Reflexión de Mons. Enrique Díaz: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”

II Domingo Ordinario

Cathopic

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 14 de enero de 2024, titulado: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”

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I Samuel 3, 3-10.19: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”

Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”

I Corintios 6, 13-15, 17-20: “Los cuerpos de ustedes son miembros de Cristo”

San Juan 1, 35-42: “Vieron dónde vivía y se quedaron con Él”

¿Cómo es la voz de Dios? ¿Sigue llamando hoy en día? A veces quisiéramos que el Señor nos hablara claramente y nos manifestara su voluntad sobre tantas cosas: sobre la sociedad, sobre la iglesia, sobre nuestra propia persona, sobre el dolor y el sufrimiento. Pero quisiéramos que su voz se acomodara a nuestros caprichos y a nuestros intereses. La voz de Dios siempre es diferente, siempre va a lo interior, siempre es cercana. Quizás nos pase como a Samuel que duerme en el templo, pero cuando Dios le habla no reconoce su voz y la confunde con la del sacerdote Eli. Dios sigue hablando, Dios sigue llamando. Ojalá que hoy nos atrevamos a decir: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.

Hay encuentros que cambian la vida y transforman a las personas. Hay encuentros que parece imposible no haberlos tenido antes porque se dan de una manera tan íntima y personal que pareciera que toda la vida los estuviéramos esperando. En el evangelio de hoy, Juan nos relata el encuentro de los primeros discípulos con Jesús. No es la narración periodística de un encuentro, sino la narración de un momento que ha transformado la vida y que después puede ser narrado en detalles y símbolos que en un primer momento pudieran pasar inadvertidos. Encontramos muchos elementos simbólicos que describen toda la persona de Jesús. Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “cordero de Dios”, y sin preguntas o vacilaciones, con la misma ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura, siguen a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que implicará un cambio definitivo para sus vidas. ¿Por qué siguieron a Jesús? ¿Simple curiosidad? ¿Qué los impactó más? Ciertamente la presentación que hace Juan Bautista diciendo que Jesús es “El Cordero”, implica toda una tradición muy viva en la cultura judía, pero esto no parece ser el motivo de su seguimiento.


Al verlos Jesús, entabla un diálogo con ellos: “¿Qué buscan?”, como cuestionando hasta dónde están dispuestos a seguirlo. Cuando ellos responden: “¿Dónde vives, Rabí?”, realmente están preguntando: ¿dónde te manifiestas como eres?, ¿cuáles son los ámbitos propios donde te podemos encontrar? Jesús simplemente les dice: “Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con él, formar parte de él. Y Jesús no se protege guardando las distancias, sino que los acoge y los invita a su morada. Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras sino hechos, no teorías sino vivencias, no hablar de la buena noticia sino mostrar cómo la vive uno mismo. O sea: la evangelización no tiene que ser una lección teórica, sino un testimonio, el evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal.

En días pasados en la cárcel uno de los presos me comentaba: “hasta ahora que estoy preso y entre los presos he encontrado a Jesús y ¡Mire dónde lo vine a encontrar! ¡Entre los despreciados del mundo!”. Hoy también a nosotros Jesús nos dice que para conocerlo se necesita experimentar dónde Él vive: en su Palabra, en su Eucaristía, en la vida de los pobres y sencillos. La pobreza y sencillez siguen siendo el ámbito de Jesús, sólo quien quiere permanecer ciego no lo puede descubrir. Quizás tengamos miedo de encontrarnos con Jesús y prefiramos declarar su muerte o su extinción… pero ahí sigue Jesús viviendo muy cerca de nosotros, compartiendo la vida, es más, amándonos, aunque nosotros no queramos reconocerlo. Nada puede sustituir la experiencia de fe personal, honda e íntima, de donde nacerá el deseo de seguir e imitar a Jesús. El culmen del proceso cristiano está en la experiencia de Jesús como aquellos discípulos que “Fueron,  vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día”.

El impacto de la vivencia, del testimonio, conmueve a los discípulos, y ellos se convierten en mensajeros que atraerán a nuevos discípulos. A Pedro hasta el nombre le cambia para indicar la profundidad de este encuentro. Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sin haber tenido una experiencia de encuentro con él. Pero también una vez encontrado Jesús no podemos continuar con nuestra vida gris e indiferente. Encontraremos un verdadero impulso y una nueva fuerza para servir a los hermanos al estilo de Jesús, para dar a conocer, con obras más que con palabras, su persona y su vida. Será urgente convertirnos en misioneros de su Evangelio.

Ciertamente la vida actual está llena de ruidos, de prisas, de sonidos que se intercambian, que nos ensordecen, pero eso no nos da el derecho de decir que Dios no habla hoy. Cuando Samuel (primera lectura) escuchó el llamado de Dios, se dice que en aquel tiempo la palabra de Dios era escasa. Y uno se pregunta, si la palabra de Dios es escasa o nosotros estamos tan sordos que no queremos escucharla, perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita. Dios puede continuar siendo aquel desconocido en el cual estamos inmersos y rodeados por su amor. Hoy debemos hacernos una serie de preguntas y disponer nuestro corazón para responder sinceramente al Señor. ¿Estoy dispuesto a reconocer a Jesús en mi vida cotidiana y permitir que trastoque mis intereses más profundos? ¿Puedo, como Pedro, no sólo cambiar mi nombre, sino mis actividades y prioridades? ¿Estoy dispuesto a tener un encuentro profundo con Jesús? ¿Qué medios estoy poniendo para que pueda realizarse?

Padre bueno, que en Jesús nos muestras todo tu amor y quieres encontrarte con cada uno de nosotros, dispón nuestro corazón conforme a tus deseos y permítenos ese encuentro profundo que transforme nuestras vidas en un verdadero seguimiento de Jesús. Amén