Humanismo de la fe y pensamiento personalista e hispanoamericano integral

La persona como protagonista y gestora del desarrollo humano, social, económico, empresarial e integral

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Como tratamos de mostrar en nuestra docencia e investigación universitaria, la fe e iglesia con el Concilio Vaticano II unido a los Papas como San Juan Pablo II y Benedicto XVI, junto a Francisco, nos indican todo lo valioso de corrientes filosóficas y de pensamiento contemporáneo como el personalismo.  Así lo ha vuelto a remarcar la reciente publicación del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Dignitas infinita (DI) sobre la dignidad humana en la línea del magisterio de Francisco como es Fratelli tutti (FT) o Laudato si‘(LS), señalando la contribución significativa de estos relevantes autores de orientación personalista (DI 13). Este pensamiento personalista conecta con el hispanoamericano, como se ha estudiado, integrándose en un renovado humanismo espiritual e integral inspirado en la fe.

Como es sabido K. Wojtyla, el futuro San Juan Pablo II, fue uno de los autores que contribuyó a desarrollar e impulsar el personalismo, tal como se refleja en su madurez y esplendor con su propio magisterio como Papa. Continuando el acontecimiento conciliar, en especial su Constitución Pastoral Gaudium et spes (GS), ya desde su programática Carta encíclica Redemptor hominis (RH), muestra de forma muy profunda toda esta cosmovisión y antropología personalista con su sentido humanista, ético, crítico y teologal. Y es “que, en realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, Buena Nueva. Se llama también cristianismo” (RH 10). Estos horizontes humanistas y personalistas con su moral, que defiende la sagrada e inviolable vida y dignidad del ser humano con su protagonismo en la realidad sociohistórica, lo reafirma en Veritatis splendor (VS) y Evangelium vitae. Dejando claro como toda relación, ley o estructural social e internacional ha de basarse en el “respeto debido a la persona humana” (VS 80). Francisco igualmente enseña la “centralidad y el valor supremo de la persona humana en todas las fases de su existencia” (EG 224).

En RH, San Juan Pablo II profundiza el legado de todo este personalismo antropológico y humanista integral, exponiendo esas dimensiones constitutivas de lo humano real y concreto: lo espiritual, lo personal como sujeto único e irrepetible, lo corporal, lo afectivo que se realiza en el amor al Otro, lo relacional, lo moral, social e histórico. “El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social —en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos, en el ámbito de la propia nación, o pueblo (y posiblemente sólo aún del clan o tribu), en el ámbito de toda la humanidad— este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención” (RH 13-14).

San Juan Pablo II en Fides et Ratio ha insistido pues como la filosofía y la antropología, como es la personalista, se han enraizar muy necesaria e imprescindiblemente en la metafísica (FR 83-84). Este pilar metafísico, filosofía primera, posibilita la fundamentación solida de la verdad y vida del ser humano con su moral, en apertura al sentido de lo trascendente y absoluto (ultimo) de la realidad, el Dios vivo y verdadero revelado en Jesucristo. Y, en la estela de tradición de la iglesia con sus Doctores como el Aquinate, manifiesta claramente la ley natural, moral y divina: que nos responsabiliza de hacer el bien más universal y evitar el mal, el bien común de toda la humanidad; promover esta vida y dignidad de toda persona, acoger y respetar la propia corporalidad e integridad del ser humano, fomentando la inherente sociabilidad y solidaridad en todos los ámbitos de la existencia (VS 50-51). Por tanto, todos los actos o acciones que no se ajusten a esta ley natural, que no protejan dicha naturaleza y vida e integridad de la persona, son “intrínsecamente malos” («intrinsece malum»)” (VS 80). En esta estela de continuidad con San Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco enseña la relevancia ineludible de “la naturaleza humana” con su ley natural, moral y espiritual que comunican “las verdades” éticas y “valores universales” permanentes. “Las normas morales que prohíben el mal intrínseco, sin privilegios ni excepciones para nadie” (FT 209), posibilitando el cuidado de la vida y la dignidad, para una real ecología integral que implica toda esta autentica bioética global (LS 122-123).

En este sentido, como nos muestra Benedicto XI en Caritas in veritate (CV), El Misterio del Dios Trinidad sostiene esta metafísica de las inherentes correlaciones entre las personas, las comunidades y los pueblos que estén basadas en la solidaridad (CV 54). Tanto San Juan Pablo II en Sollicitudo rei sociales (SRS) como Francisco, siguiendo al Vaticano II (GS 24), han subrayado como el Dios Trinitario es la entraña de estas interrelaciones de vida digna, de fraternidad solidaria y justicia social e internacional con los otros, con los pobres y las victimas (SR 40; LS 236-240; FT 85).

“Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (CA 94)” (FT 120). De ahí que, como nos sigue mostrando el personalismo junto a toda esta doctrina social y moral de la fe e iglesia con su antropología, en la vida social, económica y política “hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria” (CV 42).


Por ello, el principio que ha de guiar a la economía, el destino universal de los bienes, derecho natural y primero, tiene la prioridad sobre la propiedad. Se visibiliza así la intrínseca índole solidaria y social que conforma a la propiedad. Tal como enseña San Juan Pablo II (SRS 42) y está remarcando actualmente Francisco (LS 93-95, FT 118). Asimismo, en su Carta encíclica Laborem exercens (LE), San Juan Pablo II nos transmite profética y magistralmente con su enseñanza este personalismo, que inspira al pensamiento social y moral. Y en esta dirección la fe e iglesia, con su tradición y moral junto a su doctrinal social, “no ha sostenido nunca el derecho de propiedad como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la entera creación: el derecho a la propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes” (LE 14).

El Don (Gracia) de ser persona, a imagen y semejan del Dios Trinitario con esta relacionalidad (responsabilidad) solidaria por el bien común y la justicia con los pobres, nos libera integralmente de las idolatrías del tener, del poseer, de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia. Tal como prosiguen transmitiendo San Juan Pablo II (SRS 28) y Francisco (LS 48-52, FT 189) con un real acento personalista y siguiendo la tradición de la iglesia con los Santos Padres, Doctores y demás testimonios de la fe. Es la santidad y existencia militante que se experiencia en el amor, la fraternidad y la solidaridad con la pobreza espiritual, esto es, compartir la vida, los bienes y la acción por la justicia con los pobres y crucificados de la historia (GS 69; SRS 31; FT 114-119).

Desde la herencia del Doctor “Humanitatis”, San Juan Pablo II profundiza el argumento «personalista» (LE 15). El principio del trabajo humano y decente, que está antes que el capital, clave de la vida moral y social; con unas condiciones laborales dignas y sus derechos esenciales como es un salario justo. Lo cual supone inseparablemente la personalización y socialización de la propiedad, de los mismos medios de producción. Una veraz ética de la empresa como comunidad humana, que asienta una responsabilidad social corporativa creíble, posibilitando la concientización de trabajar en «algo propio». Es decir, la persona como protagonista y gestora del desarrollo humano, social, económico, empresarial e integral.

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