La educación del amor para favorecer la igualdad y erradicar la violencia contra la mujer

“Siempre nos quedará mañana”

¿Cómo puede una película sobre la desigualdad y la violencia contra las mujeres promover la reflexión, emocionarnos, hacernos reír —sin quebrantar la gravedad de los acontecimientos— y salir del cine con ilusión y confianza en un futuro mejor? La cineasta italiana, Paola Cortellesi, logra esta difícil combinación en su film “Siempre nos quedará mañana”, una historia de salvación y esperanza que apela a la potencia ética de la educación para promover juntos, hombres y mujeres, la igualdad y erradicar la crueldad en la pareja. Cortellesi rinde tributo al feminismo silente, pequeñas conquistas cotidianas y anónimas, en la senda hacia una civilización más justa y humana que ponga en el centro la dignidad personal.

El momento histórico escogido, una mirada y una estética neorrealista al servicio de la misericordia —en sabia expresión de María Zambrano— y el cinismo humorístico de la commedia all’ italiana que sin menguar la envergadura de los hechos narrados facilita la reflexión, son claves esenciales para captar la hondura del mensaje de la ópera prima de Paola Cortellesi sobre un tema tan sensible y trascendente como la violencia contra las mujeres y la cosificación sistemáticas en matrimonios de otras épocas y el largo camino hacia la igualdad, el fin del sufrimiento y el respeto mutuo que, todavía hoy, no se pueden dar por zanjados.

La cineasta italiana sitúa la trama de la película Siempre nos quedará mañana, filmada íntegramente en blanco y negro, en la Roma de posguerra (1946). Delia, personaje principal protagonizado por la propia Cortellesi, está casada con Ivano (Valerio Mastrandea), un hombre que aprovecha cualquier ocasión para emplear la violencia contra ella y que, únicamente, respeta a su padre, Ottorino (Giorgio Colangeli), un anciano despótico, de cuyo cuidado se encarga Delia, y que justifica en la tradición y la convención familiar y social el empleo de la crueldad para someter a la mujer. Los roles de esposa y madre definen a Delia que acepta de forma inconsciente y abnegada la vida que le ha tocado vivir.

La protagonista lucha cada día por sacar adelante a sus tres hijos con trabajos malpagados: cose para una mercería, lava las sábanas de familias acomodadas, pone inyecciones a domicilio y arregla paraguas. Solo desea un buen matrimonio para su hija mayor, Marcella (Romana Maggiora), y aparta un poco del dinero que gana para comprarle, de espaldas a su esposo, un traje de novia nuevo.  La joven está comprometida con un chico de familia burguesa, Giulio (Francesco Centorame), y ve en el matrimonio la oportunidad para huir de una familia que le avergüenza. El único alivio en la vida de Delia es la amistad con Marisa (Emanuela Fanelli) que no pierde la oportunidad para concienciarla, con una amabilidad y ternura extraordinarias, de la vida infeliz y el sufrimiento del matrimonio con Ivano. Su hija Marcella lo hace de una forma más hiriente, movida por el terror de escuchar desde su habitación las palizas diarias a su madre. “No tienes dignidad. ¿No ves que eres un felpudo? No cuentas para nada. ¿Por qué no te vas?”, llega a recriminar la joven, con la intención de forzar la rebeldía de la madre.

Una carta enigmática y las evidencias de Delia

Sin embargo, será una misteriosa carta —origen de un inesperado y sorprendente final que debe descubrir el espectador— la que transformará, en parte, la identidad de la protagonista y le infundirá el coraje necesario para cambiar radicalmente los planes iniciales e imaginar un futuro mejor no solo para ella, sino también para Marcella. En efecto, la carta ligada al emocionante, aleccionador y esperanzado final, tiene relación con recuperar la voz y ejercer el derecho a narrar la propia vida, en un contexto en el que las mujeres eran educadas en la obediencia absoluta y se consideraba una provocación reflexionar sobre la propia condición. De hecho, en la película abunda un sinfín de “cállate”, “no sirves para nada”, “no entiendes nada”, “tu problema es que hablas demasiado” o “deberías estar calladita con la boca bien cerrada”.

Sin embargo, aparte de la enigmática misiva, hay algo más que contribuye de una manera fulminante al empoderamiento de Delia. Ésta descubre, casualmente, en una conversación entre Marcella y Giulio, evidencias del riesgo para la felicidad de su hija en ese futuro matrimonio e intuye el peligro de repetir la historia de maltrato y dominación familiar. Mientras Delia cose, puede escuchar que Giulio le pregunta a Marcella por qué se ha maquillado para ir a trabajar y le advierte que cuando se casen, ya no trabajará y sólo se arreglará para él “porque eres mía, ¿entendido?”

Una educación juntos y de la mano

Hay narrativas fílmicas que no permiten las medias tintas. En este sentido, el mensaje de la cinta de Paola Cortellesi es una invitación a caminar juntos y de la mano, hombres y mujeres, para combatir la desigualdad y la violencia. La potencia ética de la educación, capaz de transformar y mejorar la identidad, mediante el desarrollo de valores estrechamente relacionados con formas más elevadas de humanidad, es el camino propuesto, a fin de cambiar una mentalidad distorsionada que confunde el dominio y la posesión con el amor y que es la causa de muchas muertes violentas.

El film rechaza de plano expresiones feministas que, sin distinción, criminalizan de forma generalizada a los hombres, convirtiéndolos en un enemigo a abatir. Así, la violencia de Ivano se contrapone a verdaderas relaciones de encuentro, amor e igualdad en otras parejas como la de Marisa —amiga íntima de Delia— con Peppe; a la bondad y la ternura de Nino, un antiguo novio de la protagonista con el que ésta conversa, de vez en cuando; e incluso a la empatía de William, un soldado americano que se ofrece a ayudarla. La película, llena de buenos hombres, de principio a fin, es una invitación al despertar de la conciencia y al compromiso colectivo por un civilización más justa y humana centrada en la defensa de la dignidad de cada persona.

El ejercicio de maestría y ética cinematográfica de Cortellesi facilita que un film con una temática tan compleja y doliente se convierta en una historia de salvación y esperanza que golpea el corazón de los espectadores, sin falsos buenismos ni ingenuidad, sino abrazando una realidad no exenta de dificultades e inercias naturalizadas que conviene encauzar.


 

En la película, Delia cambia el destino de sus ahorros y trastoca los planes al pasar de la mansedumbre a la acción. Las 8.000 liras que con esfuerzo ha ido guardando no las destinará, finalmente, al traje de novia de Marcella, sino que se las entregará a ésta para que complete sus estudios, una ventaja reservada en la época retratada a los varones, sobre todo, en las familias más pobres. La protagonista se convence de que la educación conducirá a su hija a orientar mejor su vida y, por ende, contribuirá a una elección de la pareja que no se mire en el espejo de un amor romántico, mal entendido y artífice de falsas ilusiones que destruyen la auténtica felicidad. “El matrimonio es algo muy precioso, pero tienes que saber elegir a tu hombre […] Yo no sabía nada cuando me casé, pero tú aún estás a tiempo”, le aconseja Delia a Marcella en un momento del film.

La directora cuida al extremo la distracción del espectador con detalles sobre la fuerza de los golpes o de las heridas y opta de forma creativa y original por representar las agresiones como una danza trágica de dos, un ritual cíclico entre Ivano y Delia, en el que él la golpea, después le pide perdón y ella se somete y acaba disculpándolo por “los nervios de haber vivido dos guerras”.

Oda al feminismo silente

Por otro lado, abundantes escenas de la cinta constituyen un homenaje conmovedor a las heroínas anónimas que, con sus pequeñas conquistas cotidianas, han contribuido a la emancipación de la mujer. Muchas, desde la sumisión y la mansedumbre, educadas como fueron para obedecer, con la boca cerrada, a su padres, hermanos y esposos, no dejaron de construir, aún de forma silenciosa, un futuro mejor para sus hijas.

En el momento histórico elegido por Paola Cortellesi, tras la II Guerra Mundial, las mujeres italianas pudieron votar por primera vez. La película retrata cómo muchas lo hicieron con la esperanza de contribuir a una mejor civilización y, para ello, se engalanaron con sus mejores vestidos y borraron el carmín de sus labios para no invalidar las papeletas de voto que conservaban como si fueran cartas de amor. Si bien este homenaje desborda los límites territoriales para reconocer la epopeya de millones de mujeres hacia la libertad, supone, al mismo tiempo, una cura de humildad frente a la soberbia de algunos movimientos que se apropian indebidamente de la larga marcha del empoderamiento femenino.

Las propuestas fílmicas como la de Paola Cortellesi muestran que el cine convoca a soluciones narrativas y formas cinematográficas capaces de transformar las retóricas desdichadas en nuevas miradas y lenguajes que no ciegan las posibilidades de construir modos de vida más felices y justos que es posible hacer realidad. El cine puede contribuir al cambio o, al menos, ser un aguijón para el cuestionamiento y la reflexión. Cortellesi no se ciñe a denunciar las limitaciones de la mujer en el patriarcado, ni encasilla los logros del movimiento feminista en meras resistencias. Más bien, la salida que apunta es la opción final de Delia, el coraje de abordar el futuro con optimismo y determinación.

Amparo Aygües – Master Universitario en Bioética por la Universidad Católica de Valencia – Miembro del Observatorio de Bioética

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