“¿Quién es mi prójimo?”

Inculcar a los fieles el llamado del cristiano frente al migrante en su entorno

Acogida © Pexels. Andrea Piacquadio

La hermana Sarah Farber ofrece esta reflexión titulada “¿Quién es mi prójimo?” sobre la necesidad de inculcar a los fieles el llamado del cristiano frente al migrante en su entorno. Farber es religiosa de las Hermanas Carmelitas Misioneras y ha desarrollado su pastoral y formación como consagrada en Perú, Colombia, Nicaragua y otros países latinoamericanos.

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© Hermana Sarah Farber

Es un domingo soleado en el parque de la Merced en la ciudad capital de San José, Costa Rica. El parque, así llamado “de la Merced” porque se ubica enfrente de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, está repleto de gente. La escena es de bullicio, encuentro y venta local de comidas y juguetes baratos. Y, aunque los costarricenses se autodefinan como un pueblo de facciones claros y tez blanca, la gran mayoría de las personas que se han congregado hoy son de piel morena. Los olores de cocina exóticos y la música desconocida revelan la realidad de esta reunión, que, en medio de San José, se congregan aquí los nicaragüenses. Ahora tiene más sentido que el parque, oficialmente, “de la Merced,” es conocido mejor por los poblanos como “El Parque de los Nicas”.

Trescientos metros más arriba, por la avenida Segunda, doblamos a la derecha para encontrar un pequeño campamento levantado enfrente de la estación de autobuses. Aquí, hombres, mujeres y niños deambulan sin mucho que hacer, con rótulos caseros de cartón en la mano proclamando su predicamento: son venezolanos, recién salidos de la selva panameña que cruzaron a pie, y ahora han quedado varados en la capital, sin medios para seguir su camino. Si seguimos mirando, vemos un carro pasar y pararse frente a la estación. Del carro se bajan cuatro señoras de la parroquia aledaña, y abren el baúl revelando un percolador de café caliente y sándwiches para abastecer a 100 personas. Los recién llegados se apiñan alrededor del carrito, desbordándose en agradecimientos y bendiciones para las samaritanas de hoy.

Solo un vendedor ambulante nicaragüense se queda un poco atrás, esperando su turno para ver si queda algo. Él ya sabe que esta ayuda ha sido pensada para los venezolanos solamente. “Pero ¿por qué no pides?” le podemos decir, “Cuando yo llegué de mi país huyendo de la guerra, buscaba la ayuda de mi prójimo,” nos contesta, “Pero ahora sé que en Costa Rica el nica no vale nada.”

Como inmigrante estadounidense a la nación de Costa Rica, he experimentado en primera persona los valores de este pueblo: acogida, amistad, solidaridad y comunidad. Sin duda, estos valores son la columna vertebral de este país. Sin embargo, también he sido testigo de los aparentes límites de su generosidad, que parecieran coincidir con el río San Juan al norte y el vecino nica que se establece al lado. Costa Rica no está, de ninguna manera, solo en el mundo cuando se trata de “preferencias” migratorias, basta echar un vistazo a sus grandes vecinos al norte para confirmarlo.  Pero en un país que se declara cristiano católico, ¿es permisible escoger quién cuenta como nuestro prójimo? ¡Yo digo que definitivamente NO! El Evangelio nos exige salir de nuestros prejuicios establecidos y extender el mismo trato a todos los hijos de Dios que nos son “próximos.”

La pequeña nación de Costa Rica se ubica en el lugar ideal para ser, a la vez, país destino para inmigrantes y puerto de paso a otros destinos norteños. Dentro de la región centroamericana, Costa Rica se considera, generalmente, el más estable política y económicamente, con un sistema de garantías sociales en salud, educación y vivienda que lo hacen muy atractivo para inmigrantes provenientes de Latinoamérica, Norteamérica y Europa.[1] Por esta misma razón, hoy aproximadamente el 10% de la población es nacido en el extranjero, con un 75% de esa población inmigrante proveniente del país vecino de Nicaragua[2]. Además, Costa Rica acoge una cantidad significativa de refugiados y solicitantes de asilo anualmente: colombianos, venezolanos, cubanos, y hasta de diversos países africanos y asiáticos, algunos con el deseo de permanecer en el país, pero la mayoría con el fin de llegar a los Estados Unidos[3].

Lo que encuentro más interesante de la situación migratoria no es el mero número de inmigrantes que acoge el país, o las políticas migratorias que pueda haber, sino cómo los costarricenses (apodados los “ticos”) perciben a los extranjeros en su país, y cómo deciden quien es digno (o no) de una mano fraterna, y a quien se le da la espalda. Según el estudio publicado en el artículo, My Home, My Rules: Costa Rican Attitudes Toward Immigrants and Immigration, los ticos, en su mayoría, atribuyen significativamente más características negativas (como pereza, criminalidad, suciedad, etc.) a los nicaragüenses que a otras poblaciones migrantes en el país. Los ticos perciben a los nicas como una amenaza dentro del país, y, por lo tanto, favorecen la segregación sobre la asimilación en cuanto a su herencia cultural[4]. En un país conocido mundialmente por su calidez y acogida fraterna, ¿por qué tanta frialdad con sus vecinos?

Una posible respuesta se puede encontrar en la historia compartida de las dos naciones.  Según My Home, My Rules, hasta recientemente, la gran mayoría de migrantes nicaragüenses emigraban a raíz de su situación económica, buscando mejores oportunidades de trabajo. Mientras que otros grupos culturales, como los colombianos y venezolanos, llegaban a Costa Rica huyendo de conflictos armados o violentos en su país de origen[5]. La percepción de competencia en la fuerza laboral, combinado con la tensión política por las fronteras compartidas, pueden contribuir a las actitudes negativas hacia los nicaragüenses [6]. Una encuesta política de los costarricenses del año 2000 reveló que el 20% de ticos consideran que los nicaragüenses migrantes son el problema central del país, mientras el 60% favorecen la deportación forzosa de inmigrantes irregulares nicaragüenses [7].

“¿Y quién es mi prójimo?”[8]. El versículo 29 del capítulo 10 del Evangelio de San Lucas forma el puente entre un hombre, orgulloso de su vida de piedad y generosidad, y el humilde servidor del prójimo que podría ser, si tan solo dejara de lado sus prejuicios. El diálogo se abre entre este hombre piadoso y Jesús gracias a una pregunta sincera: “Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” [9]. Jesús, maestro bueno y amigo de directrices sencillas, le pide que conteste su propia pregunta de su conocimiento de la Sagrada Escritura: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo.”[10] Y ahí hubiera quedado resuelto el asunto, si no fuera por la siguiente consulta del hombre de la ley, “¿Y quién es mi prójimo?”[11]. Sus palabras descubren la verdad de su corazón: su motivación es personal, y por lo tanto, no piensa extender sus recursos en la ayuda de personas “indignas” de su generosidad. Jesús responde con aquella parábola notoria del Buen Samaritano, cuyo amor y ayuda alcanza para todos los que lo necesitan, independientemente de quienes son.

En años recientes, el Papa Francisco ha favorecido mucho esta parábola para inculcar a los fieles el llamado del cristiano frente al migrante en su entorno: “el llamado al amor a través de las diferencias en las perspectivas políticas y teológicas”[12]. A través de su encíclica, Fratelli Tutti, el Santo Padre nos pide que “ampliemos nuestra comprensión del prójimo para que también incluya a cualquier persona ‘fuera’ de nuestro grupo, perspectiva o identidad. Debemos ‘acercarnos’ a todos y practicar un amor universal que ‘traspasa todos los prejuicios, todas las barreras históricas y culturales.’”[13]. En su catequesis, Francisco es claro, pertenecemos a una sola familia humana, metida “en la misma barca,” y por eso no se concibe que preguntemos “¿quién es mi prójimo?” pues, el prójimo soy yo y yo soy el prójimo [14].

Mi humilde oración es que los fieles católicos costarricenses, pueden abolir de su vocabulario las distinciones socioculturales cuando se trata del hermano migrante, que dejemos de percibir al nicaragüense como un “otro” que nos amenaza, y lo podamos ver con ojos de caridad fraterna. Invito a la Iglesia presente en Costa Rica a coger el relevo de los ticos, formando comités de bienvenida al migrante en cada parroquia, equipos de atención legal y comedores solidarios, donde nadie sea rechazada, independientemente de su país de origen. Seamos la comunidad que nos decimos que somos, apoyando, tanto al extranjero que desea quedarse con nosotros, como al que busca su destino por otro camino. Que Jesús haga de nosotros unos buenos samaritanos, que rechazan la exclusión, optando por el amor radical.

Bibliografía

Biblia de Jerusalén. Bilbao: Desclée de Brouwer, 2009.

Departamento de Justicia, Paz y Desarrollo Humano, Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB). “Meditación con las Escrituras: El Papa Francisco y la Parábola del Buen Samaritano” Un Mejor Tipo de Política: Conversando Civilizadamente. (2022).

Vanessa Smith-Castro, et al. “My Home, My Rules: Costa Rican Attitudes Toward ImmigrantsIntraregional Migration in Latin America: Psychological Perspectives on Acculturation and Intergroup Relations. American Psychological Association, 2021.


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[1] (Vanessa Smith-Castro)

[2] (Vanessa Smith-Castro)

[3] (Vanessa Smith-Castro)

[4] (Vanessa Smith-Castro)

[5] (Vanessa Smith-Castro)

[6] (Vanessa Smith-Castro)

[7] (Vanessa Smith-Castro)

[8] (Biblia de Jerusalén)

[9] (Biblia de Jerusalén)

[10] (Biblia de Jerusalén)

[11] (Biblia de Jerusalén)

[12] (Departamento de Justicia)

[13] (Departamento de Justicia)

[14] (Departamento de Justicia)