El arte de la prudencia de Gracián en Europa

Los aforismos de Gracián son aprovechables y dan cintura para moverse por los meandros de la vida sin despeinarse innecesariamente

Marc Fumaroli (1932-2020) es uno de los autores cuyas obras disfruto leer. Uno de sus libros lo dedicó a rastrear la difusión de El arte de la Prudencia de Baltasar Gracián (1601-1658) del cual hice un comentario en este blog no hace mucho. El libro en cuestión es La extraordinaria difusión del arte de la prudencia en Europa. El “Oráculo manual” de Baltasar Gracián entre los siglos XVII y XX (Acantilado, 2019). En cada capítulo Fumaroli da noticia de las traducciones, el impacto en la República de las Letras de la época, los ilustres lectores que tuvo, así como los elogios y desaprobaciones que despertaron el libro del jesuita español en los países señeros de Europa desde su aparición hasta nuestros días.

Fumaroli desvela la trastienda subyacente a la publicación del libro y su difusión en la Francia del siglo XVII, gracias a la traducción que hace Amelot con una ardorosa dedicatoria a Luis XIV el Grande, en tiempos de gran enemistad con España. La traducción de Amelot resalta el pragmatismo de los aforismos de Gracián a los no les falta un cierto aire maquiavélico, resaltado por las continuas referencias a textos del romano Tácito, considerado el Maquiavelo de esa época. El título con el que aparece en Francia es El hombre cortesano, pensando en que sus lectores serían los funcionarios de la corte del Rey Sol, quienes encontrarían en sus aforismos reflexiones útiles en su oficio de gobierno.

La versión de Amelot del Oráculo manual ofrece una doble interpretación respecto a la moral del jesuita Gracián, ambas de poca ley. O bien la visión de Pascal que acusa de laxismo moral a los casuistas jesuitas quienes acomodarían la moral cristiana a las costumbres relajadas modernas. O bien la postura del libertino, encantado de encontrar en un moralista eclesiástico, unas máximas que justifiquen su conducta entregada al placer, la ambición y el interés. “En ambos casos, señala Fumaroli, el jesuitismo caricaturesco insinuado por Amelot viene a reforzar las corrientes antijesuitas tan poderosas en Francia desde los orígenes de la Compañía” (p. 88).


No le faltaron a Gracián ilustres comentadores. Por ejemplo, Schopenhauer (1788-1860) aprendió español para leer a Gracián en español y emprende la traducción del Oráculo manual, cuya publicación se hará en 1863, póstumamente. Niezsche (1844-1900) no oculta su entusiasmo por este libro afirmando que “Europa no ha producido nunca nada mejor ni más profundo en materia de sutileza moral”, “a continuación, expuso sus reservas sobre los sublimes arabescos del jesuita español y declaró preferible el vigor de estilo de su propio Zaratrusta (p. 161). En cualquier caso, el Gracián español barroco no salió siempre indemne de sus lectores o comentadores. Este es el caso Borges quien, “siguiendo a Nietzsche (que había terminado por distanciarse del entusiasmo de Schopenhauer), pero sobre todo a Benedetto Croce y a José Bergamín, se alinea resueltamente del lado de los detractores de Gracián retórico y de su “arte de la agudeza”, cuando escribe: Laberintos, retruécanos, emblemas, /helada y laboriosa nadería, /fue para este jesuita la poesía, /reducida por él a estratagemas” (p. 167).

El arte de la prudencia de Gracián no dejó indiferentes a sus lectores y a su tiempo. Esta resonancia sólo es propia de los grandes libros. Pienso que sigue siendo un libro para nuestros días, pues ha logrado permanecer en el tiempo, desligándose de las coyunturas culturales, políticas en las que nació y creció. Su fortaleza está en su misma estructura compuesta por una “pedagogía a base de pequeños toques epigramáticos que se corrigen los unos a los otros (…), escapan a la univocidad y a la generalidad de la demostración lógica, impotente (…) para tener en cuenta la extrema diversidad de las coyunturas y de las situaciones a las que la experiencia está expuesta (…) que no se reducen a la razón analítica, sino que pasan por la memoria, el entendimiento y la voluntad , dueñas de la imaginación y los sentidos, e inspiradas por el corazón” (p. 177).

Para quien va a pie por la vida, los aforismos de Gracián son aprovechables y, aun cuando no tengan que seguirse a pie juntillas, dan cintura para moverse por los meandros de la vida sin despeinarse innecesariamente.