Francisco II. Viñas y siervos
(2/2) ¿Qué Papa necesita hoy la Iglesia?

En este segundo y último Capítulo voy a intentar una aproximación a este preciso Cónclave, desde la evangelización, que es la finalidad de la Iglesia. Para explicar su misión a los Doce, Cristo empleo con frecuencia las imágenes de las mieses y las viñas, de los labradores y los siervos. Les dice: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega. Y también: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies (Mt 9, 35-38). Voy a seguir la indicación de Cristo: contemplar las necesidades de la viña del Señor, y los trabajadores que está enviando, en este momento de la historia. Naturalmente, se trata de mi visión personal.
La resumiré en tres grandes rasgos.
- Claridad doctrinal. Imprescindible para la unidad y la evangelización De la Iglesia universal
- Prioridades de la Evangelización en cada Continente: A. Occidente: diálogo con la cultura relativista, y Ecumenismo de la civilización post-cristiana B. África: educación y caridad, y temas pastorales de interés general (diálogo con el Islam, y Sacramento del matrimonio) C. Asia: Minorías creativas y espiritualidad
- Santidad personal. Esta característica contiene todo lo necesario para el Papa que necesita la iglesia.
El cónclave no es una lucha de poder ni una competencia de talentos: es un momento de discernimiento para elegir al pastor que pueda guiar a la Iglesia en una nueva etapa de evangelización, unidad y claridad doctrinal.
En tiempos de cambio profundo, también la Iglesia necesita detenerse, mirar hacia dentro y preguntarse: ¿qué clase de pastor necesita el pueblo de Dios? Frente al inminente cónclave, muchos observadores externos caen en lecturas reduccionistas: una lucha de poder, una carrera de influencias o una competencia de cualidades humanas. Pero esta mirada política o laicista no capta el sentido real del evento. El cónclave es, ante todo, un acontecimiento espiritual. Es una llamada al discernimiento en clave evangelizadora, una súplica para que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales en la elección del próximo Papa.
Jesucristo fundó su Iglesia para evangelizar. Esa sigue siendo su misión central. Hoy, más que nunca, resuena la voz del Señor: “La mies es mucha, pero los obreros son pocos.” El nuevo Papa será uno de esos obreros, elegido no para conquistar, sino para servir; no para imponer, sino para anunciar con fidelidad el Evangelio.
Vivimos un cambio de época. El mundo no es el mismo que hace cincuenta años, y eso también interpela a la Iglesia. Durante siglos, la fe ha sido transmitida no solo con palabras, sino también a través de estructuras culturales, normas y tradiciones que han acompañado el mensaje cristiano. Pero no todas estas expresiones culturales han conservado su vitalidad. Algunas han envejecido, otras se han vuelto obstáculos más que puentes.
Uno de los rasgos distintivos del pontificado de Francisco ha sido precisamente este: subrayar el núcleo esencial de la fe —la misericordia, el amor de Dios manifestado en Cristo, la centralidad del Sagrado Corazón— frente a elementos secundarios o caducos. Su propuesta no ha sido tanto reformar la liturgia o el derecho, sino recordar el centro: el Evangelio vivo que transforma vidas.
Sin embargo, esta visión necesita completarse. El próximo Papa deberá retomar con profundidad la tarea teológica y doctrinal de discernir entre lo esencial y lo accesorio. No para dividir, sino para unir. No para limitar, sino para dar claridad. Porque sin esta clarificación, el riesgo es grande: la confusión puede llevar a rupturas, e incluso a cismas. Por eso, la profundización doctrinal no es contraria a la evangelización, sino su aliada más fiel.
Se necesita un Papa que anuncie con fuerza el amor de Dios, que mantenga viva la Tradición apostólica, y que al mismo tiempo tenga la valentía de separar lo vital de lo prescindible. Un Papa que vea el mundo como campo para la siembra y no como enemigo. Un Papa que nos ayude a todos a “levantar los ojos y contemplar los campos dorados para la siega”.
La Iglesia no busca un gestor ni un diplomático. Busca un pastor con corazón de padre, claridad de maestro y pasión de apóstol. Que sepa escuchar al Espíritu y hablar al mundo. Que no huya del conflicto, pero que tampoco lo provoque innecesariamente. Que entienda que la verdadera reforma comienza en el corazón y se extiende, con paciencia y caridad, a toda la Iglesia.
Francisco II. Retiro de oración. (1 de 2) El Espíritu Santo, verdadero protagonista del Cónclave
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