Estado, mercado y ética en el pensamiento social con la fe

Doctrina Social de la Iglesia

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Una de las enseñanzas de la doctrina social de la iglesia (DSI), pensamos, que no es tan conocida y negada o manipulada por las ideologías, como las del (neo-)liberalismo y el capitalismo, es la base ética y política que debe orientar al mercado, a la actividad económica, comercial, financiera, laboral… Las autoridades-gobiernos con los estados y la sociedad civil, de forma muy necesaria e imprescindible, han de ejercer un control y regulación sobre el mercado, la economía y toda realidad social para servir al bien común, a la justicia, la vida y dignidad de la persona.

San Pablo VI en Populorum progressio (PP) ya enseña que “la sola iniciativa individual y el simple juego de la competencia no serían suficientes para asegurar el éxito del desarrollo. No hay que arriesgarse a aumentar todavía más las riquezas de los ricos y la potencia de los fuertes, confirmando así la miseria de los pobres y añadiéndola a la servidumbre de los oprimidos. Los programas son necesarios para «animar, estimular, coordinar, suplir e integrar» la acción de los individuos y de los cuerpos intermedios. Toca a los poderes públicos escoger y ver el modo de imponer los objetivos que proponerse, las metas que hay que fijar, los medios para llegar a ella, estimulando al mismo tiempo todas las fuerzas agrupadas en esta acción común” (PP 33).

Frente a las mencionadas ideologías, que no quieren esta intervención sobre el mercado y que los estados e instancias públicas se eliminen, Benedicto XVI en Caritas in Veritate (CV), nos enseña que “se debe promover una autoridad política repartida y que ha de actuar en diversos planos. El mercado único de nuestros días no elimina el papel de los estados, más bien obliga a los gobiernos a una colaboración recíproca más estrecha. La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado. Con relación a la solución de la crisis actual, su papel parece destinado a crecer, recuperando muchas competencias. Hay naciones donde la construcción o reconstrucción del Estado sigue siendo un elemento clave para su desarrollo” (CV 41).

Como afirma San Juan Pablo II en Centesimus annus (CA), “el mercado exige que sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad” (CA 35). Y es que como continúa mostrando el Papa Francisco con su magisterio, propio de una exhortación apostólica como es Evangelii gaudium (EG), “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas” (EG 56).

La sociedad civil y el estado, por tanto, tienen como misión imprescindible este control, cuyo significado (asimismo estipulado por la RAE etimológicamente) hay que dejar claro: intervención sobre el mercado y la economía para regularlos; esto es (de nuevo según RAE), para ajustarlo y ordenarlo a su fin (derecho) natural, moral y espiritual de acuerdo con el principio del destino universal de los bienes, que tiene la prioridad sobre el capital (CA 31). Así, aceptando la libertad de mercado y de empresa o propiedad frente al comunismo colectivista (colectivismo), la DSI con los Papas muestra de la misma forma que dicha libertad tiene que estar controlada y regulada por la ética, por la justicia, las políticas públicas, sociales y las leyes (normas jurídicas) para salvaguardar la dignidad y los derechos humanos.

Como se observa, pues, la DSI articula y une inseparablemente el principio de solidaridad, mediante el estado social de derecho-s que asegure un mercado guiado por la justicia y el bien común junto al destino universal de los bienes, con el de subsidiariedad. Esto es, la libertad e iniciativa de las bases de la sociedad civil, como son las familias y la ciudadanía en general con sus organizaciones u ongs o movimientos sociales, para protagonizar (cogestionando) la actividad del mercado, de la economía y la política al servicio de este bien más universal de toda la humanidad, del desarrollo humano e integral. Tal como, ya apuntamos, subrayan magistralmente San Juan Pablo II en CA o Benedicto XVI en CV. Todo ello frente a estas ideologías materialista y economicistas del capitalismo, con su dictadura del mercado y del beneficio como ídolo que niegan insolidariamente la justicia e igualdad social, y del colectivismo con su totalitarismo estatalista y de partido, que se oponen a la libertad democrática y a la ética.


Por todo ello, en continuidad con la tradición de la iglesia como son los Santos Padres o Santo Tomás de Aquino, San Juan Pablo II, continúa afirmando “el papel del Estado en el sector de la economía. La actividad económica, en particular la economía de mercado no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político…; vigilando y encauzando el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico… El Estado tiene el deber de secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentos de crisis. El Estado tiene, además, el derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de monopolio creen rémoras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias de armonización y dirección del desarrollo, el Estado puede ejercer funciones de suplencia en situaciones excepcionales, cuando sectores sociales o sistemas de empresas, demasiado débiles o en vías de formación, sean inadecuados para su cometido” (CA 48)

“Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado. Así como en tiempos del viejo capitalismo el Estado tenía el deber de defender los derechos fundamentales del trabajo, así ahora con el nuevo capitalismo el Estado y la sociedad tienen el deber de defender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el único marco dentro del cual es posible para cada uno conseguir legítimamente sus fines individuales” (CA 40). De ahí, cuando sea necesario, que el estado puede expropiar los bienes junto a las rentas y las propiedades contrarias al bien común, a la justicia social y destino universal de los bienes, como continúa transmitiendo el magisterio de San Pablo VI (PP 24) con el Vaticano II (GS 71).

La cuestión de fondo, si observa bien, es antropológica y moral como nos siguen enseñando los Papas como San Juan Pablo II, ya que el liberalismo y el capitalismo manipulan la verdadera libertad con su individualismo posesivo e insolidario. En oposición al liberalismo y capitalismo, una auténtica libertad se “encuadra en un sólido contexto jurídico, que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso” (CA 42). Todo lo visto hasta aquí, en continuidad con sus predecesores como ya hemos apuntado, el Papa Francisco lo enseña claramente en Fratelli tutti (TF), denunciando todo este falso dios del “dogma neoliberal” y capitalista, con su mentirosa libertad individualista y dictadura mercantilista sin control ético-político ni regulación jurídica, que no reconoce la vida y dignidad de las personas, de los pueblos y de los pobres. Junto al anterior magisterio de la iglesia, Francisco comunica la importancia de unas autoridades e instituciones mundiales (internacionales), que vaya estableciendo el trabajo decente con un salario justo, la paz, la solidaridad y la ecología integral. Estas autoridades, con sus instituciones de alcance planetario, harán posible otro mundo: controlando, regulando y transformando esta globalización del capital y de la guerra e insostenible; para que, desde esa ineludible caridad política que todos debemos ejercer, revierta en la civilización del amor fraterno (FT 168-179).

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