponden. El éxito de una empresa es el resultado de la suma de los aportes del conjunto de sus componentes, más aún, uno puede no estar y, es casi probable que el año entrante la misma empresa obtenga pingues utilidades. Los padres son irremplazables e insustituibles en la educación y en la felicidad de sus hijos. Su presencia es central y positiva como negativa su ausencia. Una o dos horas más luego de una intensa jornada laboral, ordinariamente no añade valor a la empresa ni eficacia a la propia función; contrariamente, esas mismas horas en el hogar, configuran un estilo familiar en el que la presencia de los progenitores confirma a los hijos: ¡qué alegría que existan y, estoy aquí para duplicarla!


Hoy en día se suele decir, cuando las horas aprietan y las actividades no laborales reclaman lo suyo: es que yo procuro tiempo de calidad. El tiempo, sin embargo, es de por si un bien que toda persona dispone por igual, ya el disponerlo es una gracia que amerita utilizarlo empeñándose en ofrecer a quien corresponda, actos de calidad que solo será posible en la medida en que uno se aboque decididamente en mejorar su persona, su propio ser. No olvidemos – como decían los clásicos – que el obrar sigue al ser.

Cuando se navega en internet se palpa la sensación de la simultaneidad, se puede estar en varios sitios a la vez; sin embargo, esto no ocurre en la vida real: en ella el hombre debe priorizar, asignar un peso a sus actividades, de manera que, pueda distribuir sus energías y tiempo en el orden priorizado. Si, aun así, el tiempo no alcanza, queda la decisión libre de llegar a casa con una sonrisa en los labios.