“El Estado debe garantizar que la víctima pueda obtener justicia”

El Santo Padre Francisco a los miembros de la Dirección Central Anticrimen

Dirección Central Anticriminal © Vatican Media

Este sábado, 26 de noviembre de 2022, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los miembros de la Dirección Central Anticriminal y les ha dirigido el discurso que publicamos a continuación:

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Discurso del Santo Padre

Distinguidas señoras y señores, ¡buenos días y bienvenidos!

Quiero agradecer al Jefe de la Policía sus palabras de presentación -gracias de verdad, han sido contundentes- y saludo a todos ustedes, que forman la Dirección Central Anticriminal. Me complace poder reunirme con ustedes justo el día después del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, promovido por las Naciones Unidas. El tema de este año es un llamamiento a la unidad en la lucha por liberar a las mujeres y las niñas de las diferentes formas de violencia, que desgraciadamente es permanente, está extendida y es transversal al cuerpo de la sociedad.

Quiero agradecerles, tanto el trabajo que realizan con compromiso profesional y humano, como el hecho de que, al pedir reunirse conmigo en esta ocasión, llamen la atención de todos sobre la necesidad de aunar esfuerzos por este objetivo de dignidad y civilización.

En primer lugar, gracias por el servicio que presta cada día a la sociedad italiana. Por desgracia, las noticias nos traen continuamente informes sobre la violencia contra las mujeres y las niñas. Y ustedes son un punto de referencia institucional para contrarrestar esta dolorosa realidad. Hay muchas mujeres entre ustedes, y esto es un gran recurso: mujeres que ayudan a otras mujeres, que pueden entenderlas mejor, escucharlas, apoyarlas. Imagino lo exigente que debe ser para vosotras, como mujeres, soportar interiormente el peso de las situaciones que encontráis y que os implican a nivel humano. Pienso en lo valiosa que es una preparación psicológica específica para este trabajo. Y, permítanme añadir, también espiritual, porque sólo en un nivel profundo se puede encontrar y apreciar una serenidad y una calma que permiten transmitir confianza a quienes son presa de la violencia brutal. Esa fuerza interior que Jesucristo nos muestra en su Pasión, y que comunicó a tantas mujeres cristianas, algunas de las cuales veneramos como mártires: desde Ágata y Lucía hasta María Goretti y Sor María Laura Mainetti.


Hablando de su responsabilidad institucional, debo tocar otro aspecto importante. Desgraciadamente, muy a menudo las mujeres no sólo se encuentran solas ante determinadas situaciones de violencia, sino que luego, cuando se denuncia el caso, no obtienen justicia, o los tiempos de la misma son demasiado largos, interminables. Aquí es donde debemos estar atentos y mejorar, sin caer en el justicialismo. El Estado debe garantizar el acompañamiento del caso en todas sus fases y que la víctima pueda obtener justicia lo antes posible. Asimismo, hay que “salvar” a las mujeres, es decir, ponerlas a salvo de las amenazas actuales y también de la reincidencia, que por desgracia es frecuente incluso después de una posible condena.

Queridos amigos, como decía, les agradezco que nuestra reunión llame la atención sobre el Día Internacional de este año, que nos llama a unirnos para luchar contra todas las formas de violencia contra las mujeres. En efecto, para ganar esta batalla, no basta con un organismo especializado, por muy eficaz que sea; no basta con luchar y emprender las acciones represivas necesarias. Debemos unirnos, colaborar, trabajar en red: ¡y no sólo una red defensiva, sino sobre todo una red preventiva! Esto es siempre decisivo cuando se trata de eliminar una lacra social que también está ligada a actitudes culturales, mentalidades arraigadas y prejuicios.

Así que tú, con tu presencia, que a veces puede convertirse en un testimonio, también actúas como un estímulo en el cuerpo social: un estímulo para reaccionar, para no resignarse, para actuar. Es una acción -decíamos- ante todo de prevención. Pensamos en las familias. Hemos visto que la pandemia, con el aislamiento forzoso, ha exasperado desgraciadamente ciertas dinámicas dentro del hogar. Las ha exasperado, no las ha creado: de hecho, a menudo se trata de tensiones latentes, que pueden resolverse de forma preventiva en el ámbito educativo. Esta, diría yo, es la palabra clave: educación. Y aquí no se puede dejar sola a la familia. Si la mayor parte de los efectos de la crisis económica y social recaen sobre las familias, y éstas no reciben el apoyo adecuado, no puede sorprendernos que allí, en el ámbito doméstico, cerrado, con tantos problemas, estallen ciertas tensiones. Y aquí es donde se necesita la prevención.

Otro aspecto decisivo: si en los medios de comunicación se proponen constantemente mensajes que alimentan una cultura hedonista y consumista, en la que los modelos, tanto masculinos como femeninos, obedecen a los criterios del éxito, la autoafirmación, la competencia, el poder de atraer a los demás y dominarlos, tampoco aquí podemos entonces, hipócritamente, rasgarnos las vestiduras ante ciertas noticias.

Este tipo de condicionamiento cultural se contrarresta con una acción educativa que sitúa a la persona, con su dignidad, en el centro. Me viene a la mente un santo de nuestro tiempo: Santa Josefina Bakhita. Sabe que la obra de la Iglesia que trabaja con mujeres víctimas de la trata lleva su nombre. La hermana Josephine Bakhita sufrió graves violencias en su infancia y juventud; se redimió plenamente aceptando el Evangelio del amor de Dios y se convirtió en testigo de su poder liberador y sanador. Pero no es la única: hay muchas mujeres, algunas son “santas de la puerta de al lado”, que han sido curadas por la misericordia, la ternura de Cristo, y con sus vidas dan testimonio de que no hay que resignarse, de que el amor, la cercanía, la solidaridad de las hermanas y hermanos puede salvarnos de la esclavitud. Por eso digo: a las chicas y chicos de hoy, les proponemos estos testimonios. En las escuelas, en los grupos deportivos, en los oratorios, en las asociaciones, presentamos historias reales de liberación y de curación, historias de mujeres que han salido del túnel de la violencia y que pueden ayudar a abrir los ojos a los escollos, a las trampas, a los peligros que se esconden detrás de los falsos modelos de éxito.

Queridos amigos, acompaño mi doble “gracias” con una oración por vosotros y por vuestro trabajo. Que la Virgen María y Santa Bakhita intercedan por ti. De corazón os bendigo a todos y a vuestras familias. Y les pido que por favor recen por mí. Gracias.