“Que la paz que anuncian de palabra, la tengan, y en mayor medida, en sus corazones”

Saludo del Santo Padre con motivo de la inauguración del «Pabellón de la Fe»

Vatican Media

El cardenal secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, leyó el mensaje del Papa en la inauguración del «Pabellón de la Fe» en Dubái, en el contexto de la Cop28: «Salvaguardar la paz es también tarea de las religiones». El Pontífice reitera la urgencia de actuar por el medio ambiente.

***

Mensaje del Papa

Alteza,

señor Secretario General,

queridos hermanos y hermanas:


Quisiera agradecer al Doctor Ahmad Al-Tayyeb, Gran Imán de Al-Azhar, que me ha manifestado su cercanía; al Consejo Musulmán de Ancianos, con quien me reuní hace un año, al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) y a todos los colaboradores que han organizado y promovido este pabellón religioso. Es el primero de este tipo en el corazón de una COP y muestra que todo auténtico credo religioso es fuente de encuentro y de acción.

En primer lugar, de encuentro. Es importante reunirnos, más allá de nuestras diferencias, como hermanos y hermanas de una misma humanidad, y sobre todo como creyentes, para recordarnos a nosotros mismos y al mundo que, como peregrinos acampados en esta tierra, estamos obligados a cuidar la casa común. Las religiones, en cuanto conciencias de la humanidad, nos recuerdan que somos criaturas finitas, habitadas por la sed de infinito. Sí, somos mortales, somos limitados, y cuidar la vida también significa oponernos al delirio de omnipotencia voraz que está devastando el planeta. Esto surge cuando el hombre se considera señor del mundo; cuando, viviendo como si Dios no existiera, se deja embelesar por las cosas que pasan. Entonces el ser humano, más que disponer de la técnica, se deja dominar por ella, “se cosifica” y se vuelve indiferente. Incapaz de llorar y de compadecerse, se encierra en sí mismo y, erigiéndose más allá de la moral y de la prudencia, llega a destruir incluso aquello que le permite vivir. Es por esto que el drama climático es también un drama religioso: porque su raíz está en la presunción de autosuficiencia de la criatura. Pero «la criatura sin el Creador desaparece» (Const. past. Gaudium et spes, 36). Que este pabellón sea, en cambio, un lugar de encuentro, y que las religiones sean siempre “lugares de acogida” que, testimoniando proféticamente la necesidad de trascendencia, hablen al mundo de fraternidad, de respeto y de cuidado mutuo, sin justificar de ningún modo el maltrato de la creación (cf. Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi, 4 febrero 2019).

Esto nos lleva al otro tema clave de este pabellón y del credo religioso: la acción. Es urgente actuar en favor del medio ambiente, pero no basta sólo con emplear más recursos económicos; se necesita cambiar el modo de vivir y por eso es preciso educar en estilos de vida sobrios y fraternos. Esta es una acción irrenunciable para las religiones, que también están llamadas a educar en la contemplación, porque la creación no es sólo una realidad que debemos preservar, sino un don que hemos de acoger. Y un mundo pobre de contemplación será un mundo contaminado en el alma, que seguirá descartando personas y produciendo desechos; un mundo sin oración dirá muchas palabras, pero, carente de compasión y de lágrimas, vivirá sólo de un materialismo hecho de dinero y de armas.

A este respecto, sabemos que la paz y el cuidado de la creación son interdependientes. Está a la vista de todos cómo las guerras y los conflictos dañan el medio ambiente y dividen a las naciones, impidiendo un compromiso compartido sobre la base de temas comunes, como la salvaguarda del planeta. Una casa, en efecto, es habitable para todos sólo si en su interior se instaura un clima de paz. Así ocurre con nuestra tierra, cuyo suelo parece unirse al grito de los niños y de los pobres para hacer llegar hasta el cielo una sola súplica: ¡paz! Custodiar la paz también es tarea de las religiones. Por favor, que no haya incongruencias en esto. Que no se desmienta con los hechos aquello que se dice con los labios; que no nos limitemos a hablar de paz, sino que se tomemos una posición clara frente a quienes declarándose creyentes alimentan el odio y no se oponen a la violencia. Recuerdo las palabras de Francisco de Asís: “Que la paz que anuncian de palabra, la tengan, y en mayor medida, en sus corazones” (Leyenda de los tres compañeros, XIV, 58: FF 1469). Hermanos, hermanas, que el Altísimo bendiga nuestros corazones para que podamos ser, juntos, constructores de paz y custodios de la creación. Gracias.