Matrimonio y felicidad

Un compromiso de entrega y gratitud

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¡Qué difícil es el matrimonio!

Decir lo contrario sería naïf o falaz.

¿Conocen algo que merezca la pena y que sea fácil?

Todo lo que merece la pena implica una dificultad. Más aún, cuánto más valioso, mayor dificultad conlleva.

Por eso el matrimonio es tan difícil, porque es de las pocas cosas que realmente merecen la pena.

Cuando los niños son pequeños, menores de seis, ocho años, los padres viven bajo una obligación constante de entrega.

Los hijos pequeños nos obligan a olvidarnos de nosotros mismos para estar constantemente pendientes de ellos. Si lloran a media noche, si hay que cambiarles el pañal, si hay que llevarles al médico (sea la hora que sea del día o de la noche),  ahí estás, ni te planteas no hacerlo. Y por supuesto ni padel, ni pilates, ni cenita romántica los dos solos, ni cine, ni fútbol (salvo a veces en la TV).

Es una obligación. Ni nos lo cuestionamos.

¿Y mi felicidad? ¿Y mi tiempo? ¿Y mi vida?, esas cosas no nos las planteamos cuando se trata de ocuparnos de los niños. Tenemos la obligación de estar con ellos, por ellos y para ellos y punto. En ese momento nuestra felicidad es verlos crecer sanos, sin demasiadas rabietas y sin sobresaltos.

Es una fase agotadora que a menudo nos hace plantearnos si estamos haciendo lo correcto, pero nunca se nos ocurriría poner a nuestros hijos en el punto de mira. Ellos, sin duda, no son el error.

Pero cuando se trata de nuestro cónyuge … ¡Esa es la maravilla del matrimonio!

Ya no es obligatorio. Su vida no depende de nuestras atenciones, ahora se las podemos dar por el simple hecho de que ¡ME DA LA GANA!.

¿Y mi felicidad? ¿Y mi tiempo? ¿Y mi vida? Todo eso, es dártelo.

¿Para qué te casaste?. ¿Para ser feliz o para hacer feliz al otro?

Si te casaste para ser feliz, lo lamento, te lo explicaron mal. Pero que muy mal. Se me ocurren mil formas mucho más sencillas de encontrar la felicidad.

Si buscas tu propia felicidad … si tú eres el sujeto, objeto, actor y receptor de tu búsqueda de la felicidad … te vas a quedar más solo que la una.


Si te casaste para hacer feliz al otro … ¡enhorabuena! esa es la clave. Ahora tienes un un objetivo que te va a durar toda una vida y la posibilidad de matar dos pájaros de un tiro: cada vez que consigas tu objetivo lo más probable es que tú también estés disfrutando de un momento de felicidad.

Creo que fue José Antonio Marina quien aseguró que «la felicidad se encuentra haciendo otras cosas».

NO creo en la felicidad salvo como estado emocional transitorio: creo en los momentos felices, poco más; pero tengo claro que los momentos felices se encuentran cuando otros logran satisfacciones:

  • cuando nuestros hijos tienen éxito (no hay nada equiparable a esto).
  • cuando nos reunimos los hermanos y compartimos la conversación, los intereses (la vida) como cuando éramos niños.
  • cuando nuestro cónyuge nos dice «qué feliz soy a tu lado» (no hay nada equiparable a esto).
  • cuando nuestro equipo de fútbol gana.

Siempre he defendido que la causa más frecuente de divorcio – aunque no la única – es el egoísmo. Cuando uno de los dos (o los dos) centran la búsqueda de SU propia felicidad en SÍ mismos, en lugar de en el otro, las probabilidades de fracaso son máximas.

Si nos entregamos a nuestro cónyuge con las mismas ganas, con la misma GRATUIDAD con que nos entregamos a nuestros hijos, pero ahora sí, con toda la libertad del mundo al NO hacerlo por obligación, es muchísimo más fácil encontrar la felicidad.

Una entrega así no es fácil. Exige NO ponerme como prioridad. Exige buscar SU bienestar antes que el mío, SU felicidad (sus momentos felices) antes que mis deseos, sus gustos antes que mis necesidades (acaso no hacemos eso con los hijos), su PERSONA antes que la mía.

Una entrega así pone de manifiesto que el amor es UN ACTO VOLUNTARIO, teñido por un sentimiento que a veces alcanza el grado de emoción. Si seguimos pensando que el amor es SOLO un sentimiento, vamos a estar al albur de una realidad sobre la que no tenemos el más mínimo control.

No puedo evitar sentir alegría al ver a mis hijos tener éxito, no puedo evitar sentir miedo al ver un animal salvaje que se me acerca (más aún si es humano), no puedo evitar sentir asco cuando veo un vómito en la calle.

Los sentimientos son espontáneos, inevitables y sin duda incontrolables. ¿Voy a apostar mi vida entera a algo basado únicamente en puros sentimientos? Ni loco.

Gracias a Dios que el amor – y por tanto el matrimonio – no se basa en algo tan voluble como los sentimientos. Gracias a Dios que el amor, si es amor, es un ejercicio de libertad.

El matrimonio no es nada fácil, pero no conozco nada en la vida que sea más gratificante.  Nada que merezca más la pena.

¿Exige muchos sacrificios? Sin duda, pero NO tienen punto de comparación con sus recompensas.

Además, si el amor no fuera sacrificado ¿cómo podría crecer?, ¿cómo podría madurar?.

El matrimonio no aporta la felicidad, pero para muchos de nosotros es sin duda el camino más seguro para alcanzarla.

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