Horizonte: Navidad

Navidad es alegría, novedad, una maravilla a descubrir

Vatican Media

Navidad celebra el nacimiento de un Niño. Lo que Dios ha hecho por la Humanidad es darle un Niño. Un niño es la fragilidad. Necesita de los demás hasta para poder sobrevivir. Un pequeñín es más grande que el más poderoso invento tecnológico. En un mundo en el que se pisotean las cabezas de los necesitados, la Navidad nos habla del nacimiento de un niño pobre; débil al cuadrado. En un orbe tan deshumanizado, la Navidad, tan llena de humanismo, reivindica la verdad del hombre, su dignidad y sus derechos inherentes. En medio de tantos abortos provocados, la Navidad celebra que el concebido ha llegado a nacer. En esta Tierra, llena de confusionismo, resulta evidente que el Niño es un ser, masculino, con una naturaleza terminada. En un universo oscuro, nace esta flor de pureza, el modelo supremo de la humanidad. La más alta santidad consiste en seguirle plenamente. En un globo de tanto paganismo, Navidad celebra el nacimiento del hijo de la Virgen, de la que es madre sencillísima, la mejor, el gran modelo de mujer, santísima, familiar, purísima, que ha vivido el amor limpio y hermoso. Entre tantas crisis familiares, Navidad propicia la unión de la familia, como un eco del “mirad como se aman”.

Estamos en un mundo muy cambiante. En medio siglo han cambiado más las cosas que en un milenio. Estamos en un cambio de época, en una realidad radicalmente nueva, algo de otra dimensión, de otro mundo. Eso, antes, resultaba inimaginable. Los cambios se suceden de modo vertiginoso y cada vez más acelerado, sin que sea posible saber ni a dónde vamos a llegar, ni, siquiera, que retos nos traerá un futuro muy cercano.

Uniendo puntos temporales se marca una trayectoria. Así, el XX, el siglo de la energía nuclear, de gran progreso científico y tecnológico, fue el de las guerras mundiales, el más sangriento de la historia. El XXI, que, de ahí procede, va hacia la revolución informática y la revolución biológica. En el momento actual existen tantas guerras que el Papa Francisco ha podido decir que ya estamos viviendo en la tercera guerra mundial. Navidad exulta de alegría porque ha nacido el príncipe de la paz. El hombre, sin Dios, no puede conseguir la paz. La paz es un don de Dios. El reinado de Cristo es un reinado de paz.

Supongamos que en todo punto del orbe pudiese haber un móvil conectado a internet. Entonces, simplificando, en todo punto espacio – temporal habría una representación de todo el universo, con la que se podría interactuar. Esto es, ese ínfimo punto sería como una bolsita que contendría todo el inmenso Cosmos. Esto, pues, afectaría a todos los hogares, a los niños, etc. Dada la inclinación humana al mal, no puede infravalorarse que este nuevo poder podría incluso usarse para grandes males. En todo caso, una cosa queda clara: ¡tenemos un problema!

Hoy el uso de la ciencia ha roto con la ética y con Dios. Nuestro mundo cada vez grita más fuerte que esta separación es muy dañina. Nos topamos con que la persona humana no puede resolver sus grandes problemas. El progreso la ha llevado al borde de un gran abismo. Hoy, especialmente, necesitamos de un Salvador. Éste, no puede ser una persona humana. Sólo Dios puede salvarnos. Navidad celebra el nacimiento, de Aquel que, cuando el pecado original nos había cerrado el cielo, ha venido para perdonarnos, salvarnos. ¿De qué nos habría servido nacer si no pudiese haber salvación? Navidad se goza en el nacimiento del que continúa salvándonos, del único Salvador del mundo. Él, es nuestro liberador, la única mano que puede salvarnos de las arenas movedizas. Él, es el Amor que tira de nosotros hacia arriba. Contando con Cristo, siempre habrá esperanza y optimismo.

La verdad os hará libres. Ahora, en muchos lugares, por disciplina de partido político se entiende votar lo que el partido diga, sea esto lo que sea. ¿Dónde queda entonces el ser humano, su grandeza? Una tal disciplina es la unión de la mentira demagógica y de la dictadura del relativismo. Estando las cosas así, Navidad celebra el nacimiento de Aquel que es la Verdad, testigo fiel, mártir, que ha venido a dar testimonio de la verdad, y que es el dador de la verdadera libertad.

Navidad se goza con el nacimiento del que es la luz del mundo y el fundador de la Iglesia, gran obra suya, su esposa inmaculada, su cuerpo místico, que es, una, santa, católica, apostólica, romana, siempre perseguida y calumniada.


Navidad celebra mucho esta verdad absoluta: este recién nacido es verdadero y perfecto Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, que se ha encarnado ¡Es la maravilla de la bondad infinita! Es Dios, que cuida de los hombres como el jardinero cuida tiernamente de las flores de su jardín. Navidad pone ante nuestros ojos la verdad de Dios. Esa verdad, Dios que es Amor, –Deus caritas est-, ilumina la verdad del hombre. Dios quiere nacer y crecer en tu corazón, que es capaz de lo infinito ¡Acúnalo! Toda la realidad queda iluminada por el palpitar de un corazón paterno, misericordioso, de amor infinito, y esto es lo decisivo. Esto es también un respiro de alegría.

El mundo, cuando se aparta de Dios, se entristece, decae. Navidad es alegría. El ángel les dijo a los pastores: No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Cristo es el deseado de las gentes. El Papa Francisco, ha dicho: Jesucristo es la alegría. El evangelio es anuncio de alegría. Encontrarnos con Jesús es encontrar la alegría. Jesús es la fuente de la alegría.

Navidad es celebración del nacimiento del vencedor, del que nunca pierde batallas. Estando con él, tendremos, también en estos tiempos apasionantes, la gran alegría de la victoria, nunca seremos derrotados. Pues, quién hace la voluntad divina, ¡vence siempre!

Navidad pone ante nuestros ojos como un estupendo castillo de fuegos. Una de sus estelas está formada por el humanismo, el mejor humanismo. Otra trayectoria es el resplandor infinito de la divinidad. Otra órbita desplegada es la esperanza, que fluye luminosa desde el Redemptor hominis. Esto es, se ha formado un artístico triángulo de luz, que está inscrito en la circunferencia de la alegría, de la poesía, de la música, de la belleza. En el centro de este polígono luminoso hay una gran inscripción: ¡Ha nacido tu Jesús!

¿Podrán acaso esos diminutos puntitos, llamados hombres, pegados a la rota esfera terrestre, tan manchada de sangre, no levantar sus cabezas y no admirarse ante este grandioso espectáculo astronómico? ¿Por qué en vez de respirar el aire triste y oscuro, -de una tierra atravesada por galerías subterráneas excavadas por gusanos y roedores-, no respirar ese aire de arriba, limpio, verdadero, luminoso, florido, perfumado, elevado, fantástico, estupendo, sublime, que entusiasma, lleno de hermosura y de bondad, encantador, tan atrayente, que imanta, que lleva tras sí?

En suma, y, en definitiva, Navidad es alegría, novedad, una maravilla a descubrir.