Educar para el éxito, o el éxito de educar

Educar para ser la mejor persona posible, con los más altos valores, hagas lo que hagas y llegues donde llegues

La primera en la frente. El título de este artículo incluye dos veces el verbo EDUCAR, por tanto voy a referirme a la labor específica de los padres.

Si fuera a hablar de los profesores hablaría de enseñar.

Si fuera a hablar de colegios hablaría de escolarizar.

Lo digo para evitar expectativas equivocadas respecto al fondo de la cuestión.

Yo considero que EDUCAR es colaborar en la construcción una persona. No he encontrado mejor definición que la de José Ramón Ayllón: «una acción compleja que se ejerce sobre el ser humano para ayudarle precisamente a ser humano». Es un fin en sí mismo. Sin embargo de vez en cuando me encuentro con padres que establecen un objetivo concreto a su labor como educadores.

Consideran que EDUCAR tiene en su caso, en su familia, el objetivo prioritario de lograr que su hijo alcance en el futuro el éxito.

Este es el prototipo (seré honesto, rectifico). Este es el estereotipo de los padres cuyo objetivo es educar para el éxito:

Cuando son sus hijos son bebés utilizan de manera programada vídeos del tipo «Baby Einstein» y «Baby Mozart».

Buscan un jardín de infancia donde los niños realicen muchas fichas y sean introducidos en la pre-lectura, pre-escritura y, por supuesto, el inglés.

En la etapa de enseñanza infantil – de 3 a 6 años, etapa NO obligatoria – exigen a las profesoras que su hijo «acabe leyendo» y si no lo logra se rasgan las vestiduras (las suyas y las de la profesora).

En la etapa de enseñanza primaria les apuntan a varias extra-escolares – y pondrán una enorme carga en el inglés y sobre otro idioma (el tercer idioma – alemán o chino – es fundamental «para diferenciarse del resto»).


Si les apuntan a algún deporte pondrán una gran importancia en que «se esfuercen por ser el mejor»,  en lugar de «asegurarse que se divierten».

En la enseñanza secundaria se asegurarán de que pase al menos un trimestre en el extranjero, para «dominar el inglés» – Nota al margen: considero que mandar a los hijos un trimestre o un curso escolar fuera de casa es una de las mejores opciones que podemos realizar los padres. Ayuda muchísimo a los chicos a «construirse como personas», si además aprenden o refuerzan un idioma, magnífico, pero lo considero absolutamente secundario. En este sentido bastaría con que pasaran un trimestre (o un curso) en Castillo de Garcimuñoz – o cualquier otro pueblo o ciudad de la geografía española o hispanoamericana que se les antoje – asistiendo a un colegio bien distinto al suyo y con una familia que le aporte una visión distinta a la nuestra – dentro de unos valores compartidos.

Por supuesto para estos padres es muy importante la obtención de títulos de idiomas «First», «Pet», «Flyers», «Cambridge», «Advance» y no sé qué otros títulos más. «Es importante para tu curriculum», argumentan al chaval de 13 años. Será por que nunca he tenido uno de esos diplomas, pero a mi me parece que si quiero contratar a una persona que hable en inglés, en lugar de comprobar si aprobó algún examen estandarizado cuando iba al colegio, no hay nada como hacerle la entrevista en inglés y pedirle que me redacte sobre la marcha una carta de queja por el mal servicio recibido.

Y en bachillerato, cuando ya la universidad está cerca, les caen sudores fríos sólo de pensar que su hijo les venga con la tontería de que quiere estudiar «Historia». Claro que pocos se enfrentan a semejante dilema, ya que el sistema de enseñanza en España está diseñado para impedir semejante «aberración». Las pocas excepciones que existen son errores del sistema.

Desear, buscar y favorecer el éxito (laboral) de nuestros hijos no tiene nada malo. Dudo que haya padres que no lo hagan. El problema radica en cuando el éxito es el fin primero y último de la educación.

¿Y acaso no es compatible este tipo de educación – centrada en el éxito – con la educación centrada en la persona, en la familia y en el prójimo? ¡Por supuesto que es compatible! En teoría lo es. En la práctica nunca lo he visto.

¿Cómo podríamos saber qué necesitarán nuestros hijos dentro de 8, 12 o 15 años, cuando terminen el colegio o la universidad?. En un mundo tan cambiante y dinámico como el actual, es enormemente difícil predecirlo – ya lo decía Sir Ken Robinson.

Generaciones enteras de chicos hemos crecido con la única idea de que debemos esforzarnos «para llegar a ser hombres de provecho», mientras que a las chicas se les enviaba al colegio para «tener una formación que te permita no depender de nadie».

Las consecuencias de esas consignas las estamos viendo.

Educar para ser la mejor persona posible, con los más altos valores, hagas lo que hagas y llegues donde llegues. Construir personas honestas, fieles, que cualquiera «pueda depender de ti». Construir personas integras. Eso es lo que considero el éxito de educar.

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