San José Moscati, 12 de abril

El médico santo

Fue un hombre que se santificó siendo fiel a Dios, sin dejar de hacer el bien en su día a día. Nació en Benevento (Italia) el 25 de julio de 1880. En Nápoles, donde su familia se trasladó, cursó estudios en el Instituto obteniendo excelentes calificaciones. En ese periodo perdió a su padre y a un hermano que tuvo una grave caída de un caballo, provocándole un traumatismo craneal. José le asistió hasta que expiró y, movido por este trágico suceso, decidió estudiar medicina. Fue un alumno destacado en la Facultad en la que se graduó brillantemente. A los 22 años, además de recibir otros galardones, se le concedió publicar su tesis doctoral. Seguía siendo un hombre de oración, católico y comprometido que, con su título bajo el brazo, madrugaba como había hecho antes de culminar sus estudios, para ir a misa y recibir la Eucaristía. Con ese gozo acudía a ver a los enfermos que no tenían recursos económicos, y estaba listo a las 8:30 h. para comenzar las visitas en el Hospital en el que trabajaba. Los pobres eran objeto de su predilección. Sensible ante sus carencias, les atendía gratuitamente. Además, destinaba sus recursos para atenderlos. Es conocido el caso de un anciano al que asistió generosamente los últimos años de su vida. Cuando vio que no podría visitarlo en su casa como convenía, quedaba con él a desayunar junto a la iglesia donde acudía a misa. De ese modo, podía seguir prestándole su ayuda. Si algún día el anciano no aparecía, entonces iba a su casa y allí le prodigaba los cuidados necesarios.

La trayectoria vital, espiritual y profesional de Moscati era bien conocida. En 1906, cuando el Vesubio entró en erupción, fue voluntario en el Hospital de Torre del Greco. El hecho, impresionante, conmovió a la gente en ese momento álgido en el que los enfermos tuvieron que ser evacuados a toda prisa. Más de veinte horas estuvo Moscati ayudando a trasladarlos a otro lugar. Fue cosa del cielo, porque cuando todos se hallaban a salvo, se derrumbó el techo de edificio y fue pasto de las cenizas. Otro momento memorable dentro de la grandeza de su vida de entrega, sucedió durante la epidemia de cólera que en 1911 asoló Nápoles. Miedo, negligencia, cansancio…, ¿quién sabe?, pero lo que pudo haber influido para que otros médicos compañeros se ausentaran del trabajo en esos instantes, no le afectó a José, que no se movió de su puesto, dando muestras de profesionalidad y humanidad y desempeñando su labor de forma heroica en los lugares de mayor complejidad y peligro de la ciudad.

Ese año obtuvo el puesto de director del Hospital de Incurables. Paralelamente, inició una fecunda labor docente universitaria e investigadora que le permitió publicar distintos artículos en revistas científicas de gran prestigio. Y, poco a poco, se convirtió en un experto en la realización de autopsias. Una placa colocada por él en la sala donde las practicaba, decía así: «Éste es el lugar donde la muerte se alegra de socorrer a la vida». Durante la Primera Guerra Mundial su Hospital tuvo que acoger a miles de heridos, que siempre hallaban en él no solo un excelente médico sino la exquisita atención de un entrañable amigo. Sus alumnos le tenían en gran estima. A uno de ellos le había recomendado: «Ama la verdad; muéstrate cual eres, sin fingimientos, sin miedos, sin miramientos. Y si la verdad te cuesta persecución, acéptala; y si tormento, sopórtalo. Y si por la verdad tuvieras que sacrificarte a ti mismo y a tu vida, sé fuerte en el sacrificio». Era una especie de síntesis de su vida.


Tan intensa dedicación y sus múltiples ocupaciones quebrantaron su salud. Y el 12 de abril de 1927 se dirigió al Hospital y visitó a sus enfermos, pero estaba tan débil que, cuando a primera hora de la tarde se sentó en un sillón, su inmenso corazón se detuvo para siempre. Entre las numerosas personalidades que oraron ante su cadáver, se hallaba el cardenal Ascalesi. Conmovido, manifestó: «El doctor pertenecía a la Iglesia; no a aquella de quienes sanó el cuerpo, sino de la de quienes salvó el alma y que salieron a su encuentro mientras subía al cielo». Fue beatificado en 1975 por Pablo VI, y canonizado el 25 de octubre de 1987 por Juan Pablo II.

santoral Isabel Orellana

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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