Santa Benita (Benedetta) Cambiagio Frassinello, 21 de marzo

Fundadora de las Hermanas Benedictinas de la Providencia

Nació el 2 de octubre de 1791 en Langasco (Génova). Sus padres, granjeros, la formaron a ella y a sus cuatro hermanos en la fe. Siendo adolescente enriqueció sus enseñanzas con las lecturas de vidas de santos y la profundización en los principios cristianos. Esta etapa fue decisiva porque sembró en su corazón la semilla de la entrega a Dios que en su caso tendría un sesgo poco común dentro de la Iglesia.

Tenía 13 años cuando se trasladó a Pavía con su familia. Y aunque su experiencia espiritual, sustentada por la oración y penitencia, iba conduciéndola al camino de la consagración, inducida por sus padres contrajo matrimonio en 1816 con un emigrante de Vigevano, Giovanni Frassinello. Un hombre excepcional, que no sólo comprendió a su esposa cuando tras dos años de matrimonio se plantearon vivir como si fueran hermanos, sino que, impresionado por la virtud que veía en ella, siguió con pleno convencimiento y gozo el mismo camino. Más aún, como su cuñada, la hermana pequeña de Benita a la que dieron cobijo en su casa, padecía un cáncer intestinal, no dudó en ofrendar su vida junto a la de su esposa para atenderla hasta que se produjo su fallecimiento en 1825. A partir de ese momento, los caminos de tan virtuosos esposos parecieron bifurcarse. Giovanni ingresó en el noviciado de los Padres Somascos, y Benita con las Ursulinas asentadas en Capriolo. Un año más tarde, Benita enfermó, dejó a las religiosas y regresó a Pavía.

En esta nueva etapa de su vida, y después de recobrar la salud por mediación de san Jerónimo Emiliani, dedicó su atención a las niñas y a los pobres bajo la mirada complaciente del obispo de la ciudad, mons. Luigi Tosi. Era una labor difícil de encarar en soledad. Como Giovanni se hallaba en la vida religiosa, acudió a su progenitor y le pidió ayuda, pero éste se la negó. Entonces, mons. Tosi autorizó a Giovanni a que volviera junto a su esposa para asistirla en la misión, y ambos renovaron ante el prelado el compromiso que habían realizado de vivir una plena castidad conyugal. Bendiciendo Dios esta generosidad de ambos, no tardó en fructificar su empeño por asistir a las niñas abandonadas y sin recursos, y darles la formación integral con el espíritu cristiano que la sociedad les había negado. La impronta de Benita constituyó una novedad dentro de la ciudad. No pasaron desapercibidos los esfuerzos que su esposo y ella hicieron en esta admirable labor apostólica, que enseguida redundó en beneficios sociales, al punto de recibir el título de Promotora de la Educación Pública otorgado por el Gobierno austriaco. Aunque no todo fueron parabienes. Hubo incomprensiones de algunas personas destacadas, molestas por ver socavados intereses particulares a causa de la labor de Benita. A ello se unió la oposición de ciertos clérigos intransigentes con la forma de proceder de la santa y su enfoque en la acción apostólica y pedagógica. El alimento de ella era la oración y amor por la Eucaristía, que la sostuvieron en todas las dificultades y alentaron sus pasos. Fue agraciada con singulares experiencias místicas, que se le presentaban en numerosas ocasiones, especialmente en festividades relevantes, sin entorpecer su misión. En ésta dio lo mejor de sí. No tuvo en cuenta ni fama, ni contrariedades, ni fatigas, y, desde luego, su desprendimiento incluyó sus legítimos bienes.

Para ayudar a las niñas contó con la inestimable ayuda de jóvenes desinteresadas que se unieron a ella en su ideal mediante unas Reglas aprobadas eclesialmente. En su labor aunaron formación catequética y laboral. El objeto no era otro que crear un sólido núcleo de chicas bien preparadas con principios cristianos que fuesen luego transmisoras del mismo en los ambientes en los que discurriera su existencia. En 1838 dejó en manos del prelado la misión, y se trasladó a Liguria junto a Giovanni y cinco de sus colaboradoras. En Ronco Scrivia impulsó una escuela dirigida a las niñas con el mismo ideario de la que creó en Pavía. En esta localidad nació la Congregación de las «Hermanas Benedictinas de la Providencia», que heredarían su confianza en la divina Providencia, bajo el signo de la caridad y de la pobreza. Benita se mantuvo al frente de la Institución, promovió y conoció su rápida extensión, antes de morir el 21 de marzo 1858. Ella misma anticipó la fecha de su deceso. Fue beatificada por Juan Pablo II el 10 de mayo de 1987, y él mismo la canonizó el 19 de mayo de 2002.


santoral Isabel Orellana

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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