Reflexión de Mons. Enrique Díaz: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”

IV Domingo Ordinario

Cathopic

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 28 de enero de 2024, titulado: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”

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Deuteronomio 18, 15-20: “Les daré un profeta y pondré mis palabras en su boca”

Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”

I Corintios 7, 32-53: “El soltero y la soltera se preocupan de las cosas del Señor”

San Marcos 1, 21-28: “No enseñaba como los escribas, sino como quien tiene autoridad”

Con frecuencia escuchamos que en la actualidad carecemos de líderes que congreguen a la comunidad, que unan en medio de la diversidad, que susciten esperanza, que “tengan autoridad”. Hoy la liturgia nos cuestiona y nos ayuda a descubrir quién es un profeta: el hombre de “la palabra” donado por Dios para bien de su pueblo. No alguien que se atribuye por sí mismo esta tarea, sino regalado por Dios: “Les daré un profeta y pondré mis palabras en su boca”.  Portador de un mensaje que no es el suyo pero no es un simple repetidor de palabras, sino un testigo que recibe el mensaje, lo profundiza, lo hace suyo, lo asimila y lo da como alimento a su pueblo. Un profeta debe ser fiel al mensaje a veces con su propio dolor y entrega, en medio de incomprensiones, y provocará con frecuencia crisis y cuestionamientos pero también luces y direcciones. Y Jesús se nos presenta en el Evangelio de Marcos como el profeta por excelencia, no sólo igual a Moisés, sino quien habla como quien tiene autoridad, quien habla la palabra última y definitiva de Dios y que les revela su inmenso amor.


Ya está listo Jesús, rodeado por sus discípulos emprende una intensa actividad con la que anuncia y manifiesta la presencia del Reino como una buena noticia. Las primeras acciones que nos narra San Marcos tienen dos dimensiones muy fuertes: enseñar con autoridad  y liberar de toda opresión. El lugar elegido es Cafarnaúm, pequeña ciudad a orillas del lago de Galilea, cruce de culturas, punto fronterizo y cosmopolita, que llegará ser especialmente entrañable al convertirse en el centro de sus operaciones. Enseña en la sinagoga, en el lugar ordinario de la proclamación de la palabra de la Ley de Israel. Allí su palabra resuena novedosa y llena de autoridad. ¿Por qué dicen las gentes que enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas? No porque mande mucho o haga ostentación de sabiduría y de poder, sino porque “tiene en su boca las palabras de su Padre” que dan vida y salvación. Su autoridad brota de su misma entrega, de su servicio y de su amor. Su palabra anuncia Buena Nueva y toca el corazón. Los escribas enseñan muy bien la ley, pero una ley que esclaviza y que al endemoniado lo deja atado al hombre impuro. Jesús libera y sana, y da una nueva interpretación de la ley al hacer una curación en sábado.

Hoy asistimos a una grave crisis de credibilidad de la autoridad y su palabra, en la vida política, social, económica, familiar y hasta religiosa. Y como se pierde la autoridad por no ir respaldada con hechos, se quiere imponer con gritos, amenazas, castigos y fuerza. Así encontramos desde padres que exigen obediencia “sólo porque yo mando”, hasta ejércitos que con muerte y destrucción hacen ver “la autoridad” de los poderosos. A la luz de la autoridad de Jesús ¿qué tendríamos que replantearnos todos los que de algún modo tenemos autoridad? ¿Cómo pueden las palabras de un maestro, de un papá, de un sacerdote o de un gobernante estar llenas de autoridad? Mientras nuestras palabras no vayan respaldadas por el amor y por hechos que den vida, quedarán huecas y vacías.

Mucho se ha hablado a cerca de los milagros de Jesús y se ha cuestionado si realmente cada vez que se dice que Jesús expulsó a un demonio lo tendríamos que entender en el verdadero sentido de una posesión satánica. Debemos recordar que en aquellos tiempos toda enfermedad era vista como un castigo y como una obra del demonio y que su curación no solamente podía ser vista en términos de sanación física, sino como una verdadera liberación de un poder maligno. Todo mal y toda enfermedad esclavizan y atan a la persona y Cristo viene a liberar a la persona íntegra. Así que no siempre serán exorcismos los que haga Jesús pero sí todos sus signos serán liberación del mal y de la opresión. Como cristianos que intentamos seguir a Jesús hemos de traducir este “milagro” a nuestro tiempo y circunstancias. El reto en nuestros días es hacer “milagros” que, al igual que el de Jesús, humanicen, dignifiquen y liberen. Necesitamos expulsar los demonios de la pobreza, la mentira y de la corrupción, necesitamos sanar a nuestra sociedad de la ambición y del materialismo, necesitamos una lucha abierta contra las drogas y la violencia. Necesitamos rehabilitar al hombre y hacerlo nuevo. Estas serían las palabras de autoridad que cada uno de nosotros tendría que pronunciar  para proclamar que el Reino de Dios está entre nosotros.

A veces damos la impresión de responder a la presencia de Jesús con las mismas palabras que decían los demonios. Reconocían su autoridad pero no querían su presencia y por eso decían: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros?” Y ciertamente la palabra de Jesús es exigente y descubre el corazón, pero es la única que nos dará la verdadera vida y libertad. Purifica y sana, pero hemos de abrirle el corazón. En este día pensemos: ¿cómo estamos acogiendo esta palabra de Jesús? ¿En qué forma ejercemos la autoridad? ¿Qué “milagros” hacemos que dignifican a las personas y hacen creíble la presencia del Reino en medio de nosotros? Sin temores, con sinceridad y audacia, porque Cristo está con nosotros.

Padre Bueno, concédenos acoger con un corazón abierto las palabras de tu Hijo y traducirlas en “milagros” que hagan creíble la presencia de su Reino en medio de nosotros. Por Cristo nuestro Señor. Amén