Papa a comunidad gitana: “Donde se cuida a la persona llegan los frutos”

Palabras en el barrio Luník IX, en Košice, Eslovaquia

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Encuentro con la comunidad gitana en Košice, Eslovaquia, 14 sept. 2021© Vatican Media

El Papa Francisco ha presidido en torno a las 16 (hora local y de Roma), 14 de septiembre de 2021, un encuentro con la comunidad gitana en Luník IX, Košice, Eslovaquia, y ha indicado que “donde se cuida a la persona, donde hay trabajo pastoral, donde hay paciencia y concreción llegan los frutos. No llegan inmediatamente, sino con el tiempo, pero llegan”.

Luník IX es uno de los 22 distritos de dicha ciudad, en el cual vive la mayor densidad de población romaní de Eslovaquia. Se trata de un barrio habitado en la actualidad por unos 4.300 gitanos con el que la Familia Salesiana realiza una labor misionera de formación e integración de las familias Centro Pastoral Salesiano del distrito.

El encuentro con la comunidad gitana tuvo lugar en la plaza frente al centro Salesiano. El Santo Padre fue recibido a la entrada del mismo por el director del centro Salesiano, padre Peter Bešenyei, 3 hermanos Salesianos y 2 niños gitanos. El acto ha comenzado las palabras del director del director y ha proseguido con dos testimonios: el de Ján, de 61 años, procedente de un asentamiento romaní de Medovarce, en la región de Krupina, padre de cinco hijos; y de Nikola y René, matrimonio criado en ese barrio y ahora insertado en el mundo laboral.

Ustedes están en el corazón de la Iglesia”

Después, Francisco ha pronunciado su saludo, en el que ha remitido a las palabras de san Pablo VI a las que Jàn ha aludido: “Ustedes en la Iglesia no están al margen… Ustedes están en el corazón de la Iglesia” (Homilía, 26 septiembre, 1965)”, remarcando que “nadie en la Iglesia debe sentirse fuera de lugar o dejado de lado. No es sólo un modo de decir, es el modo de ser de la Iglesia (…). Sí, porque Dios nos desea así, cada uno diferente pero todos reunidos en torno a Él. El Señor nos ve juntos”.

Dios también “nos ve hijos. Tiene mirada de Padre, mirada de predilección por cada hijo”. Esta “es la Iglesia, una familia de hermanos y hermanas con el mismo Padre, que nos ha dado a Jesús como hermano, para que comprendamos cuánto ama la fraternidad. Y anhela que toda la humanidad llegue a ser una familia universal”.

En este sentido, el Papa ha subrayado cómo “ustedes albergan gran amor y respeto por la familia, y miran a la Iglesia a partir de esta experiencia”, afirmando: “Sí, la Iglesia es casa, es su casa” y, por ello, “—quisiera decirles con el corazón— ustedes son bienvenidos, siéntanse siempre en casa en la Iglesia y nunca tengan miedo de estar aquí. ¡Que ninguno los deje, a ustedes o a cualquier otra persona, fuera de la Iglesia!”.

No juzguen, nos dice Cristo”

Después, el Pontífice ha hablado sobre Ján y su esposa Beáta, que juntos antepusieron su sueño de familia “a vuestras grandes diferencias de proveniencia, usos y costumbres”. Su matrimonio testimonia, “más que muchas palabras, cómo lo concreto de la vida juntos puede derribar numerosos estereotipos, que de lo contrario parecieran insuperables. No es fácil ir más allá de los prejuicios, incluso entre los cristianos. No es sencillo valorar a los otros, a menudo se los ve como obstáculos o adversarios y se expresan juicios sin conocer sus rostros y sus historias”.

Así, Su Santidad invita a escuchar lo que dice Jesús en el Evangelio: “No juzguen, nos dice Cristo”. No obstante, reconoce “¡Cuántas veces los juicios son en realidad prejuicios, cuántas veces adjetivamos!” (…). “No se puede reducir la realidad del otro a los propios modelos prefabricados, no se puede encasillar a las personas. Ante todo, para conocerlas verdaderamente, es necesario reconocerlas. Reconocer que cada uno lleva en sí la belleza imborrable de hijo de Dios, en la que se refleja el Creador”, añadió.

El Obispo de Roma admite que la comunidad gitana “demasiadas veces han sido objeto de preconceptos y de juicios despiadados, de estereotipos discriminatorios, de palabras y gestos difamatorios”, volviéndonos “pobres de humanidad”. Es por eso que se hace necesario “recuperar dignidad y pasar de los prejuicios al diálogo, de las cerrazones a la integración”.

Convivencia pacífica a través de la integración

Como ejemplo para hacerlo, el Sucesor de Pedro ofrece el testimonio de Nikola y René: “Su historia de amor nació aquí y maduró gracias a la cercanía y al aliento que recibieron. Se sintieron responsables y aspiraron a un trabajo, se sintieron amados y crecieron con el deseo de dar algo más a sus hijos”. Este matrimonio aporta “un hermoso mensaje: donde se cuida a la persona, donde hay trabajo pastoral, donde hay paciencia y concreción llegan los frutos. No llegan inmediatamente, sino con el tiempo, pero llegan”.

“El camino para una convivencia pacífica es la integración. Es un proceso orgánico, lento y vital que se inicia con un conocimiento recíproco, va adelante con paciencia y mira al futuro. ¿Y a quién le pertenece el futuro? (…) A los niños. Ellos son los que nos orientan. Sus grandes sueños no pueden hacerse añicos contra nuestras barreras”. Por los hijos “deben tomarse decisiones valientes; por su dignidad, por su educación, para que crezcan bien arraigados en sus orígenes y, al mismo tiempo, para que no vean coartada cualquier otra posibilidad”.

Finalmente, el Papa Francisco agradeció a todos, sacerdotes, religiosos y laicos, “que dedican su tiempo para ofrecer un desarrollo integral a sus hermanos y hermanas, ¡gracias! Gracias por todo el trabajo con quienes están en los márgenes”. Y dio las gracias al director del centro y a los Salesianos por su labor pastoral en Luník IX, “no tengan miedo de salir al encuentro de quien está marginado. Se darán cuenta de que salen al encuentro de Jesús. Él los espera allí donde hay fragilidad, no comodidad; donde hay servicio, no poder; donde es posible encarnarse, no buscar sentirse satisfechos. Allí está Él”.


A continuación, sigue el texto completo del saludo de Francisco.

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Saludo del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!

Les agradezco la acogida y sus palabras afectuosas. Ján ha recordado lo que les dijo san Pablo VI “Ustedes en la Iglesia no están al margen… Ustedes están en el corazón de la Iglesia” (Homilía, 26 septiembre, 1965). Nadie en la Iglesia debe sentirse fuera de lugar o dejado de lado. No es sólo un modo de decir, es el modo de ser de la Iglesia. Porque ser Iglesia es vivir como convocados por Dios, es sentirse titulares en la vida, formar parte del mismo equipo. Sí, porque Dios nos desea así, cada uno diferente pero todos reunidos en torno a Él. El Señor nos ve juntos.

Y nos ve hijos. Tiene mirada de Padre, mirada de predilección por cada hijo. Si yo acojo esta mirada sobre mí, aprendo a ver bien a los demás, descubro que tengo a mi lado otros hijos de Dios y los reconozco como hermanos. Esta es la Iglesia, una familia de hermanos y hermanas con el mismo Padre, que nos ha dado a Jesús como hermano, para que comprendamos cuánto ama la fraternidad. Y anhela que toda la humanidad llegue a ser una familia universal. Ustedes albergan gran amor y respeto por la familia, y miran a la Iglesia a partir de esta experiencia. Sí, la Iglesia es casa, es su casa. Por eso —quisiera decirles con el corazón— ustedes son bienvenidos, siéntanse siempre en casa en la Iglesia y nunca tengan miedo de estar aquí. ¡Que ninguno los deje, a ustedes o a cualquier otra persona, fuera de la Iglesia!

Ján, me has saludado con tu esposa Beáta. Juntos han antepuesto su sueño de familia a vuestras grandes diferencias de proveniencia, usos y costumbres. Su matrimonio es el que testimonia, más que muchas palabras, cómo lo concreto de la vida juntos puede derribar numerosos estereotipos, que de lo contrario parecieran insuperables. No es fácil ir más allá de los prejuicios, incluso entre los cristianos. No es sencillo valorar a los otros, a menudo se los ve como obstáculos o adversarios y se expresan juicios sin conocer sus rostros y sus historias.

Pero escuchemos lo que dice Jesús en el Evangelio: “No juzguen” (Mt 7,1). El Evangelio no debe ser endulzado, no debe ser diluido. No juzguen, nos dice Cristo. Cuántas veces, en cambio, no sólo hablamos sin tener elementos o de oídas, sino que nos consideramos en lo correcto cuando somos jueces implacables de los demás. Indulgentes con nosotros mismos, inflexibles con los otros. ¡Cuántas veces los juicios son en realidad prejuicios, cuántas veces adjetivamos! La belleza de los hijos de Dios, que son nuestros hermanos, se desfigura con palabras. No se puede reducir la realidad del otro a los propios modelos prefabricados, no se puede encasillar a las personas. Ante todo, para conocerlas verdaderamente, es necesario reconocerlas. Reconocer que cada uno lleva en sí la belleza imborrable de hijo de Dios, en la que se refleja el Creador.

Queridos hermanos y hermanas, demasiadas veces han sido objeto de preconceptos y de juicios despiadados, de estereotipos discriminatorios, de palabras y gestos difamatorios. De esta manera todos nos hemos vuelto más pobres, pobres de humanidad. Lo que necesitamos es recuperar dignidad y pasar de los prejuicios al diálogo, de las cerrazones a la integración. Pero, ¿cómo hacer? Nikola y René, ustedes nos han ayudado. Su historia de amor nació aquí y maduró gracias a la cercanía y al aliento que recibieron. Se sintieron responsables y aspiraron a un trabajo, se sintieron amados y crecieron con el deseo de dar algo más a sus hijos.

Así nos dieron un hermoso mensaje: donde se cuida a la persona, donde hay trabajo pastoral, donde hay paciencia y concreción llegan los frutos. No llegan inmediatamente, sino con el tiempo, pero llegan. Juicios y prejuicios sólo aumentan las distancias. Conflictos y palabras fuertes no ayudan. Marginar a las personas no resuelve nada. Cuando se alimenta la cerrazón, antes o después estalla la rabia. El camino para una convivencia pacífica es la integración. Es un proceso orgánico, lento y vital que se inicia con un conocimiento recíproco, va adelante con paciencia y mira al futuro. ¿Y a quién le pertenece el futuro? (…) A los niños. Ellos son los que nos orientan. Sus grandes sueños no pueden hacerse añicos contra nuestras barreras. Ellos quieren crecer junto a los demás, sin obstáculos ni exclusiones. Merecen una vida integrada y libre. Ellos son los que motivan decisiones con amplitud de miras que no buscan el consenso inmediato, sino que velan por el porvenir de todos. Por los hijos deben tomarse decisiones valientes; por su dignidad, por su educación, para que crezcan bien arraigados en sus orígenes y, al mismo tiempo, para que no vean coartada cualquier otra posibilidad.

Agradezco a quienes llevan adelante este trabajo de integración que, además de que comporta no poco esfuerzo, a veces recibe incomprensión e ingratitud, incluso dentro de la Iglesia. Queridos sacerdotes, religiosos y laicos, queridos amigos que dedican su tiempo para ofrecer un desarrollo integral a sus hermanos y hermanas, ¡gracias! Gracias por todo el trabajo con quienes están en los márgenes. Pienso también en los refugiados y en los detenidos. A ellos, en particular, y a todo el mundo penitenciario expreso mi cercanía. Gracias, don Peter, por habernos hablado de los centros pastorales, donde no hacen asistencialismo social, sino acompañamiento personal. Gracias a ustedes Salesianos, sigan adelante en este camino, que no engaña de poder dar todo y rápidamente, sino que es profético, porque incluye a los últimos, construye fraternidad, siembra la paz. No tengan miedo de salir al encuentro de quien está marginado. Se darán cuenta de que salen al encuentro de Jesús. Él los espera allí donde hay fragilidad, no comodidad; donde hay servicio, no poder; donde es posible encarnarse, no buscar sentirse satisfechos. Allí está Él.

Y los invito a todos ustedes a ir más allá de los miedos, más allá de las heridas del pasado, con confianza, un paso tras otro: en el trabajo honesto, en la dignidad de ganarse el pan cotidiano, alimentando la confianza recíproca. Y en la oración los unos por los otros, porque esto es lo que nos orienta y nos da fuerza. Los animo, los bendigo y les traigo el abrazo de toda la Iglesia. Gracias. Palikerav.

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