La santidad y el legado de Francisco, in memoriam
Un repaso agradecido a la vida, enseñanza y testimonio del Papa Francisco, cuya herencia de santidad marcará a generaciones

En estos días, tras la muerte de nuestro querido Papa Francisco, se vienen haciendo muchas publicaciones, análisis, balances… de lo que fue su ministerio petrino, no siempre reales ni veraces; a veces teñidos de desconocimiento, ideologizaciones, etc. En este artículo, vamos a tratar de presentar y profundizar la realidad de Francisco, su enseñanza, su obra, su testimonio y legado, haciendo memoria agradecida y gozosa de su vida, de la herencia que nos deja.
Creemos, objetivamente, que si una palabra puede definir y condensar dicha herencia de Francisco: sería santidad, siguiendo así el espíritu y letra del Concilio Vaticano II que, como todos los Papas, Francisco ha tratado de transmitir y actualizar. Verdaderamente, nada hay más importante en la fe e iglesia que la vocación universal a la santidad, a la que todos estamos llamados por el don (Gracia) del Dios Padre, revelada y regalada en Jesucristo con su Espíritu. Es el ser iglesia como el pueblo fiel y santo de Dios, comunidad bautismal y eucarística en camino sinodal, caminando corresponsablemente todos juntos en la historia, buscando el Reino de Dios que nos regala su salvación liberadora e integral.
En Francisco, continuando la tradición de la fe e iglesia con sus Papas, es constante está llamada a acoger la alegría, la belleza y la verdad del Evangelio con su Kerygma, con La Gracia del amor de Dios, manifestado en el mismo corazón de Jesús Crucificado-Resucitado y de nuestra fe. Este don de Dios en Cristo y su Reino de amor, efectivamente, nos lleva a la conversión misionera y pastoral al servicio de este Reino de Dios que nos dona la vida, la paz, la misericordia y la justicia liberadora del mal, de todo pecado e injusticia; y que culmina en la vida plena-eterna, en la tierra nueva y en el cielo nuevo. La santidad se entraña en este amor y comunión fiel con Dios, con la iglesia y con los otros, preferencialmente, con los pobres de la tierra.
La santidad se realiza, pues, en este seguimiento de Jesús desde su Espíritu, La Gracia increada, siendo sus discípulos y misioneros como comunidad e iglesia en salida, hacia las periferias, anunciando, celebrando y sirviendo a dicho Reino del Dios que es Amor. Por todo ello, la fe junto a la misión ha de comprenderse y vivirse de forma integral, con esa inseparable unidad de: santidad y militancia por el Reino de Dios con su justicia, amor de Dios y caridad-amor universal a toda la humanidad con la opción por los pobres, oración y compromiso moral por el bien común más universal; contemplación y lucha (acción) no violenta por la justicia, celebración de la fe con los sacramentos y promoción social e integral de todos los pueblos, escatología y desarrollo humano integral, mítica y política, perdón misericordioso y verdad, etc.
Y es que la santidad se realiza en esta plenitud del amor, don de Dios, que conduce a la comunión de fe, de vida, de afectos, de bienes y acción por la justicia con los pobres como sujetos protagonistas de su desarrollo y promoción integral. Siguiendo a Jesús y su buena nueva del Reino con sus bienaventuranzas, la santidad se va viviendo en esta humildad, entrega y pobreza espiritual (evangélica), como iglesia pobre con los pobres, que supone el compartir la existencia, los bienes y el compromiso por la justicia con los empobrecidos; e irnos, de esta forma, liberando del pecado, del egoísmo y sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia. Es la constitutiva dimensión social y publica de la gracia con su vida teologal de fe, esperanza y amor. Es decir, la caridad política que busca el bien común más universal, la justicia con los pobres y la civilización del amor, que va a las causas de los problemas e injusticias, transformado el pecado personal y estructural, las estructuras de pecado e injusticia.
Esta caridad política es más propia del laicado, que se conforma como la base bautismal de la iglesia, pueblo santo y fiel de Dios, cuya vocación específica por su índole secular es la gestión y transformación más directa e inmediata del mundo. Los laicos desarrollan su santidad en esta responsabilidad y compromiso transformador de las realidades sociales e históricas como la familia, la cultura, la economía, la política… para que se vayan ajustando al Reino de Dios. Para esto, esta espiritualidad y misión de los laicos tiene como guía la doctrina moral y social de la iglesia (DSI), que es consustancial a la antropología, a la fe y a la misión evangelizadora de la iglesia.
La fe e iglesia, por tanto, vive de este amor misericordioso de Dios, con su espiritualidad y ética samaritana, que se realiza en esta fraternidad cordial, entrañable y solidaria; que se efectúa en esta misericordia compasiva, asumiendo el sufrimiento, el mal e injusticia que padecen las víctimas, los crucificados y pobres de la historia. Todo ello conforma la identidad de la fe y de los hijos de Dios. De ahí que la fe e iglesia, con su permanente conversión misionera y pastoral, debe ir ejerciendo el discernimiento en esta realidad humana, social e histórica, escrutando los signos de los tiempos. Esto es, allí donde encuentren todas esta semillas y realidades del Espíritu, de promoción de la fe, de la espiritualidad, de la cultura y moral, de la vida, de la dignidad, la paz y justicia con los pobres. Especialmente, toda esa religiosidad y espiritualidad popular, del santo pueblo fiel de Dios con sus tradiciones espirituales, culturales, éticas y sociales. Aquí cabe desatacar el imprescindible dialogo y encuentro entre la fe, la razón y las ciencias, entre las diversas culturas (interculturalidad), religiones e iglesias (ecumenismo global); entre la sociedad civil, las organizaciones sociales, los movimientos populares, sociales e históricos, de trabajadores, mujeres, indígenas, juveniles e infancia, migrantes, ecológicos, pacíficos… que buscan otro mundo posible y necesario como Dios quiere. Esos movimientos populares que recogen los sueños de las víctimas y pobres, como sujetos transformadores de la historia, que buscan los derechos humanos y sociales como son las tres T, tierra, techo y trabajo, la revolución de la ternura.
En esta línea la DSI, como intrínseca a la fe e iglesia, transmite la ecología integral que escucha el grito de los pobres y el clamor de la tierra, con su bioética global que cuida la vida en todas sus fases, dimensiones o aspectos. La ecología humana que protege la vida desde su comienzo con la concepción hasta su muerte natural, como nos muestran las ciencias, y la familia con ese amor fiel (sexualidad-afectividad real) del hombre con la mujer y fecundo con los hijos, con la solidaridad y el bien común. Una familia misionera, evangelizadora, solidaria, militante y pobre que lucha pacíficamente por la justicia con las familias empobrecidas y los pobres de la tierra. La ecología social que promueve los principios del destino universal de los bienes, que tiene la prioridad sobre la propiedad, y del trabajo digno (decente) que está antes que el capital, con sus derechos como es un salario justo; con una economía y empresa ética al servicio de la vida, de las necesidades, capacidades y desarrollo humano integral de los pueblos.
La ecología ambiental con el respeto y cuidado de la naturaleza, creación de Dios, de esa casa común que es nuestro planeta tierra, obra del Creador, donde vislumbramos la existencia, inteligencia y belleza creadora del mismo Dios. Como síntesis profunda, la ecología espiritual que ora, que contempla todo lo bello de la la liturgia y del cosmos, creado por Dios, que experiencia toda esta vida teologal de fe, esperanza y de caridad con su inherente dimensión política, de amor civil y social. La ecología espiritual e integral experiencia que todo está conectado, con esa unidad amorosa e inseparable de Dios con la humanidad y la naturaleza-creación. Todo el universo-cosmos vive en esta interconexión mutua desde el Dios de la Vida.
En conclusión, Francisco nos ha comunicado y legado el Plan de Dios que quiere la vida, el sentido y la felicidad para la existencia humana. Esa realización de cada persona que se consuma en la alegría y belleza de la fe con su trascendencia, su vida eterna, su verdad y amor que, en la Pascua de Jesucristo Crucificado-Resucitado, vence definitivamente a todo mal, al pecado, a la muerte e injusticia. El Papa Francisco nos ha presentado así a diversos santos y testimonios de fe como modelos de esta vida alegre, feliz y realizada en Dios, de auténtico humanismo ético, espiritual e integral.
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