Sentimientos, sentimientos
Sentir, Pensar y Querer: El Triángulo de la Condición Humana

Sentirse bien, sentirse mal. Sentimos en cuerpo y alma y se nos ve en la cara: ¿qué tienes?, ¿qué te pasa? Alegría, tristeza, angustia, ansiedad, serenidad, inquietud, gozo y un largo etcétera. Todas estas emociones se pueden agrupar en el verbo sentir, irreductible a los otros dos verbos, igualmente señeros de la condición humana: pensar y querer. Y así como el bardo puede decir que “es poeta hasta cuando se amarra los zapatos”, también se puede decir -en palabras de Theodor Haecker (Metafísica del sentimiento. Rialp, 1959)- que cualesquiera de los sinnúmeros actos singulares que el espíritu ejecuta se constituyen en unidad semejante de pensar, sentir y querer, entremezclados en prodigiosa forma (cfr. p. 81).
Este libro de Haecker (1879-1945), publicado póstumamente, ha sido una grata sorpresa. Eran tiempos en los que inteligencia y voluntad bastaban para dar cuenta del ser humano. Visibilizar los sentimientos y ponerlos en el mismo nivel de las otras dos facultades podía resultar un tanto pretencioso en los años 50 del siglo pasado, de ahí que Haecker sea un pionero en esta revalorización de la afectividad. Dice: “el sentimiento es (…) el fondo abisal y primigenio de la subjetividad de todo ser, la manifestación originaria y cambiante siempre del ser como subjetividad, movimiento perpetuo, la esencia de la inquietud (…). No se está lejos de alcanzar aquí una unidad de reposo y movimiento: como el mar. Y como el mar, que es el más grande poder elemental de este planeta, el sentimiento colma y plenifica, penetra e impregna, extensiva e intensivamente, la casi totalidad del continente de la sustancia humana (p. 84)”.
Reposo y movimiento, inquietud y serenidad. Emociones pasajeras, sentimientos hondos. Los sentimientos, un mar que inunda todo lo humano en intensidades diversas, sin anular, desde luego, las otras facultades. Pensar, sentir, querer se hermanan. Hemos de distinguirlos sin separarlos; juntos configuran nuestro talante. ¿Cuánto de cada uno? La medida, asunto difícil. Por defecto o carencia, se llega a la superficialidad, la impasibilidad o a la pusilanimidad. Por exceso se cae en el racionalismo frío, el sentimentalismo desbordante o el voluntarismo rígido. Encontrar la medida tiene mucho de labor de jardinería: podar aquí o allá, armonizar tamaños y colores, cuidar las luces y las sombras; sembrar y esperar. Es difícil ordenarse en los pensamientos, más difícil es ordenarse con los sentimientos. Siente el cuerpo, siente el ánimo, siente el espíritu. Y no todos los sentimientos son fácilmente comunicables. Los hay que se notan en los ojos y los hay, también, de los que apenas alcanzamos a balbucear unas pobres expresiones.
La razón piensa, la voluntad quiere y el sentimiento siente. Y lo ordinario es que, mientras no entremos en automático, en cada acto comparece toda nuestra persona. No siempre las tres van de la mano: sé, quiero y siento al unísono. Ya nos gustaría llegar a esa simetría vital. Sin embargo, unas veces, sabemos, pero no queremos; otras veces queremos, pero no tenemos ganas. De todo, como en botica. Lograr la armonía entre claridad de pensamiento y calidez de corazón, decisión firme y cordialidad en el trato es lo propio de la aventura existencial. En cualquier caso, los sentimientos juegan un papel crucial en el arte de ser feliz. Haecker, en este aspecto, es muy claro y afirma que “la forma pura y originaria del sentimiento es la felicidad”. En los sentimientos, entendidos en toda su gama y profundidad, nos jugamos la dicha o desdicha de la narrativa personal.
Los sentimientos no son, en cualquier caso, la trastienda del ser humano. Están en lo corporal y en lo anímico; están, también, en el espíritu. Tienen carta de ciudadanía propia y hemos de contar con ellos. Por ejemplo, bien la idea del voto informado en las urnas, pero los electores no somos razón pura, los sentimientos también votan. El paradigma tan recurrido del consumidor racional, que toma decisiones en el mercado (política, economía, cultura, empresa), buscando maximizar sus beneficios es un reduccionismo metodológico que ignora la integridad del ser humano. Ahí están las razones del corazón que la razón no entiende de Pascal, el buen amor en el alma para pensar bien de Carlos Cardona para recordarnos cuan entrelazadas están todas las dimensiones de la condición humana.
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