Comentario de Mons. Díaz en el Domingo de Ramos

El ramo y la cruz

Mons. Díaz Domingo Ramos
Domingo de Ramos © Cathopic. Boletín Salesiano

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del 10 de abril de 2022, Domingo de Ramos, titulado “El ramo y la cruz”.

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Isaías 50, 4-7: “No aparté mi rostro de los insultos, y sé que no quedaré avergonzado”

Salmo 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Filipenses 2, 6-11: “Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó”

Pasión de Nuestro Señor Jesús según San Lucas 22, 14-23, 56.

 


Para San Lucas todo gira en torno a una subida a Jerusalén donde se manifestará el triunfo, la pasión y la resurrección. Así coloca una única entrada en Jerusalén, llena de alegría, de simbolismos y de júbilo. Cada palabra tiene una intención y una fuerte carga simbólica, desde el burrito que nadie ha montado, hasta las alabanzas bíblicas y la oposición de los fariseos. Jerusalén “recibe a su rey que viene montado en burrito, hijo de asna” como lo predijo el profeta. Él es el rey que rompe los arcos de guerra, el rey de la paz y de la sencillez, un rey que los pobres aclaman con espontaneidad, al que se acercan y en el que ven cumplidas todas sus esperanzas. Jesús reivindica un derecho regio retomando las promesas del Antiguo Testamento pero al mismo tiempo excluye las falsas esperanzas de un mesianismo militar y una paz sostenida con las armas y el poder. Jesús no se apoya en la violencia, no emprende una insurrección contra Roma. Su poder es de carácter diferente, reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, y en la pobreza y pequeñez de sus seguidores. Los mantos, los cantos, los ramos, son signos evidentes de una realeza. Las palabras, “¨Paz en el cielo y gloria en las alturas”, retoman el anuncio de los ángeles cuando llegaba el salvador a la tierra. Todo parece una alabanza jubilosa en el momento de aquella entrada, se siente la esperanza de que la hora del Mesías ya hubiera llegado, al mismo tiempo parece una procesión y súplica de que sea instaurado el reinado de Dios sobre el pueblo de Israel. Todos parecen tan comprometidos: los apóstoles, las masas que se entregan fervorosas, los cánticos y hasta los indiferentes que se unen al homenaje.

¿Un triunfo de Jesús? ¡Qué difícil decir que es un triunfo! Ciertamente es una manifestación de un rey, pero muy distinto a los otros reyes… y cuando comienzan los problemas, comienzan las dudas, las deserciones, las negaciones y se inicia la debacle. Domingo de Ramos nos presenta en unos cuantos minutos lo que sucede en la vida real de los cristianos y seguidores de Jesús: del encanto y la sublime alabanza se pasa a los vituperios de la pasión, a los insultos y agravios, a los golpes y agresiones, a la condena y a la muerte. ¿Hemos entendido la realeza de Jesús? ¿No nos pareceremos un poco, o un mucho, no solamente a la turba que parece cambiar constantemente de parecer, sino a aquellos íntimos, a los más cercanos, que también caen en la alabanza fácil para después emprender la huida vergonzante? La multitud, entendemos, cambia rápidamente de pensamiento y de corazón, siguiendo el correr de los vientos, pero ¿los discípulos? ¿Los más cercanos? ¿Los que tienen autoridad? ¿Hemos divorciado el ramo, de la cruz y el triunfo, del fracaso?

 Contradicción: los discípulos que tanto gritaban y vitoreaban después no son capaces de velar una hora con el mismo Maestro, se dispersan ante las dificultades y lo dejan solo en su agonía. Nosotros ensalzamos y vitoreamos al Señor Jesús, pero después no somos consecuentes en la construcción del Reino, queremos una religión a nuestro modo que no nos exija ni vaya en contra de nuestros gustos y ambiciones. Nos falta coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Nos escandalizamos de Judas porque con un beso traiciona al Maestro y lo vende por unas monedas y buscamos entre la oscuridad la razón de su traición… pero después también nosotros traicionamos al Maestro en cada uno “de estos pequeños”, cuando nos interesan más nuestras ganancias, la moneda fácil, el negocio corrupto o la ideología intransigente.

Somos débiles como Pilato que aunque “no ha encontrado ningún delito” se atreve a darle un escarnio y después de exhibirlo como más repugnante que Barrabás, autoriza que lo crucifiquen ante la gritería de un populacho manipulado. Somos débiles porque no somos capaces de luchar contra la injusticia y la corrupción que condena al inocente y al desamparado; que tememos los gritos e insultos de una masa manipulable que se rinde ante el poder del dinero y de la poderosa globalización, que condena a muerte a inocentes víctimas, y da libertad a grandes estafadores y criminales. Nosotros nos lavamos las manos y acusamos a los demás, pero somos débiles para defender al Jesús víctima inocente que cae entre las ruedas de la gran maquinaria del poder. Como Pedro fanfarroneamos diciendo que no actuaremos igual, seremos fieles y lo seguiremos a donde quiera que vaya, pero después temblamos de miedo ante el reto de seguir sus caminos, vivir su doctrina y  tomar su cruz. También nosotros temblando decimos: “No lo conozco, no sé de qué me hablas, no soy su seguidor”. Tanto miedo nos da la cruz, tanto miedo nos da el dolor y la entrega generosa.

Domingo de Ramos nos presenta el gran reto de ser coherentes. Decirle a Jesús un “Bendito el que viene” y sostenerlo con nuestra vida. Seguir sus pasos, uno a uno, con nuestra cruz. Contemplar su entrega a plenitud y junto con el oficial romano exclamar: “Verdaderamente éste es el Hijo de Dios”. ¡Qué ironía! ¡Uno de los extranjeros es el que lo reconoce! ¿Cuál es nuestra actitud esta Semana Santa y en nuestra vida cotidiana? Al mirar a Jesús hoy renovemos nuestro esfuerzo por aprender a pensar, sentir, amar y vivir como Jesús y hacerlo con coherencia. Esto es lo que debería de estar en el corazón de todo creyente. Sus dificultades ha de tener al iniciarse con la celebración de una entrada triunfal muy especial, para después, y a partir de la proclamación del evangelio de este día, manifestarse en la entrega plena, dolorosa, de amor y compasión por todos los hombres. Semana Santa es la manifestación de la misericordia de Jesús. Su donación, su cruz, muerte y resurrección, serán el grito que clama por la vida en una cultura de muerte, corrupción y mentira. Hoy acompañemos a Jesús con gritos de alegría y hosannas, pero durante toda la semana acompañémoslo en su pasión, muerte y resurrección. Somos sus discípulos ¡Vivamos esta semana con Jesús!

Dios, lleno de amor y de bondad, que has querido entregarnos como ejemplo de humildad a Cristo, nuestro salvador, hecho hombre y clavado en una cruz, concédenos vivir según las enseñanzas de su pasión, para participar con Él de su gloriosa resurrección. Amén