Crónica desde Asís

… la Justicia y la Paz se abrazan. Salmo 85 (84), 11

(C) Vatican Media
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En la región italiana de Umbría, Asís se destaca sobre la colina de la parte baja del monte Subasio. Es una pequeña ciudad amurallada que preserva su estructura medieval y sus edificaciones están construidas con una piedra entre beige, blanco y rosa pálido, que, con la luz del sol y las sombras variables, ofrecen un espectáculo visual inagotable. Este se encuentra en armonía con el impresionante paisaje del valle de Asís que, al pie del Subasio, se extiende de este a oeste: desde la ciudad se puede apreciar la extensión de los campos cultivados o aún en siembra, con los colores marrones y verdes en diversos matices –ahora salpicados con franjas y puntos del amarillo intenso característico del inicio del otoño–, espacios que se encuentran interrumpidos o continuados, según se vea, con los distintos pueblos y casitas de la región.

Asís y sus alrededores giran en torno a la celebración de las figuras de San Francisco y de Santa Clara, quienes, vale la pena recordarlo, en el siglo XIII renunciaron a sus posesiones –que no eran pocas–, dejaron su ciudad y atravesaron sus murallas para optar por una vida de pobreza y con ello hallar la plena libertad en la entrega amorosa a Dios y así hacer posible la auténtica fraternidad humana, fundamento de la paz. Muy cerca, precisamente en varios lugares de ese valle y en las faldas de la montaña pueden verse desde la ciudad las huellas de los episodios vitales que registra su historia. Asimismo su recuerdo e inspiración se conserva y estimula, en particular por las muy visitadas basílicas dedicadas a su memoria y que guardan sus restos mortales, una construida en el lado este, la de Santa Chiara, y la otra en el extremo occidental, la de San Francesco con su Sacro Convento, visible desde cualquier punto en el valle. Y a pesar de que el turismo concurre en forma incesante a Asís, bien por peregrinación devota y religiosa o por su atrayente y muy significativo arte medieval, singularmente el de los frescos de la Basílica de San Francisco, el vivir en la pequeña ciudad no deja de ofrecer cierta paz y la sugestiva invitación a la meditación gracias al aire diáfano y a su memoria, al recorrido de las estrechas y silenciosas callecitas que suben o bajan a un espacio de sorpresa, a la particular piedra assisiana de sus muros que nos trasladan en el tiempo, al tañido de las campanas que anuncia el pronto inicio de la misa en una de las iglesias y al colorido paisaje agrícola del valle –incluyendo sus rastros franciscanos para quien sepa descubrirlos– que lleva a pensar que lo urbano y lo rural pueden no estar separados.

Justamente en este ambiente, propicio en muchos sentidos, con el interesante preludio el 25 de septiembre de la quincuagésima Marcha por la Paz a través del trayecto entre Perugia y Asís (curiosamente antiguas ciudades rivales durante la época de la juventud de San Francisco) y a la que se juntaron decenas de miles personas, el pasado 27 de octubre se celebró en Asís, por intermedio de Benedicto XVI, el encuentro interreligioso Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo. El Papa no sólo conmemoraba con ello el 25° aniversario de la primera reunión en Asís que realizó su predecesor Juan Pablo II con un numeroso grupo de representantes de distintas religiones para orar por la paz, sino que también el evento se reeditó bajo el lema Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz con la presencia de más de trecientas cabezas de diversas confesiones y religiones, incluyendo además algunos no creyentes, con el fin de orar, meditar y sumar voluntades por la paz. El acto se llevó a cabo en dos partes, la primera en la Basílica de Santa María de los Ángeles, a unos cinco kilómetros al sur del centro histórico de Asís, y la segunda en la Plaza Inferior de San Francisco, junto a la Basílica del Santo.

El hecho de encontrarse perspectivas y creencias distintas, que, sin renunciar a la especificidad de su peregrinaje vital tras la verdad, buscan en el acercamiento para dialogar y comprometerse en la construcción común de la aspiración humana –la elevación de la dignidad y la concordia pacífica de todos los hombres y mujeres– es de por sí un acontecimiento extraordinario y a la vez necesario, no sólo porque se convierte en evidencia real de la posibilidad a la que se aspira en ese preciso momento, sino que también coloca bases firmes para que ello pueda intentarse en el compromiso personal y comunitario de las acciones y enseñanzas de cada camino. De algún modo, se me ocurre así llamarla, es una celebración de la fraternidad de la diversidad en el peregrinaje genuino. Como ejemplo del espíritu que animó a los “peregrinos” reproduzco apenas unos fragmentos de algunos de los discursos ofrecidos por los asistentes, distintas lecciones para nuestra reflexión.[1]

Benedicto XVI: “A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir – y nosotros lo repetimos con vigor y gran firmeza – que esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción. Contra eso, se objeta: Pero, ¿cómo sabéis cuál es la verdadera naturaleza de la religión? Vuestra pretensión, ¿no se deriva quizás de que la fuerza de la religión se ha apagado entre vosotros? Y otros dirán: ¿Acaso existe realmente una naturaleza común de la religión, que se manifiesta en todas las religiones y que, por tanto, es válida para todas? Debemos afrontar estas preguntas si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. (…) Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.

El patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I: … el diálogo debe conducirnos a “considerar al otro como sujeto de relación y no como objeto de indiferencia”, “porque es en la indiferencia donde nace el odio, es en la indiferencia donde nace el conflicto, es en la indiferencia donde nace la violencia (…) Contra estos males, sólo el diálogo es una solución posible y a largo plazo (…) no vivimos únicamente los unos contra los otros, o los unos al lado de los otros, sino, sobre todo, los unos junto a los otros, en un espíritu de paz, de solidaridad y de fraternidad”.


El rabino David Rosen, director del departamento de Asuntos Interreligiosos de la American Jewish Committee (AJC): “Una peregrinación es, por definición, mucho más que un viaje. Las palabras hebreas para peregrinación son ‘aliyah la’regel’, expresión que significa ‘subida a pie’, un concepto que tenía un significado tanto literal como espiritual: literal porque se subía desde los montes de Judea hasta el Templo de Jerusalén, espiritual o simbólica en el sentido de subir hacia Dios. (…) Este concepto de peregrinación, de ascenso, es central en la visión profética del establecimiento del Reino de los Cielos en la Tierra, la visión mesiánica de paz universal.

Kyai Haji Hasyim Muzadi, Secretario general de la Conferencia Internacional de los Estudiosos Islámicos (ICIS): “… muchos problemas entre los hombres sobre esta tierra, vienen de los que siguen una religión”, pero esto no significa “que los problemas que surgen entre los hombres que pertenecen a una religión sean originados por la religión misma”. Lo que genera conflictos y tensiones es el simple hecho de que “las religiones auténticas (…) pueden tener seguidores que no son capaces de comprender su carácter saludable de manera plena y completa”, una carencia que puede llevar “a la distorsión de la religión misma (…) Toda religión posee identidad propia”, pero “un carácter común de toda religión es la esperanza para la creación de armonía entre los hombres, paz, justicia y prosperidad y un mejor nivel de vida”. Para llegar “a una armonía y coexistencia duraderas entre las religiones (…) no se debería y no se debe cambiar lo que es distinto, y no se deben imponer los puntos de vista que no se comparten. (…) Nuestro deber, como comunidades religiosas, es el de llevar a todos los creyentes la libertad de comprender verdaderamente el propio destino, y de corregir las comprensiones equivocadas de las religiones que llevan a conflictos sociales entre la humanidad”.

Julia Kristeva, representante de los “no creyentes” o agnósticos comenzó citando las célebres palabras de Juan Pablo II que invitaban también a resistir el totalitarismo: “¡No tengáis miedo!”: “El llamamiento de ese Papa, apóstol de los derechos humanos, nos empuja también a no temer a la cultura europea, sino, al contrario, a osar el humanismo. (…) Osamos apostar por la renovación continua de las capacidades de hombres y mujeres de creer y conocer juntos. Para que en el ‘multiverso’ de vacío, la humanidad pueda perseguir todavía su propio destino creativo a largo plazo (…) El encuentro de nuestras diversidades aquí, en Asís, atestigua que la hipótesis de la destrucción no es la única posible. (…) La era de la sospecha no es ya suficiente (…) frente a la crisis y a las amenazas que se agravan, ha llegado la era de la apuesta: osemos apostar por la renovación perpetua de las capacidades de los hombres y de las mujeres para creer, a fin de que la humanidad pueda proseguir todavía durante largo tiempo sus destino creativo (…) Tras la Shoah y el Goulag, el humanismo tiene el deber de recordar a los hombres y a las mujeres que si nos consideramos los únicos legisladores es sólo por la puesta en cuestión continua de nuestra situación personal, histórica y social, por lo que podemos decidir sobre la sociedad y la historia. (…) La memoria no es algo pasado: la Biblia, los Evangelios, el Corán, el Rigveda, el Tao nos habitan hoy. Para que el humanismo pueda desarrollarse y refundarse, ha llegado el momento de retomar los códigos morales, construidos en el curso de la historia, sin debilitarlos, para problematizarlos, renovándolos de acuerdo a las nuevas singularidades.

No obstante la relevancia del acto en Asís, resulta llamativo cómo este importantísimo suceso apenas fue reseñado en la prensa en general, dejando de advertir lo significativo de este encuentro, así como su reconocimiento, su compromiso y su apuesta al futuro desde la construcción presente. Al parecer no fue una noticia “rentable”, o tal vez ello no es más que la evidencia del escepticismo general ante las buenas intenciones. Pero quizás los llamados de conciencia requieren un silencio íntimo y un mayor tiempo de maduración interior si en verdad aspiran a ser efectivos. Me viene a la mente una frase de Mariano Picón-Salas que escribió en un ensayo titulado “Los Anticristos” (1937), precisamente cuando soplaban los aires de guerra en Europa y luego de ver los impresionantes frescos de Luca Signorelli en la capilla de San Brizio, en la hermosa Catedral de Orvieto, también en Umbría, a poco más de 90 kilómetros de Asís. Relacionando aquellas poderosas imágenes apocalípticas del pintor cuatrocentista con las oscuras fuerzas totalitarias que aparecían en aquellos momentos como invencibles, el escritor venezolano apuesta por la esperanza: “Creer en la Justicia es ya una manera de realizar la Justicia”. Pasaron los años con muchos desmanes, pero esos totalitarismos cayeron. Sin embargo, la tarea justa y de búsqueda siempre nos resultará inacabable por la propia naturaleza de nuestra fe en ella. De allí que en esta apuesta por la paz podemos comenzar por apreciar y creer en su posibilidad como lo han hecho estos peregrinos de Asís. Cruzar las propias murallas que nos encierran y limitan –como un recuerdo simbólico de Francisco y Clara de Asís– para buscar el entendimiento y la conciliación parece la opción necesaria en la apuesta por la construcción de la verdadera paz. “A medida que vamos por caminos separados ­­­–señala Benedicto XVI en el discurso de despedida a las delegaciones que participaron en el encuentro de Asís–, extraigamos de esta experiencia las fuerzas y, donde quiera que estemos, continuemos renovando este viaje que nos conduce a la verdad, la peregrinación que conduce a la paz”.

[1] Las citas del discurso de Benedicto XVI son tomadas de la página http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2011/october/documents/hf_ben-xvi_spe_20111027_assisi_sp.html y la de los otros participantes de la página http://www.zenit.org/date2011-10-28.