Querido Pedro
Una carta abierta al futuro Papa, escrita con fe, esperanza y el deseo profundo de amarle desde el primer instante

A pocas horas de que comience el cónclave he pensado en escribir a esa persona que, como sucesor de Pedro, va a pastorear a la Iglesia durante el tiempo que Dios quiera.
Antes, he de decir que he intentado mantenerme al margen de los comentarios y tertulias que tanto en redes sociales, como en medios de comunicación han ido surgiendo durante estos días. Y es que dicen que ojos que no ven…y yo convencida de que no me iban a producir un bien, las he obviado, aunque siempre algo te llega.
Me produce cada vez más fascinación ver cómo a las personas nos gusta opinar, hablar y, sobre todo, juzgar. Sigue asombrándome cómo personas que ni están dentro de la Iglesia ni, por supuesto, profesan la fe católica, hablan y hablan como si fueran los mayores expertos. Cómo posicionándose en una especie de púlpito imaginario dan su veredicto a modo de sentencia contra la que no cabe recurso alguno, y es que nos encanta pensar que nuestros razonamientos y sentido común es el más común de todos los que existen.
Pasa en todos los ámbitos. Estamos rodeados de personas que se autoproclaman “expertos” y que tienen una característica común: la falta de caridad al hablar. El ámbito de la religión, y más si es la católica, no es una excepción a esto y si enciendes la televisión después de los telediarios del mediodía te puedes encontrar con situaciones verdaderamente esperpénticas.
Yo no me voy a aventurar a hablar del cónclave, ni de los cardenales ni de la gran ignorancia que reina en el ambiente. Hoy, quiero poner mi corazón en disposición de dar la bienvenida y de querer desde ya al próximo Papa.
Y es por ello que me aventuro a escribirle estas líneas.
Querido Pedro,
Pudiera parecer difícil escribir a una persona de la que no sabes nada, ni siquiera el nombre. Y así lo sería si no fuera porque existe algo mucho más grande; algo mucho más profundo y a la vez, elevado, que me hace confiar en que, sin conocer tu rostro, puedo quererte desde ya. La verdad es que no es solo que pueda, sino que quiero y decido hacerlo. Quiero quererte.
Ese algo, es mi fe. Una fe que me hace moverme y vivirme con la certeza de que Dios lleva el devenir del mundo y nos acompaña, no dejándonos solos ni un minuto. Libres pero acompañados. Una fe que me hace sabedora de que eres el siguiente Pedro, sea cual sea tu nombre.
Esta certeza, esta esperanza sencilla hace que sepa que tu elección estará inspirada por el Espíritu Santo y que serás el Papa que la Iglesia necesita para estos tiempos.
Unos tiempos convulsos y complicados, pero ¿cuándo han sido tiempos fáciles? ¿cuándo el ser humano ha sabido encontrar esa buena vida que tanto anhela su corazón? ¿cuándo hemos dejado de tener guerras?
Cada época, su afán. Y en la nuestra, sé ciertamente que vamos a tener a la cabeza del rebaño que somos, a la persona que necesitamos. Te llames como te llames.
El otro día leí un post que decía que necesitamos un Papa con la garra apostólica de San Juan Pablo II, la claridad doctrinal de Benedicto XVI y el corazón del Papa Francisco.
Me gustó pensar en cada uno de ellos y en cómo nos han guiado. Cada uno como el don que eran. Con sus modos y su carisma. Cada uno de ellos sabiéndose llamados a una misión inmensa y muy pesada para la que el Espíritu Santo les capacitaba.
Y ahí está todo. Eso es lo radicalmente sustancial. No si eres asiático o europeo. No si tu piel tiene un color u otro. No si eres más joven o menos. Lo único y verdaderamente relevante es que serás la persona escogida por el Espíritu Santo para ayudarnos a caminar hacia el cielo.
Con tu pasado y tu historia. Con tus debilidades y talentos. Como el don que eres. Único e irrepetible y llamado a la gran misión de ser el sucesor de San Pedro.
Una misión para la que seguro te ves pequeño y probablemente así sea, pero para la que Dios te elige y, por tanto, te capacita; y para la que cuentas con la oración de muchísimas personas, incluyéndome en ellas.
Es un misterio muy grande el cómo Dios no necesitando de nosotros quiere hacerlo y nos llama a ser sus manos en este mundo. Un mundo que le anhela y le necesita, aunque le niega y le da la espalda.
Un mundo que te criticará mucho porque a los que vivimos en él nos encanta hacerlo pero que te necesita y necesita de tu testimonio.
Un mundo sediento de sentido y de testigos que con su vida nos hablen de ese Dios que nos ama sin necesidad de que hagamos méritos o tengamos muchos títulos, dinero o reconocimientos. Sino tal cual somos.
Un mundo que parece ha perdido el norte y la esperanza, pero en el que cada uno de nosotros tenemos una responsabilidad, necesitando de nuestro granito de arena.
No sé si hubieras preferido no ser elegido. Creo que es humano que esa idea se te haya pasado por la cabeza. Hasta hace nada eras una persona “normal” poco conocida. A partir de ahora tendrás muchos ojos puestos en ti y muchísima gente a tu alrededor. Ya no podrás pasear anónimamente ni hacerlo por donde y cuando quieras; y cada uno de tus gestos será analizado concienzudamente, muchas veces con no muy buena intención. Ahora tu corazón tendrá que ensancharse al máximo, así como las horas de tu agenda, y estoy segura de que te faltarán minutos en el día para todo lo que tendrás que hacer.
Cuando tuve el regalo de conocer a tu predecesor, el Papa Francisco, me impresionó muchísimo la cantidad de gente que tenía siempre a su lado y los muchos grupos y personas que veía a lo largo del día. En su mirada, cálida como ninguna, vi una humanidad inmensa. Me pidió que rezara por él y así lo he hecho cada día. Tú todavía no me lo has pedido, pero desde hace tiempo rezo por ti y te encomiendo.
Ya he preparado y dispuesto mi corazón para abrírtelo. Sé que el roce hace el cariño y te mentiría si te dijera que no tengo ganas de saber quién eres. ¡Muchísimas! Y es que el amor necesita de un rostro, de un nombre.
Y espero y confío en que una vez más me asombraré ante la acción de Dios que todo lo hace nuevo, pidiéndole que me ayude a no dejar de mirar la realidad con los ojos de una niña y a caminar siempre como una peregrina de la esperanza, amando mucho y juzgando poco.
Porque como decía la madre Teresa de Calcuta, si juzgas a la gente no tienes tiempo de amarla.
Doy gracias a Dios por ti y por tu misión, y a ti por responder que sí a esa llamada.
Related