El Valle de los Caídos, signo de perdón y reconciliación

Qué Dios nos ayude para que, siguiendo el ejemplo de los mártires, ¡le seamos fieles hasta el final!

El 1 de abril de 1940, justo un año después del fin de la guerra civil, el general Franco redactó el decreto de fundación del monumento del Valle de los Caídos, disponiendo que se alzara la Basílica.

Con la finalidad de realzar más el culto litúrgico de la Basílica, se optó en 1955 por una Orden monástica, la Orden benedictina, para que atendiese la Basílica y garantizara la dimensión espiritual que todo el monumento en su conjunto debía tener. Para ello se realizó una solicitud a la Abadía de Santo Domingo de Silos (Burgos), monasterio de larga tradición y restaurado en 1880 por monjes venidos de Francia de la Congregación de Solesmes.

En la fiesta del Triunfo de la Santa Cruz, el 17 de julio de 1958, veinte monjes llegados de Silos emprendían el inicio de la vida de la nueva comunidad benedictina en el Valle de los Caídos. El 23 de octubre de ese mismo año, el Padre Justo Pérez de Urbel, con anterioridad prior del monasterio de Nuestra Señora de Montserrat de Madrid, dependiente de Silos, recibió en Madrid la bendición abacial.

En la actualidad, el número de monjes en el Valle es de 16 religiosos. Su vida está organizada por un código escrito en el siglo VI, la Regla de San Benito, educadora de generaciones de monjes y que ha dejado su huella en la historia espiritual, social y cultural de Europa.

Si se atiende a los documentos fundacionales del Valle se advierte que el acento se pone directamente sobre los fines religiosos, sociales y culturales al servicio de la obra pendiente de la concordia y de la justicia entre los españoles, aparte de servir como memoria y túmulo de todos los caídos.

La presencia de un monasterio y unos monjes subraya también el significado no simplemente rememorativo, sino principalmente su carácter espiritual y cultural.

La idea del Valle fue que la guerra no se volviera a producir nunca. Así se observa en los documentos fundacionales de 1957 y 1958, en los que se determina la oración por todos los muertos en la guerra; la impetración para España y para el mundo de las bendiciones divinas que obtengan la paz, la prosperidad y el bienestar; la celebración del culto solemne en la basílica; el esfuerzo de investigación y estudio que aborde los problemas del progreso y de la justicia sociales de España. Se observa la exclusión de toda actividad política y, en cambio, una atención directa a los fines de carácter religioso y social.

Conforme a la finalidad del monumento, en total hay enterrados en la Basílica más de 33.700 caídos de ambos bandos según el registro, procedentes de toda España. Muchos están perfectamente identificados de forma personal y otros vinieron de fosas comunes, lo cual dificultó en su momento también su perfecta contabilización. No hay separación por bandos, sino qué están unos y otros entremezclados.

La Ley de Memoria Democrática que entró en vigor el 20 de octubre de 2022, declaraba extinguida la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos (fundación que ha regido este monumento desde sus principios), y establecía que esto tendría lugar en la fecha de entrada en vigor del real decreto que determinará la organización, funcionamiento y régimen patrimonial del llamado, de acuerdo con esta ley, el Valle de Cuelgamuros.

Así, contra las medidas tomadas por PP y VOX en algunas comunidades autónomas, el Gobierno ha decidido acelerar la resignificación del Valle e incluir en sus previsiones anuales para 2024 un decreto para regular su funcionamiento. Para visibilizar las intenciones gubernamentales, el propio Sánchez visitó el pasado jueves 11 de abril el laboratorio forense del Valle. Lo ha hecho por sorpresa y en paralelo al anuncio de que recurrirán ante la ONU y la UE las llamadas “leyes de concordia” qué están aprobándose por la derecha en lugares como Aragón, Castilla y León o Valencia.

En el preámbulo de esta Ley de Memoria Democrática se habla de “servir para fomentar la paz, el pluralismo y, especialmente, ser una condena de todo tipo de totalitarismo político que ponga en riesgo los derechos y libertades inherentes a la dignidad humana”.

Como cualquiera puede observar que esté interesado en conocer la verdad, existe una gran contradicción. Hablamos de un gobierno que con sus decisiones y leyes ha venido a levantar heridas ya curadas y ultrajes ya perdonados, dividiendo a los españoles que habían conseguido una reconciliación tras la sangrienta guerra civil.

Nos vienen a hablar de paz, pluralismo, condena de totalitarismo político y derechos y libertades inherentes a la dignidad humana, al tiempo que decretan el derribar un monumento creado únicamente con él fin de reconciliación y perdón.

Los encargados de esta Ley, llamada de Memoria Democrática, son los responsables de haber creado la leyenda negra y falsa acerca del Valle. Lo presentan como un lugar de oprobio y sufrimiento para sus constructores a los qué se ha descrito como esclavos del régimen de Franco. La verdad, bien documentada por el historiador Alberto Bárcena Pérez, es que “no hubo trabajos forzados, ni fue un campo de concentración. Los presos del Valle solicitaron ir allí por las ventajas que representaba para ellos la redención de penas de trabajo; el salario igual al de los obreros libres que también trabajaban allí, teniendo las mismas condiciones laborales los presos y los libres; además de la instalación de sus familias junto a ellos, cuando lo solicitaron, en cuatro poblados que se construyeron dentro del Valle con su escuela, hospital, economato e iglesia.”

Otro de los falsos tópicos es que fue construido para glorificar a los vencedores de la guerra civil y convertirse en la grandiosa tumba de Franco. Sin embargo, no les hubiera resultado difícil enterarse de cuáles fueron las motivaciones del Jefe del Estado para su construcción si hubieran acudido directamente al decreto firmado en el primer aniversario del final de la guerra que habla como fin el de “perpetuar la memoria de nuestra gloriosa Cruzada y memoria de los que cayeron en ambos bandos”.

Se ha criticado la calificación de la Guerra como Cruzada, pero no puede negarse que tuvo ese componente y que la propia Iglesia Católica la calificó del mismo modo. Existen datos comprobables qué han sido estudiados con detenimiento por la Iglesia. Esta, tras un minucioso estudio dirigido por el historiador Monseñor Carcel Ortiz en el año 2.000, coincidiendo con el año jubilar, reconoció formalmente la cifra de 10.000 como aquellos martirizados en la persecución religiosa que tuvo lugar en España antes y durante la guerra civil. Hasta el día de hoy 2.053 ya están en los altares (12 santos y 2.041 beatos) y unos 2.000 más se hallan en proceso de beatificación. Así mismo, se quemaron o destruyeron unas 20.000 Iglesias.

Por lo demás, el propio General Francisco Franco se encargó de aclarar en una segunda disposición, por Decreto-Ley de 23 de agosto de 1957, a quienes debía honrarse en el Valle:


“El sagrado deber de honrar a nuestros héroes y nuestros mártires ha de ir siempre acompañado del sentimiento de perdón qué impone el mensaje evangélico. Además, los lustros que han seguido a la Victoria han visto el desarrollo de una política guiada por el más elevado sentido de unidad y hermandad entre españoles.

Este ha de ser en consecuencia, el Monumento a TODOS los caídos, cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la CRUZ.

El primo de Franco, el teniente general Franco y Salgado Araujo, al publicar sus memorias habla de su entrevista con el entonces Jefe del Estado acerca del Valle de los Caídos en el que el General Francisco Franco declaró:

“El monumento (del Valle) no se hizo para seguir dividiendo a los españoles en dos bandos irreconciliables. Se hizo, y esa siempre fue mi intención, como recuerdo de una victoria contra él comunismo qué trataba de dominar a España. Así se justifica mi deseo de que se pueda enterrar a los caídos católicos de los dos bandos.

Nosotros no luchamos contra un régimen republicano, luchamos por frenar la anarquía que reinaba en España y que sin remedio conducía a una dictadura comunista. Con el alzamiento del ejército (alzamiento que no fue iniciado por el General Francisco Franco) y la guerra, se cortó el paso al comunismo.”

Ninguno de los detractores del Valle, ni los gobernantes socialistas/comunistas, ni las “comisiones de expertos”, quieren conocer la verdad. No quieren saber ni cómo se construyó, ni lo que realmente significa ya que dicho conocimiento resultaría incompatible con sus intereses y con su propia ideología.

Conviene recordar aquí las palabras de Franco en uno de sus discursos históricos, él día 1 de abril de 1959, en la inauguración del Valle de los Caídos, reconocido entonces a nivel mundial como “él monumento de la reconciliación nacional”. Nos advertía:

“Las fuerzas antiespañolas (comunismo y masonería) fueron vencidas y destruidas, pero no han muerto. Periódicamente vemos cómo levantan la cabeza, y en su ceguera arrogante tratan de envenenar y estimular otra vez la innata curiosidad de la juventud. Por esta razón, es necesario acallar las derivaciones de los malos maestros sobre las nuevas generaciones.”

Debemos esforzarnos por conocer la verdad, la verdadera memoria histórica, pasarla a nuestros hijos y nietos, enseñarla a todos aquellos a nuestro alrededor y rezar para que estas fuerzas antiespañolas y anticristianas, cuyo fin único es acabar con la mayor CRUZ del mundo (150 metros), signo de perdón y reconciliación, sean vencidas por las fuerzas del bien y la verdad.

Me gustaría incluir las palabras de Santiago Cantera, prior del Valle de los Caídos, el 6 de marzo 2024 para la revista Misión:

“En España existe odio a la cruz. Ha habido declaraciones de medios de comunicación y de políticos qué han pedido explícitamente el derribo de esta cruz. Se nota qué la cruz es un signo de contradicción. El mismo Jesucristo es signo de contradicción entre los hombres porque trae un mensaje de verdad y de amor, y muchos lo rechazan”.

Así mismo, al hablar el prior de los mártires, muchos de ellos enterrados en el Valle (70 beatos y 44 siervos de Dios), asegura:

“El martirio blanco de algún modo ya nos toca vivirlo. Pido a Dios qué me dé el valor de defender la fe y su Santo Nombre. El martirio de sangre es una gracia. Desde niño he pedido en varias ocasiones morir mártir. Yo lo desearía porque es un paso directo al Cielo. Pero en última instancia es Dios quien concede esta gracia”

Dios nos juzgará a todos, tanto a aquellos que creemos en Él y tratamos de seguir sus enseñanzas, como a aquellos que deliberadamente le rechazan. Su misericordia y perdón se nos extiende a todos hasta el momento de nuestra muerte, pero cuando esta nos llegue, e inexorablemente nos llegará a todos, nos encontraremos únicamente con su justicia.

Qué Dios nos ayude para que, siguiendo el ejemplo de los mártires, ¡le seamos fieles hasta el final!

Beatriz Silva de Lapuerta – Colaboradora de Enraizados