¡Fuera miedos! Cómo barrerlos todos

Vídeo semanal de Se Buscan Rebeldes

Cuáles miedos
Tener miedo © Alba Montalvo

Ofrecemos a los lectores el vídeo semanal del canal de evangelización católico Se buscan Rebeldes, hoy la religiosa carmelita samaritana del Corazón de Jesús, la hermana M. Olga María del Redentor, plantea ¿Cuáles son tus miedos? Y, ¿por qué tenemos miedo? para responder a estas preguntas que nos asaltan a todos en algún momento de nuestra vida buscando las raíces de nuestros miedos para encontrar la manera de superarlos.

***

El miedo, algo muy humano

El miedo no es algo extraño, ni casual, ni gratuito, ni genético… ni nada de eso; el miedo es algo muy muy muy humano, que en principio no es bueno ni malo… pero que puede convertirse en algo fatal cuando se constituye en tu dueño, en el motor de tu vida…

Para ser exactos hay que decir que, si el miedo es tu motor, directamente no funcionas. El miedo es humano y no nos tiene que asustar, pero no podemos dejar que se convierta en un dictador. La dictadura del miedo es de lo más alienante y despersonalizante. En el plano natural no nos deja crecer, ni desarrollarnos, ni ser felices… y en el plano sobrenatural el descalabro es muchísimo mayor: Dios nos ha destinado a volar y el miedo hace que no seamos capaces de levantarnos ni un centímetro del suelo. Por eso creo que es importante hablar de ello y mirar a nuestros miedos de frente: para intentar comprenderlos y combatirlos. Tenemos que luchar sin rendirnos para erradicarlos de nuestra vida.

Si leemos en el Evangelio el pasaje de la tempestad calmada, que es uno de los relatos en que vemos una escena de miedo y el comportamiento de Jesús ante nuestro miedo, escuchamos que una de sus preguntas es esta: ¿Por qué teméis? (Mc 4, 40), no “a qué”, si no “por qué”. No a qué tenéis miedo, sino la causa de vuestro miedo.

Y a continuación sigue preguntando: ¿Por qué no tenéis fe? (Mc 4, 40) ¿Por qué razón formula las dos preguntas seguidas?

Mirad: en el Evangelio ninguna palabra está de más, ni de adorno, ni para embellecer el texto; todas las palabras que están en el Evangelio y en la Biblia en general, son Palabra de Dios y están llenas de contenido, no hay ninguna palabra que esté ahí para ocupar sitio, todas tienen su razón de ser. Otra cosa es que lleguemos a comprender -o no- el sentido profundo de cada palabra de la Sagrada Escritura. Pero ninguna palabra, ni el modo en que han sido redactadas o presentadas, son casuales, ni menos aún con fines retóricos o estilísticos. Por eso cuando Jesús pregunta primero: ¿Por qué tenéis miedo? Y a continuación: ¿Aún no tenéis fe?, eso ya -de entrada- nos está diciendo que la fe y el miedo, esas dos cuestiones, están ligadas.

Miedo y fe

Miedo y fe son los dos contrarios que están continuamente presentes en el corazón humano. Muchas veces creemos que el antagonismo del miedo, lo contrario del miedo, es la valentía, el valor… ¡pues es mentira!, lo contrario del miedo es la fe, la confianza. El miedo no se vence a fuerza de valor, sino a fuerza de fe, de confianza que es el grado más elevado de la fe.

La Palabra de Dios, la Biblia, desde el principio hasta el final, nos interpela, nos zarandea y nos habla repitiendo muchísimas veces: ¡NO TEMAIS!, ¡NO TENGAIS MIEDO! (Mt 14, 27) La Virgen en la Anunciación recibe ese consejo: ¡NO TEMAS, MARIA! (Lc 1, 30)

Luego el miedo es algo que no es ni bueno ni malo; es más malo que bueno, pero más que calificarlo como malo o bueno… deberíamos simplemente afirmar que es parte de la realidad humana, y que generalmente nos hace mal y nos lleva al mal.

A veces creemos que el miedo tiene que ver con la debilidad, que es consecuencia de la fragilidad… Ese es otro gran error que cometemos ¡no! el miedo Como os digo es parte de la naturaleza humana. El mismo Jesús sintió miedo, hasta sudar sangre, pero no se dejó paralizar por sus miedos, sino que los superó con la confianza en el Padre.

En la Anunciación, cuando a la Virgen le dicen: “No temas, María”, es porque en Ella, en quien no había pecado, sino plenitud de gracia, el miedo podía estar presente y lo primero que hace el ángel es tranquilizarla: “No temas, María”.

El miedo no es algo malísimo o contrario a la naturaleza humana, es parte de nuestro modo de ser y por eso Dios nos lo repite muchas veces, porque cuenta con ello: ¡NO TEMAIS! ¡NO TENGAIS MIEDO! (Mt 14, 27)

Los motivos de nuestros miedos

Los motivos de nuestros miedos son muchos: tenemos miedos variados, como el miedo del niño, del enfermo, del pobre, del que es agredido, del moribundo, del perseguido… por citar algunos de los miedos más frecuentes y habituales, aunque el elenco es amplísimo. Hoy puedes tener miedo a perder el amor de tu vida, a no llegar a fin de mes, miedo a una persona o a una situación que te supera, miedo a sufrir y no ser capaz de llevarlo…

Pero la causa, el por qué profundo, del miedo se remonta al principio de la Escritura, más concretamente al jardín del Edén, al Génesis, al comienzo… y dice el relato: “Adán y Eva oyeron los pasos del señor Dios y se escondieron de su vista entre los árboles del jardín, pero, el señor Dios los llamó. Llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Y él respondió: “Oí tus pasos en el jardín, me entró miedo porque estaba desnudo y me escondí”. (Gn. 3, 8-10)

El miedo entra en ese momento en el mundo y no va a desaparecer ya jamás, pero no como hijo de la desnudez, como pretende hacernos creer Adán, sino que el miedo es hijo de otro padre. El hombre y la mujer no se esconden por pudor, en realidad se esconden porque tienen miedo de Dios.

Han pecado y la primera consecuencia de ese pecado es que imaginan a Dios no como es en realidad: todo amor, bondad y misericordia. Ellos imaginan a Dios, como le hemos imaginado muchas veces: dentro de una lógica culpa-castigo, pecado-penitencia, que no es real, pero… El miedo nos viene, la mayoría de las veces, de no estar en la realidad de Dios.

Adán y Eva ni siquiera son capaces de imaginar por un momento la posibilidad de la misericordia. Entonces… nuestro mal, nuestro pecado, sin la posibilidad de la misericordia, nos lleva al MIEDO DE DIOS, a tener miedo de las represalias que pueda tomar Dios contra nosotros por haber obrado mal.

El miedo viene de una deformación del Rostro de Dios. Nadie nos lo dice, pero es la raíz profunda de todo miedo. Desconocemos a Dios, imaginamos a Dios de una manera que no es real, porque Dios no es así y… ¿qué nos pasa? ¿qué les pasa a nuestros primeros padres? Como no son capaces de imaginar la posibilidad de la misericordia frente a lo que han hecho mal, reaccionan de una manera muy normal, muy lógica y muy natural: huyendo y escondiéndose para evitar un castigo.

Ellos no son capaces de concebir la posibilidad de la misericordia de Dios, con lo cual son incapaces de dialogar con Dios y lo único que hacen es esconderse o… la otra cosa que se hace cuando uno está con miedo es arañar y agredir para defenderse.

Si pensáramos en la posibilidad de la misericordia y la tuviéramos presente, nuestras reacciones serían totalmente diferentes. Por lo tanto… podemos afirmar que el temor no es hijo de la desnudez, sino hijo de la falta de confianza, así de sencillo.

Generalmente, cuando pensamos en el pecado original, pensamos en una transgresión, en una prohibición, en una desobediencia. Consideramos que la desobediencia de Adán es el primer pecado y de ahí derivan todos los males. Esto es cierto, pero solo en parte; mirar el primer pecado de esa manera, es enfocar el pecado de una manera muy superficial, porque la realidad es otra: el primer pecado viene de una deformación del Rostro de Dios. Vamos a verlo.

¿Cuál fue la tentación del demonio? “Mirad, es verdad que Dios os ha dado mil árboles para disfrutarlos, pero, no os ha dado el mejor. El mejor se lo ha reservado para Sí ¿Por qué? Porque Dios tiene miedo de vosotros, está celoso, y os ha prohibido lo mejor, os ha ocultado lo más importante. No os fieis de Dios, Dios no es bueno, Dios os está engañando…” esa es la tentación.

Y ellos se creen que de verdad Dios es mentiroso, que les está engañando y -en definitiva- que no es bueno. Porque…  realmente Dios actúa de esa manera, que nos da mil árboles, pero se guarda para Sí el mejor… entonces es verdad que no es bueno. Y ahí tenemos el principio de la tentación: el no confiar en la bondad de Dios; y cuando no confiamos en la bondad de Dios y en que Dios nos ama ilimitadamente y nos da siempre lo mejor, aunque no le entendamos, cuando empezamos a dudar y a desconfiar… rápidamente, fácilmente, se peca.

¿Por qué? Porque si empezamos a dudar de Dios, de Él y de su bondad, lo primero que llega a nuestro corazón es la turbación, el desasosiego, la falta de paz, la desconfianza… y si nos creemos que Dios no es bueno, pero al mismo tiempo veo que es muy superior a mi…  me angustio y empiezo a sentir miedo.

Lógicamente, ante un poder muy superior a mí -y sabiendo que no es bueno- empiezo a sentir temor… y empiezo a desobedecer, me escondo, intento “engañarle”… en definitiva me alejo de El y ese es el pecado: huir de El y alejarme, movida por el miedo, buscando protegerme. Con eso “justifico” mis mentiras, el egoísmo y la muerte en todas sus manifestaciones.


Por lo tanto, la argucia más grande del demonio ¿cuál fue? Inducirles a la desobediencia, sí. Pero ¿cómo pudo inducirles a la desobediencia? Deformando el rostro de Dios y llevándoles al miedo y a la desconfianza.

Y… ¿Cuál es la respuesta de Dios a nuestro recelo, a nuestro miedo y nuestra desconfianza? Pues nada más y nada menos que la Encarnación. ¡¡TOMA YA!! Esta fue su “súper-idea”: hacerse uno de nosotros, darnos a su Hijo y justamente Jesús viene a mostrarnos el verdadero Rostro del Padre. Y… solamente el modo que tiene El de venir, que es bajo la apariencia más sencilla y más frágil, la de un niño recién nacido, es lo que desmonta y fulmina el concepto de un Dios temible, porque Jesús nos muestra un Dios tierno, amable y en quien se puede confiar.

Adán y Eva se creen la imagen de Dios que la serpiente les ofrece: un Dios que quita y no un Dios que da, un Dios que roba la libertad, un Dios a quien le importa más su ley que la felicidad de sus hijos, un Dios con una mirada justiciera del que se ha de huir en lugar de salir a su encuentro… y -en definitiva- un Dios de quien no podemos fiarnos. Y si se nos quita la confianza en Dios… somos los seres más frágiles y vulnerables: nos caemos con todo el equipo a la primera de cambio y sobre la marcha.

La confianza en Dios

Si no tenemos confianza en Dios nos ahogamos, no podemos vivir, no podemos respirar y ese es el gran drama de la humanidad: que no nos creemos que Dios es bueno. Ese es el drama más grande mundo actual, que se han empeñado en decirnos que Dios no es bueno, y esa mentira perversísima está conduciendo al mundo al caos y a una infelicidad similar a la que reinaba antes de la Redención: no hay esperanza y no hay alegría. Nos sentimos absolutamente solos, desprotegidos y abandonados a un destino cruel e incierto. Esto es mentira, pero es a la conclusión a la que se llega cuando se pierde la confianza en la bondad y el amor de Dios.

Aquí llegamos cuando nos creemos que Dios no existe y si existe… sería mejor que no existiera porque es un desalmado a quien no le importamos en absoluto… A partir de ahí la vida humana pierde el sentido e inevitablemente sobreviene el pecado y con él la muerte que el pecado conlleva. Lo peor que nos puede suceder es equivocarnos sobre Dios, porque después nos equivocaremos sobre todo: sobre la historia, sobre la humanidad, sobre nosotros mismos, sobre el bien y el mal, sobre la vida… Si no encontramos el rostro bondadoso de Dios, nunca veremos el mundo tal y como es, como lo ve Dios.

Así que… que nos quede claro que el primer pecado, es un pecado que va contra la fe, contra la confianza, y viene del miedo. El corazón lleno de miedo de Adán, es la consecuencia de un rostro de Dios que es temible y Jesús viene al mundo para iluminarnos y mostrarnos el verdadero rostro de Dios.

Estábamos diciendo que la respuesta de Dios a nuestra desconfianza, es entregarnos un bebé para nosotros y… cuando cada uno de nosotros recibamos ese Bebé, a ese Pequeñito -porque así hemos de recibirle- tendrá que plantearse qué va a hacer con El: ¿Lo va a acariciar, lo va a cuidar, lo va a observar para aprender de El, lo va a adorar, lo va a poner en el centro de su vida y va a dejar que la llene por completo porque va a ser lo más importante? O… ¿lo va a maltratar, lo va a orillar, lo va a ignorar? Esta es una decisión libre y personal de cada uno y -hagamos lo que hagamos- Dios no va a cambiar su plan, que es seguir fiándose de nosotros, aunque nosotros no confiemos en El.

Pero si no logramos fiarnos plenamente de Dios, contemplando a Jesús recién nacido, con todas las circunstancias que rodearon su nacimiento, y tampoco logramos fiarnos de El contemplando a Jesús en el Calvario, moribundo, con todas las circunstancias que rodearon su muerte… yo creo que nunca vamos a conseguir fiarnos de Dios.

Si mirando a Jesús no logramos confiar ciegamente en El… a mí me parece que Dios no puede “inventar” nada más grande para demostrarnos su amor y suscitar nuestra confianza, que entregarnos a su Hijo la manera que nos lo ha entregado.

Dios no hace otra cosa que tenernos presentes a cada uno de nosotros como si fuéramos únicos y no existiera nadie más: es una solicitud continua e ilimitada. Está atento a mi pestañeo, a los cabellos de mi cabeza, a mi respiración y a todo lo que yo soy, porque estoy continuamente en su Presencia y está atento a mí, y cuidándome a mí como si nadie más existiera.

Soy para él lo más importante -cada uno de nosotros puede decir eso- soy para Dios lo único y lo más importante, y no tenemos ningún derecho a dudarlo. Otra cosa es que considerarlo así no es fácil, y perdemos esa perspectiva, pero… es la verdad. Dios considera a cada persona más importante que a Sí mismo y esto es verdad.

Si nos creyéramos esto de verdad… el miedo desaparecería para siempre de nuestra vida. El problema es que somos muy cortitos, muy limitaditos, y se nos olvida a cada paso y hay que estar continuamente resituándose -o necesitamos que alguien nos resitúe- colocándonos continuamente en la perspectiva correcta y verdadera de las cosas. Aunque también Dios cuenta con que se nos olvida, y entonces… lleno de paciencia -que para eso es Padre- espera, deja que nos aclaremos, y vuelve a esperar a que nos resituemos… ¡pero esta es la verdad!

Si realmente lo tuviéramos guardado en la cabeza, en la mente y en el corazón y nos lo creyéramos de verdad, el miedo desaparecería para siempre de nuestra vida.

Los miedos, las inseguridades, todo eso que a veces nos tortura… es porque se me olvida que yo estoy ante Dios, continuamente cuidada como si no existiera ningún otro ser más en el universo. Y a esto me tengo que aferrar para poder ser como Jesús y dormirme en plena tempestad, porque… donde no hay temor ni duda… ¿a mí que me importa si las olas miden cinco metros? ¡¡Como si miden veinticinco!! si mi padre es el capitán del barco, él es el que me cuida y no tengo miedo.

Me da igual lo que pase por fuera, mi barco no se va a hundir… y en esta seguridad descanso.

Lo que pasa es que querríamos vernos libres de la lucha, querríamos vernos libres del huracán, de las altas olas y querría, sobre todo, tener un cielo sereno, una luz clara, una ruta trazada para saber por dónde tiene que ir mi barca para llegar sin percances a la otra orilla… y como no tenemos eso nos cuesta confiar y nos desconcertamos. Y a veces nos mosqueamos y nos enfadamos con Dios… queremos controlarlo todo y suplantar al mismo Dios.

El papa Benedicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret, explica que tenemos tanta luz como necesitamos para dar el siguiente paso y así sucesivamente: ahora tenemos luz para dar el siguiente paso, no el que haya que dar mañana, ni dentro de un mes. No necesitamos más luz que la precisa para vivir este presente.

Exigir luces sobre el futuro y que nuestro porvenir esté iluminado con seguridades… es ir contra la confianza. Pretendemos seguridades que nos tranquilicen y Dios nos da la más importante certeza en la que ha de ir fundamentada toda nuestra vida: que El nos ama.

Esta certeza es nuestra seguridad, la que nos da paz y en la que podemos descansar.

El miedo se vence con fe y confianza

Jesús nos enseña una cosa muy importante, que hay un solo modo de vencer el miedo y ese modo es la fe y la confianza; no la religión, sino la fe. Una cosa es ser un católico ejemplar, que de esos hay un montón, y otra tener fe y confianza en el corazón. No vale ser una persona muy religiosa, hay que ser una persona de fe profunda.

Esto que digo… sé que puede sonar muy escandalizante, pero me da igual, porque es la verdad: como no tengas fe profunda en el corazón, todo lo demás se queda en el exterior y se torna vano y vacío.

Religión y fe son dos términos que confundimos y -en un vistazo superficial- parece que hacen referencia a la misma realidad y ese es un error de bulto, pero muy muy frecuente. La religión, cuando la vives como un mero cumplir cosas, es cuando tú haces a Dios a tu medida y lo usas para lo que te conviene o necesitas, y la fe es cuando te haces a ti mismo a la medida de Dios y él te usa, te lleva, te trae… esa es la diferencia.

Conclusión

Por eso, si tienes miedo…. Si sientes que tus miedos te paralizan…no te preocupes. Eso quiere decir que tienes corazón y sientes, pero si quieres superar tus miedos, mira a Jesús y descubre el verdadero rostro de nuestro Padre Dios, que nos quiere con locura, que es rico en misericordia (Ef 2, 4), y que estás continuamente en su presencia… Entonces podrás descubrir que el miedo no se vence con tu sola fortaleza personal, a base de esfuerzo y empujones… sino que el medio para vencer al miedo es la fe y la confianza en Dios. Así podrás encontrar la alegría profunda en medio de las tempestades de tu vida, y podrás decir: «Jesús, yo confío en ti».

Y no lo olvides. Dios te quiere… y te quiere feliz.