¿Qué nos está pasando a los católicos?

Una respuesta a Fiducia supplicans y a la crisis de la Iglesia

Cathopic, Titi Maciel Pérez
Cathopic, Titi Maciel Pérez

Hace unos días, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe emitió la declaración Fiducia supplicans. No siento que sea mi lugar analizar el documento en sí; me gustaría sencillamente compartir unas reflexiones acerca de la reacción al documento y lo que indica sobre el estado de nuestra Iglesia.

Entre las diversas respuestas, el P. James Martin aparece en The New York Times bendiciendo a una pareja de dos hombres, aunque Fiducia supplicans determina que la bendición debe ser espontánea y evitar escándalo y confusión. [1] Por otro lado, de manera más extrema, el arzobispo Viganò declara que las personas que trabajan en el Vaticano son “siervos de Satanás”. [2] No puedo juzgar las intenciones de los demás. Sin embargo, la división que reacciones públicas como estas han provocado entre los fieles me parecen indicar que muchos están perdiendo el sentido de unidad como Iglesia y el humilde respeto que le debemos al magisterio. ¿Qué nos ha pasado a los católicos para llegar a esta instancia?

Extremismos

Enfrentados con el contenido que abarca el documento, los medios seculares y ciertos líderes dentro de la Iglesia nos quieren hacer pensar que tenemos dos opciones:

  1. Puedo exigir que la doctrina, inspirada y guiada por el Espíritu Santo a lo largo de dos milenios, cambie para reflejar mis ideas progresistas. Quiero complacer al mundo, así que interpreto las Sagradas Escrituras como yo quiero y evito hablar del pecado, para no herir sensibilidades frágiles.
  2. Puedo ignorar los problemas del mundo actual porque tengo miedo a ensuciarme las manos. No me quiero incomodar; es más fácil refugiarme en mi burbuja. Además, no soy yo quien se encuentra en esa situación, son ellos “los pecadores”.

Como cristianos no tenemos que elegir entre un extremo u otro; estamos llamados a seguir a Cristo y ser fiel a nuestra Madre, la Iglesia. Podemos abrazar la actitud pastoral del Papa Francisco y al mismo tiempo opinar que ciertas medidas, como estas, quizás no son las más prudentes. Al disentir, lo esencial es la comunión con el sucesor de Pedro. Esta integración orgánica de ideas, si bien difícil de lograr, es imprescindible.

Si la ideología consume, la fe se pierde

Cuando la ideología nos consume, la fe auténtica desaparece. Nos quita la capacidad de discernir libremente; nuestro corazón cae en impulsos tribales, instintivos e infantiles que no presentan signos de una conciencia libre y madura. Nuestra mente se aferra a obsesiones, ya sea con la liturgia “perfecta” o el “progreso” que ignora la doctrina. Usamos lenguaje manipulado, palabras como “modernismo”, “hereje” y “diversidad” que han perdido todo sentido auténtico para convertirse en armas puramente ideológicas.

¿Dónde está la simplicidad del Evangelio: la escucha humilde, el acompañamiento desinteresado, la entrega radical a nuestro Señor crucificado, el llamado a ser fiel a nuestras raíces como pueblo cristiano? En la mente mantenida presa por una ideología, estas virtudes no encuentran espacio para florecer.

¿Por qué estamos confundidos?

Hay muchas personas de bien que, al leer Fiducia supplicans con el corazón abierto, siguen teniendo dudas. Comparto esa incomodidad; posiblemente el documento no sea perfecto. Pero, ¿acaso los discípulos de Jesús no estuvieron confundidos al enfrentar situaciones novedosas y complicadas? Lo que me trae paz es la confianza en el “magisterio vivo de la Iglesia, que, por la autoridad ejercida en el nombre de Cristo, es el solo intérprete auténtico de la Palabra de Dios.” [3] ¿Quién soy yo para desconfiar?

La comprensión del documento también se complica a la luz del contexto: medios cuyo interés es sembrar la división, la complejidad de la temática en sí misma, ignorancia de otras experiencias, y hasta la situación eclesial actual, particularmente en vista de los abusos litúrgicos de la Iglesia alemana, para los que este documento puede haber sido una respuesta.

Quizás tampoco ayude nuestra obsesión por necesitar siempre una respuesta perfecta, la incapacidad que tenemos a menudo de decir «no sé».

Liberémonos de tanta intelectualidad y salgamos a la calle. No nos vendría mal hacer como el arzobispo García Cuerva, que hace unos días, salió a peregrinar con la Virgen de Luján en los barrios de Buenos Aires. [4] Se acercó a personas reales, no a situaciones ideales o teóricas que observamos, cómodamente, detrás de nuestras pantallas: adultos y niños; pobres y no tan pobres; travestis, prostitutas, mendigos, vendedores de drogas, sin preguntar a nadie por su regularidad o irregularidad en la Iglesia. Pecadores, como tú y como yo, que probablemente saben muy poco de teología moral católica. Él bendijo a su rebaño, y ellos sintieron la cercanía de su pastor.

Primero el abrazo, después la motivación a crecer

Misericordia radical y conversión de corazón. Este es el equilibrio que siempre tenemos que tener; es la esencia de la vocación cristiana. Así lo hizo Jesús al encontrar a la mujer sorprendida en adulterio. Primero el abrazo. “Tampoco yo te condeno.” Después del encuentro fraterno, la llamada al arrepentimiento: “Vete, y no peques más” (Jn 8,11). Te tiendo la mano, no tengo miedo de acercarme a tu vida, sin importar en qué estado te encuentres. “Dios te ama íntimamente.” Pero no me olvido de lo esencial: “Por eso te invita a algo más, a entregarlo todo, a ser santo.” Este es el camino, siempre valorando los contextos, respetando los procesos interiores y los tiempos, y discerniendo los momentos, personas y formas apropiadas para cada conversación.

Nuestra tarea

Para los que acentúan con insistencia la tradición: ¿Has alguna vez acompañado a una pareja en situación “irregular”? ¿Has realmente caminado, llorado, reído, rezado con ellos, sin juzgar? Creo que ahí podrás ver lo complejamente humano que es este asunto.

Para los que propician el progreso por encima de la doctrina: ¿te has tomado el tiempo de indagar en el profundo tesoro de las enseñanzas de la Iglesia respecto al matrimonio y cómo revelan la belleza del ser humano? Creo que ahí podrás ver adónde estamos siendo llamados.

Es momento para profundizar en nuestra tradición, reconociendo su hermosura y a la vez, sus limitaciones, especialmente a nivel pastoral. Es momento de unirnos como Iglesia, en torno al Santo Padre, que, con sus errores humanos, sigue siendo el Vicario de Cristo, guiándonos en una teología pastoral que nos acerca al Pueblo de Dios. Es momento de dejar de escuchar a personajes que siembran la desunión, para reconocer nuestra pequeñez y confiar en la Iglesia de Cristo, siendo signos de unidad.

¿Y yo?

Te invito a meditar en silencio, volviendo a lo esencial:


¿Cómo es mi relación con Jesús?
¿Cómo estoy sirviendo a los demás?

Cuando veo un hombre durmiendo en la calle, no me detengo, no me conmuevo. Es parte del paisaje. ¿Quién más es invisible para mí? El joven sentado solo en misa, la mujer que limpia, el cajero en el supermercado. ¿Me he incomodado realmente para acercarme al pobre, al hambriento, al que está en la periferia de mi entorno? Si paso más tiempo enredado en las noticias de política eclesial que en la oración y en el servicio, el verdadero problema dentro de la Iglesia no son los demás, ¡soy yo!

Lo que debe inquietarme santamente no es el más reciente decreto que emite el Vaticano, sino el hecho que tantos de mis hermanos “vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”. [5] ¿Qué estoy haciendo yo hoy? Una sonrisa radiante que brota del alma que se refugia en el Señor le puede cambiar el día a otra persona. Seamos los santos de este tiempo, portadores de esta felicidad, llevando la luz de Cristo a una sociedad que tiene sed de Dios.

Una cultura del encuentro

¿Cómo sanamos las heridas? No es necesario estar de acuerdo. Lo importante es abordar las conversaciones con humildad, con el corazón abierto y la voluntad de escuchar. Esto vale no solo para discusiones entre católicos, sino para toda conversación humana, ya sea con un sedevacantista, una abortista lesbiana, o un imán musulmán. ¡Qué fácil es juzgar y emitir opiniones a distancia!

En lugar de atacar en las redes, intercambiemos ideas fraternalmente, compartiendo nuestra opinión, aunque sea contraria a lo que piensa el otro, en comunión y humildad. Soltemos por un momento los celulares y las computadoras, abramos la Biblia, recemos en silencio. Así podremos discernir un camino de renovación para nuestra Iglesia, teniendo en cuenta nuestras diferencias; ese es el sentido de una Iglesia universal. Y no nos olvidemos lo que nos ha compartido el Papa Francisco:

“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”. [5]

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[1] Cf. “Esta pareja de esposos católicos finalmente recibió la bendición”, The New York Times, 22 dic 2023

[2] Declaration on «Fiducia supplicans», Exsurge Domine, n. 5

[3] Card. J. Ratzinger, Donum Veritatis, n. 13.

[4] Cf. “Travestis y comedores bendecidos en una peregrinación con la Virgen de Luján y el arzobispo”, TÉLAM, 29 dic 2023

[5] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 493