El Corazón de Madre de María
Un Mar de Amor que Nos Conduce a Jesús

Jesús crucificado no nos ha dado en María una idea abstracta de maternidad, un símbolo, sino una verdadera madre, una madre real, un tesoro maternal, un mar de amor hermoso, algo que es fantástico. Su maternidad supera incluso a la de la madre que nos dio la vida natural. Es una amiga muy cercana, una madre buena, una madre cariñosa, una madre afectuosa, la mejor de las madres. Su corazón purísimo es totalmente maternal.
La madre de Dios ha cooperado con su amor de modo totalmente singular a nuestro nacimiento a la vida sobrenatural. Todos somos hijos de María. Somos hijos de su inmaculado corazón, de su amor. Su función es de amor maternal.
Cuando Jesucristo nos la dio por madre, quiso que la acogiéramos entre nuestras cosas, que pasara a formar parte de nuestra vida, de nuestro interior. Deseó que la tengamos muy metida dentro de nuestro corazón, que la queramos mucho. Esto es, que nos sintamos hijos suyos, hijos de verdad, y vivamos como tales, que hagamos nuestro peregrinaje hacia el cielo de la mano de madre tan buena. Más nos acerquemos a ella, con mayor intensidad podrá ejercer su función maternal, el vivo deseo de su corazón.
Pensemos, pues, ahora, por un momento, en nuestras madres de la tierra. Dios se ha lucido mucho en el diseño de su corazón. En efecto: una madre, tras dar a luz, lleva el corazón volcado hacia sus hijos, los besa, quiere acompañarlos, vuelca su atención hacia ellos, se interesa por sus pequeñas cosas, se pone a su nivel, juega con ellos, los protege, los educa, les ayuda a ser buenos, a que vayan al cielo.
A su vez, un niño, cuando es pequeño, acude a su madre para contarle sus cosas, sus pequeñeces, sus alegrías y sus penas. Confía en ella, y en ella busca protección. Le da un beso. En definitiva, su madre forma parte importante, y cotidiana, de su vida.
Cuando Dios nos ha dado el ángel de la guarda, nos lo ha dado para que nos acompañe y cuide durante toda nuestra vida, y nos haga algunos servicios de cara a la eterna salvación. Quiere también que le tratemos, le honremos, le veneremos y le queramos. Pues, mucho más, pretende al darnos una madre, pues una madre es mucho más que un custodio, está relacionada mucho más profundamente con nosotros.
Nuestra madre nos guía, nos muestra el buen camino. Nos instruye y amonesta en apariciones marianas, como en Fátima. Quiere que le reconozcamos como madre cariñosa. Nos pide que seamos muy buenos, que nos convirtamos, que hagamos sacrificios y penitencia; que al tener que comparecer ante el tribunal divino no tengamos las manos vacías; que pensemos en la Sagrada Pasión de Cristo.
También nos pide que hagamos mucho caso de la Sagrada Eucaristía, donde está la presencia por excelencia de Jesús, presencia verdadera, física, real y substancial. Allí está con su cuerpo, con su sangre, con su alma y divinidad, entero y glorioso, vivo, tal como está en el cielo. En el Santísimo Sacramento del Altar está todo nuestro bien, el buen Jesús, Hombre ideal, verdadero y perfecto Dios, tesoro infinito y palpitante de amor, Salvador del mundo, el que es el culmen y la fuente de la vida cristiana.
El verdadero cristiano hace mucho caso de Jesús. Pero, a Jesús lo tenemos principalmente en el Sagrario. Por lo tanto, el cristiano es una persona que hace mucho caso del Sagrario. Jesús está en el Sagrario esperando a que vayamos a visitarle. Le da mucha alegría la visita diaria al Santísimo Sacramento. Una vida cristiana que no sea muy eucarística es una inconsecuencia muy grande, un absurdo.
La Sagrada Eucaristía es Él, su Persona, su Amor, el Amor de los amores. El ideal cristiano consiste en vivir con Jesús, con Dios. El sacerdote es ante todo para la Sagrada Eucaristía.
Es una pena que cada día se hace menos caso de la Sagrada Eucaristía, que es el mayor tesoro que poseemos.
Ante nuestra verdadera madre, la gloriosa siempre Virgen María, somos como hijos pequeños. Ella es nuestra vida. Contémosle cosas, andemos con ella, querámosla, refugiémonos en su corazón maternal amorosísimo. Tratándola en la oración, creceremos en amor a ella. Medio maravilloso para crecer en su amor es el rezo del Santo Rosario. Es bonita la costumbre de las romerías en el mes de mayo.
Ella trae consigo su vida modélica, su perfume de santa pureza y de todas las virtudes. Como dijo el poeta: el ángel, cuando la ve tan bella, dice que flor como ella no hay otra en el jardín.
En la vida cristiana el amor a la Virgen no es algo accidental, secundario, sino todo lo contrario. Amarla nos ayuda mucho. Ella es el atajo para ir a Jesús. A Jesús, por María, con Pedro. Así como ella fue la formadora de Jesús, ha de formar en nosotros a su Jesús. Todo el camino cristiano es imitar a Cristo. Pero, Cristo, a quién amó más fue a su madre. Nosotros, pues, tenemos que amarla con el cariño con que Jesús la amó, imitándolo.
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