Ser católico merece la pena

La dignidad de la persona humana

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El espectáculo al que estamos asistiendo en el modo de hacer política de nuestros gobernantes es patético. Confieso que, como español, siento un cierto grado de vergüenza y mucha indignación. El comportamiento de nuestros dirigentes —los que gobiernan y los que están en la oposición, salvo honrosas excepciones— es muy mediocre y, en ocasiones, raya en la bajeza personal. Está muy lejos de ser compatible con una democracia verdadera.

Somos testigos de grandes escándalos de corrupción, económica; pero también moral y política. Las peleas dialécticas ponen de manifiesto el bajo nivel de las personas que han conseguido llegar a ocupar puestos de tan alta responsabilidad social. Las cámaras legislativas, Congreso y Senado, inmersas en el fango, enfrentadas entre sí y dedicadas, casi en exclusiva, a tratar los problemas planteados por los nacionalistas —una minoría de la sociedad— han dado la espalda a los problemas reales que afectan gravemente a los españoles. El espectáculo es deplorable.

Con este modo de hacer política han llevado a España a situarse en los últimos lugares del ranking de los países desarrollados en materias como la educación, el paro, la situación económica, la pobreza, que no deja de crecer. Se nos ha sumido en un “invierno demográfico” que, de no corregirse, y ya empieza a ser tarde para ello, los españoles pasaremos a ser una minoría exigua en poco tiempo. En fin, la lista de los problemas que padecemos es extensa, pero conocida por todos, porque todos la sufrimos.

Ante este panorama tan desolador, quiero reivindicar la Doctrina social de la Iglesia.

Desde finales del siglo XIX, con la encíclica Rerum novarum, en la que el papa León XIII abordó la problemática social de la época, la Iglesia no ha dejado de analizar y denunciar los desequilibrios y las injusticias que se ha ido produciendo a lo largo de este tiempo. Las encíclicas, los discurso, la catequesis, las exhortaciones y todos los documentos de los papas, referidos a los temas sociales han conformado el cuerpo de su Doctrina social, en la que no se dan soluciones concretas a los problemas analizados, pero sí la directrices que deben seguir los católicos, basadas en unos principios y valores que han permanecido inalterables.

En este y sucesivos trabajos, pretendemos analizar dichos principios y valores y poner de manifiesto la validez de los mismos para abordar los problemas que tenemos planteados. Basados en la Doctrina de Jesús, pero también en la “Ley Natural” y en la lógica, las directrices que la Iglesia propone son válidas también para los “hombres de buena voluntad”— aunque no sean católicos o, incluso, sean ateos—, a los que van dirigidas también y pueden ser puntos de encuentro para el diálogo entre diferentes culturas.

La Doctrina social de la Iglesia, incomprensiblemente, es desconocida, incluso por la mayoría de los católicos: un gran déficit de formación en la propia Iglesia. Cuando la conocemos y tratamos de ponerla en práctica, aunque sea en nuestro entorno inmediato, descubrimos que:

“Ser católico merece la pena”

En este artículo vamos a tratar sobre el principio de la dignidad humana. Este principio constituye la columna vertebral de toda la Doctrina de la Iglesia, en torno al cual, se desarrollan los otros principios: el principio del bien común, el principio de subsidiariedad y el principio de solidaridad. A estos principios la Doctrina añade unos valores que los configuran y enriquecen: la verdad, la libertad, la justicia y la caridad.

La dignidad humana es reconocida por las distintas corrientes filosóficas: por los humanistas, por los seguidores de Kant, por los existencialistas. En todas ellas se parte de la singularidad del ser humano que posee cualidades únicas que ningún otro ser posee, como la conciencia, la razón y la capacidad de autonomía moral, lo que les otorga un valor intrínseco que debe ser respetado por ellos mismos y por los demás, y les confiere unos derechos que son inalienables

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la dignidad humana es reconocida como principio fundamental que subyace en todos los demás derechos:

  • Artículo 1: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
  • Artículo 2: Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición….

En el caso de la Doctrina social de la Iglesia, se parte de la concepción del hombre desde la óptica de la antropología cristiana: la dignidad del hombre deriva del hecho de haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza, dotado de cuerpo y espíritu, como ser sociable y abierto a la trascendencia.

Aunque el concepto de la dignidad del hombre parte de un presupuesto diferente, no cabe duda de que se trata de un posible punto de encuentro con otras corrientes de pensamiento. En concreto, la Declaración de los derechos del hombre, firmada por la mayoría de los países, es vista con buenos ojos por la Iglesia: en la encíclica Pacem in terris, San Juan XXIII, propone una serie de derechos de las personas muy similares a los que se proponen la Declaración.


Para nosotros los católicos el matiz que nos distingue es la dualidad del ser humano y su sociabilidad.

En cuanto a su dualidad, el hombre, dotado de cuerpo y espíritu, se desarrolla plenamente cuando cultiva y cuida por igual sus dos dimensiones. Si se prima una sobre la otra, como ocurre hoy con el culto al cuerpo y con la negación de la propia naturaleza humana, es imposible que el hombre alcance la felicidad. Cuando se cuida tanto el cuerpo como el espíritu, el hombre encuentra el equilibrio, trata de dar respuesta a preguntas trascendentes que le ayuden a encontrar el sentido a su vida y en esa búsqueda, encuentra el camino a la felicidad.

La base de la sociabilidad del hombre reside en la familia. El hombre necesita a la familia para nacer, crecer y desarrollarse. A partir de ella, para cubrir sus distintas necesidades, se crean sociedades a niveles diferentes hasta llegar al Estado, que debe estar al servicio de la familia y del hombre. Cuando este orden se subvierte y el Estado dispone de las personas y las familias a su antojo, la democracia no es posible.

El respeto de la dignidad del hombre exige, en primer lugar, el respeto de nuestra propia persona y el respeto de nuestra propia dignidad. Respetar nuestra propia dignidad consiste en buscar la verdad, adoptar unos principios y escala de valores y ser coherente con ellos. Si un gobernante no lo hace, difícilmente va a respetar la dignidad de las personas que conforman la sociedad: no tendrá escrúpulos en hurtar sus derechos en beneficio propio y eso es lo que hoy está ocurriendo en España: es muy triste observar cómo nuestros políticos, sin el más mínimo respeto a su propia persona, afirman una cosa y la contraria sin ningún rubor, mienten descaradamente, obedecen las consignas de sus superiores sin a “pies juntillas”, despreciando su propio criterio, en aras de su beneficio y sus prebendas; en lugar de estar al servicio de la sociedad y buscar su bien, tratan de usar el poder en beneficio propio.

Sin la protección de la familia, formada por un hombre y una mujer, célula primaria de la sociedad, la única capaz de procrear y permitir el desarrollo integral del hombre, en sus dos dimensiones —todos los demás tipos de familia que se nos han impuesto, sucedáneos antinaturales y que, en ningún, caso pueden ser consideradas al mismo nivel— la sociedad irá en decadencia, como ya está ocurriendo: casi cien mil abortos anuales porque las políticas aplicadas abocan a las mujeres más vulnerables a tomar esa decisión dramática. Una gran parte de los jóvenes sin posibilidades de futuro. Elevadas tasas de divorcio con la consiguiente desestructuración familiar y sus consecuencias para los hijos. Pérdida de autoridad de los padres y los maestros, lo que supone una pérdida de referentes que sirvan de modelo a los jóvenes. La hipersexualización a la que se nos están sometiendo que instrumentaliza y degrada a la persona. La soledad de los mayores abocados a la desesperanza, etc…

Para la Doctrina social de la Iglesia, el respeto de la dignidad de la persona humana y la protección de la familia, hombre y mujer, deben inspirar toda acción política, si realmente se quiere vivir en una sociedad plenamente democrática en la que el hombre pueda desarrollarse plenamente, según su propio proyecto de vida.

A los católicos, porque decimos estas cosas, se nos tacha de retrógrados y se nos quiere apartar de la vida pública, se ridiculizan nuestras propuestas con el insulto y el menosprecio, pero sin argumentos sólidos. La sociedad, con nuestros políticos a la cabeza, se ha instalado en la posverdad, es decir, en la mentira, en la destrucción del hombre en beneficio de las grandes élites, sin el más mínimo respeto de nuestra dignidad y nuestros derechos.

Con las propuestas de la Doctrina social de la Iglesia, nuestra sociedad caminará por el camino de la justicia y se acercará más y más a una democracia, de la que hoy no disfrutamos. Por eso debemos sentirnos orgullosos y saber que: Ser católico merece la pena

Javier Espinosa Martínez – Colaborador de Enraizados

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