Reflexión de Mons. Enrique Díaz: Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo

VI Domingo Ordinario

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 11 de febrero de 2024, titulado: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo”

***

Levítico 13, 1-2. 44-46: “El leproso vivirá solo, fuera del campamento”

Salmo 31: “Perdona, Señor, nuestros pecados”

I Corintios 10, 31-11,1: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo”

Marcos 1, 40-45: “Se le quitó la lepra y quedó limpio”

Hoy al celebrar a nuestra Señora de Lourdes participamos de un modo muy especial de LA JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO. Desfilan ante nuestros ojos y nuestra imaginación miles de enfermos olvidados, separados, descartados, por instituciones y frecuentemente por los mismos familiares, pero amados muy especialmente  por el Señor Jesús. Quizás la enfermedad sea el momento más tremendo de soledad. Con mucha razón el Papa Francisco nos propone para esta jornada el lema: “No conviene que el hombre esté solo”. Y nos dice: “Hemos sido creados para estar juntos, no solos. Y es precisamente porque este proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana. Y lo es aún más en tiempos de fragilidad, incertidumbre e inseguridad, provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave”. Siempre, pero durante la pandemia del Covid, se hizo más evidente la terrible soledad y abandono en que viven los enfermos.

El panorama de la marginación entre nuestros pueblos es impresionante. En nuestra sociedad se multiplican las formas de discriminación: emigrantes que son vistos no sólo como forasteros sino como verdaderos delincuentes; los enfermos de sida, los indígenas, las víctimas de la droga, las mujeres, los que son de otra organización, los que no tienen trabajo, los que piensan diferente a nosotros, los que son de otros partidos… ¡como si no fuéramos todos hijos de Dios! Por desgracia las fronteras territoriales, de partidos o de pensamiento, vienen a destruir y a cuestionar la fraternidad humana. Y, después, también se dan los casos de los ciudadanos que están clasificados en de categorías, de primera, segunda, tercera… y hay quien no alcanza ya a entrar en ninguna categoría, no es considerado ciudadano y no se le reconoce ningún derecho. Tenemos un miedo terrible al que es diferente y nos ponemos, de entrada, en una actitud defensiva frente a ellos, pero con frecuencia se pasa a una actitud agresiva y beligerante.


La misión de Jesús más que una misión religiosa es una misión de dignificación, de humanización, de curación. La escena del leproso nos sirve para hacer visible esta espiritualidad de Jesús que rompe barreras y prejuicios. La lepra en Israel era una enfermedad que acababa con todOs los distintivos de la persona. La enfermedad en sí misma ya trae pena y dolor. Además el leproso era excluido del pueblo para que no contaminara a la comunidad y se le prohibía la relación con los demás. La soledad, el rechazo y el oprobio, al ser marcado como amenaza para la vida del pueblo, acentuaba su sufrimiento. Era considerado como un muerto, impuro, contaminado y se formaba una barrera entre él y la comunidad. Para colmo, él mismo tenía que ir proclamando su impureza y su separación. Tocar a un leproso implicaba quedar impuro uno mismo y separarse de la comunidad. Igual que en nuestra sociedad, con muchos nuevos “leprosos”, se prefiere tenerlos aislados y en el olvido. Nos escandalizan estas actitudes del aquel tiempo y tenemos actitudes muy parecidas o peores.

¿Qué hace Jesús? Rompe todo este proceso discriminativo y humillante, su mano rompe barreras. Primeramente, permite que “se le acerque” y crea sintonía con el marginado, porque su acción no es meramente una obra caritativa que aleja, sino una participación del mismo sufrimiento. Se pone junto a él, con la consecuencia de quedar también Jesús marginado. La curación de la lepra es una señal mesiánica, signo claro de la llegada del Reino, al romper la raíz de la peor de las marginaciones. Es un signo preñado de humanidad: Jesús se mancha las manos con el dolor de la persona que sufre a pesar de las consecuencias religiosas y sociales que debe asumir. Sólo acercándose físicamente le puede mostrar la cercanía de Dios y la invalidez de las leyes rituales. Para Él, el amor está por encima de las leyes religiosas, sociales o morales. La indignación de Jesús es porque esas leyes atan, marginan y deshumanizan. Crean barreras y estorbos, a veces insuperables, que separan a las personas entre sí y también de Dios. ¿Cómo sentir el amor de Dios cuando los hombres no te quieren reconocer como persona?

La mano extendida de Jesús que toca, que cura y que rompe barreras, es para nosotros un signo que nos llama a compromisos y reflexiones. Por una parte no teme entrar en contacto con cada uno de nosotros, con la suciedad y podredumbre, con la miseria humana que vamos cargando. Esto nos alienta para acercarnos a Él a pesar de nuestro pecado e indignidad. Él nunca nos rechaza, Él siempre quiere sanarnos. Pero por otra parte, nos lanza también a nosotros a romper todas las barreras que hemos ido construyendo en torno a los modernos leprosos: ancianos, migrantes, enfermos, etc.,  y nos pide que caminemos junto a Él. Que en su compañía nos acerquemos a los leprosos de hoy que Él “quiere” seguir tocando, bendiciendo, curando y devolviendo la dignidad.

Necesitamos quitar las barreras de nuestra mente y de nuestro corazón para abrirnos  y hacernos sensibles y misericordiosos como Jesús. Que a través de nuestras manos siga tocando y acariciando; a través de nuestros ojos mirando con alegría y ternura; y a través de nuestro corazón uniendo, restaurando y humanizando. En este día, dedicado de un modo especial al enfermo, tendremos que aprender mucho del corazón misericordioso de Jesús. El Papa nos anima diciéndonos que “Los enfermos, los frágiles, los pobres están en el corazón de la Iglesia y deben estar también en el centro de nuestra atención humana y solicitud pastoral. No olvidemos esto. Y encomendémonos a María Santísima, Salud de los Enfermos, para que interceda por nosotros y nos ayude a ser artífices de cercanía y de relaciones fraternas”.

¿A qué nos compromete hoy el Señor? ¿Qué podemos hacer para borrar las barreras de la discriminación y las fronteras que destruyen la hermandad?

Señor nuestro Jesucristo, mano amorosa del Padre, que cura y vivifica, concédenos que nunca cerremos nuestra mano frente al hermano desamparado, sino que siempre tendamos lazos de unión y de amor. Amén.