La Virgen del Carmen y el escapulario

La Virgen otorga una especial protección

Escapulario de la Virgen del Carmen © Cathopic. Vanesa Guerrero, rpm

El sacerdote Rafael de Mosteyrín ofrece a los lectores de Exaudi este artículo sobre la fiesta de  la Virgen del Carmen y el Escapulario que entregó a san Simón Stock.

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La aparición de la Virgen a san Simón Stock sucedió en Londres, el año 1261. La Santísima Virgen, rodeada de innumerables ángeles, le prometió una especial protección sobre la Orden del Carmen. Al mismo tiempo que le entregaba el Escapulario del Carmen con esta promesa: “Recibe, amadísimo hijo, el Escapulario de tu Orden, señal de mi confraternidad, privilegio para ti y para todos los carmelitas, todo el que muera con él se librará del fuego eterno. He aquí la señal de la salvación, salvación en los peligros, alianza de paz y de pacto sempiterno”.

Más tarde el Papa Juan XXI confirmaba con su autoridad el Escapulario del Carmen y Privilegio Sabatino, transcribiendo las siguientes palabras de la Virgen María: “Yo, Madre de las gracias, bajaré, el sábado después de su muerte y libraré a todos los que se encuentren en el Purgatorio y los llevaré al monte santo de la vida eterna”.

Los requisitos exigidos por la Iglesia para que nos podamos beneficiar de dicha promesa son:

  • Tener impuesto el escapulario por un sacerdote facultado para ello  y llevarlo habitualmente.
  • Guardar castidad conforme al estado de cada cual.
  • Rezar tres Avemarías cada día.

Son muchos los hechos milagrosos que a lo largo de la historia expresan la fidelidad de la Santísima Virgen a su promesa. Contaré uno que le ocurrió al cardenal Vicente Enrique y Tarancón, el año 1938 y que el mismo narra, siendo obispo de Solsona, en una pastoral sobre el escapulario del Carmen:

“Era el mes de junio de 1938. Hacía dos meses escasos que las fuerzas nacionales habían llegado al Mediterráneo, liberando la parroquia de Vinaroz, en Castellón

Un oficio de las autoridades militares solicitaba nuestra cooperación para prestar auxilios espirituales a diez condenados a muerte. A las once de la noche entraron en la capilla los reos. Ocho de ellos se confesaron en seguida, y con grandes y visibles muestras de arrepentimiento y fervor. Uno, que había sido comisario político en el ejército rojo, apenas sí permitió que nos acercáramos a él. Todas nuestras tentativas fueron inútiles y no pudimos lograr que se confesara.

Me pidieron que lo intentara de nuevo, pero mi desilusión fue terrible cuando, después de haber hablado con él por espacio de más de media hora, me dijo que había perdido completamente la fe, y que dejase de perder el tiempo con él.

Quedé aturdido de momento; casi sin saber qué decir. Pero, inspirado sin duda, por la Santísima Virgen, me atreví a proponerle:


-¿Me haría usted un favor?

-El que usted quiera –me contestó-, con tal que no me pida que me confiese.

-¿Me permitiría –añadí- que le impusiese el Santo Escapulario?

-No tengo ningún inconveniente- me dijo-. A mí no me dicen nada estas cosas; pero si con ello he de complacerle, puede hacerlo.

Le impuse acto seguido, el Santo Escapulario del Carmen y me retiré en seguida a orar por Él a la Virgen Santísima. El fue a sentarse en un rincón al extremo de uno de los bancos que había en aquella sala. Aún no habían pasado cinco minutos, cuando oí como una especia de rugido y unos sollozos fuertes y entrecortados, que me alarmaron. Entré de nuevo en la habitación y escuché que me decía:

-Quiero confesarme, quiero confesarme. No merezco esta gracia de Dios. La Virgen me ha salvado.

Ante la admiración y asombro de todos los presentes, se confesó, sin dejar de derramar lágrimas ni un solo momento, con una contrición realmente extraordinaria y enternecedora. Y, cuando a última hora, antes de llevarlos al lugar de la ejecución, me despedí de ellos, me abrazó y me besó, mientras me decía:

-Gracias, Padre; gracias por el bien inmenso que me ha hecho. En el Cielo rogaré por usted. Gracias y hasta el Cielo.

Me conmovió aquella escena y que mis lágrimas se unieron a las suyas, mientras daba gracias al Señor por aquella maravilla y agradecía a la Santísima Virgen el que me hubiese permitido ser testigo de aquella manifestación espléndida de su amor maternal y misericordioso.”