El clericalismo y los fieles laicos

El Papa Francisco nos ayuda a mirar nuestra identidad cristiana de manera más profunda y transformadora

Hace diez años fue elegido el Papa Francisco. Su Pontificado ha sido providencial en muchos aspectos. En las siguientes líneas, de manera abreviada, menciono sólo uno de los aspectos que más me conmueven al pensar en el enorme servicio que se encuentra prestando al momento de invitar a la Iglesia a una reforma radical. Me refiero a la lucha sin cuartel que Francisco realiza contra el “clericalismo” y a favor de la verdadera identidad de los fieles laicos como auténtico Pueblo de Dios.

En efecto, una de las enfermedades “eclesiales” más importantes en la historia del cristianismo ha sido el “clericalismo”. Todos lo hemos padecido, y muchos, tal vez, lo hemos auspiciado de manera consciente o inconsciente. El clericalismo es un fenómeno transversal: afecta a clérigos, consagrados y fieles laicos. Más aún, el clericalismo, si bien es una noción análoga que admite diversos significados, posee uno principalísimo: llamamos “clericalismo” a una cultura, es decir, a un conjunto de lenguajes verbales y no-verbales, a un “modo de ser y de hacer”, que privilegia la misión del sacerdocio ministerial como factor determinante y casi único en la configuración, en la organización, en el discernimiento y en la toma de decisiones al interior de la vida eclesial. El clericalismo, así entendido, sofoca la especificidad de todo aquello que no es sacerdocio ministerial, particularmente, de la identidad laical.

El clericalismo es una hidra de muchas cabezas. No se manifiesta en una única expresión. El Papa Francisco, por ejemplo, identifica el clericalismo con los sacerdotes que tienen como Dios a “Narciso”; con aquellos que desean tenerlo “todo bajo control” y les repugna la idea de contar con “consejos parroquiales”; con quienes buscan tener un corifeo de fieles laicos “bonsai”, artificialmente reducidos en tamaño, con pocos derechos y responsabilidades meramente secundarias. Sin embargo, el clericalismo también puede asumir un perfil “laical”, cuando los fieles laicos nos subordinamos a los sacerdotes en temas y asuntos de estricta competencia secular; cuando nos autocensuramos y no desplegamos con toda amplitud nuestras capacidades en la transformación del mundo según Cristo; cuando nos contentamos con “apoyar” servicios intra-eclesiales y no exploramos los temas-límite, las periferias existenciales, los problemas-clave de nuestro pueblo y de nuestro tiempo; cuando nos da pena ejercer nuestro derecho de participar plenamente en la oración, en el discernimiento y en la toma de decisiones en la Iglesia.

Dicho de otro modo, el Concilio nos ha invitado a recuperar la idea de que lo primario es el Pueblo de Dios. Más aún, el Papa Francisco a la luz de esto ha dicho: “el Papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio episcopal como obispo entre los obispos” (17 de octubre 2015).

¿Qué consecuencias tiene este enfoque? Soy de la opinión que una de sus consecuencias más relevantes es la reconsideración de raíz de la naturaleza e importancia del bautismo, y con ello, de la vocación y misión de los fieles laicos.


Al interior de la Iglesia todos lo sabemos: “laico” significa “miembro del Pueblo”. En efecto, el bautizado es aquel que vive la experiencia de inmersión de todo su ser en Cristo, y con ello se torna hijo de Dios, heredero del Reino, hermano de Jesús y miembro de la Iglesia, Pueblo de Dios. ¡Esta es nuestra dignidad fundamental! Al interior de esta realidad algunos poseemos vocación secular, otros son llamados al sacerdocio ministerial, y otros a dar testimonio escatológico viviendo un camino de consagración. ¡Pero todos igualmente dignos y valiosos!

Mientras los laicos no advirtamos plenamente esta realidad, continuamente cederemos a las tentaciones propias del clericalismo, que, en el fondo buscan afirmar una Iglesia llena de fronteras que terminan siendo más relevantes que la común dignidad bautismal.

En el décimo aniversario de la elección del Papa Francisco, demos gracias a Dios por su persona, por su valiente ministerio y por la radical reivindicación que hace de nuestra dignidad bautismal. Los fieles laicos, verdadero Pueblo de Dios, debemos ayudarnos entre nosotros, y ayudar a nuestros pastores, a adquirir esa nueva mirada en la que verdaderamente todos nos podamos abrazar como hermanos corresponsables de un don que nos excede.