Solemnidad de la Encarnación

El “sí” de María

Solemnidad Anunciación 2021
La Anunciación © Cathopic. Josep María

El sacerdote D. José Antonio Senovilla ofrece a los lectores de Exaudi esta reflexión en torno a la solemnidad de la Encarnación, celebrada hoy, 25 de marzo.

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Hay personas y personas. Hay momentos y momentos. Y hay momentos claves protagonizados por personas claves. Hoy nos toca meditar sobre el momento clave en el que pivotó toda la Historia de la Humanidad. Todo podía haber sido de otra manera, pero gracias a Dios fue como fue. Es el momento en el que Dios trasladó a una criatura la pregunta más importante y que más habría de influir en el antes y en el después. De la respuesta de una niña totalmente desconocida de un rincón que no aparecía ni en los mapas, dependía toda la vida de todos los hombres de todos los tiempos. La pregunta fue hecha por un mensajero celestial a María, una doncella de Nazaret, y en esencia era ésta: “¿Aceptas ser la Madre del Mesías, el Hijo de Dios?”.

Es inimaginable que María hubiera dicho que no, porque ya la conocemos y sabemos todo lo que pasó después, pero no podemos dejar de alegrarnos y agradecer eternamente que dijera que sí. Su “Fiat”, su “Hágase en mi según tu voluntad” se convirtió en la respuesta de toda la Humanidad a su Creador. Ahí estábamos todos y ahí nos podemos salvar todos. Ahí está nuestra Esperanza.

Ese momento estaba ya anunciado en el tercer capítulo del Génesis, después del gran desastre que trajo al mundo el mal y todas sus consecuencias. Dios respeta al hombre, también cuando se empeña en no dejarse ayudar y equivocarse, pero resuelve las situaciones sacando grandes bienes de los grandes males. Y Dios tomó una decisión: enviaré a mi Hijo que se hará hombre en el seno de una Virgen, y los salvará.

Para que esa maravilla se hiciera realidad hacía falta la colaboración libre y plenamente consciente de la criatura: de esa mujer llamada a ser la madre del Hijo de Dios hecho hombre. Y el Ángel se le presentó. Y Ella, lógicamente, al principio se asustó, y se calmó rápido al saber de dónde venían aquella luz y aquella voz, y escuchó atenta, y preguntó con sencillez, y confíó plenamente y dijo que sí… y el Hijo de Dios bajó a la Tierra y se hizo uno de nosotros, y todo el Cielo respiró aliviado. Y la propia Tierra se estremeció. Había llegado la hora anunciada y María, la doncella de Nazaret, con su sí, nos salvó del desastre. Todos los días millones de corazones lo recordamos a las doce… Y al caer la tarde… El Verbo se hizo carne en el seno purísimo de María. Empezaba la Redención. Al cabo de nueve meses, el Niño nacería en Belén.

A cada uno le toca, cuando Dios le hace ver lo que quiere de él, decir su sí. Para todos y cada uno Dios tiene un plan, y se lo hace saber. Hay que estar preparados. Si queremos entender, entenderemos. Quizá no venga un ángel (desde que Dios se hizo hombre suele hablarnos a través de otros hombres), pero nos lo hará saber. Lo mejor es ir diciéndole ya: “Dime qué quieres de mí y te diré que sí”. Eso hizo María muchas veces, ya antes de la aparición de Gabriel. Ella buscaba con todo su corazón: la voluntad de Dios, no la suya; los planes de Dios, no los suyos. Y buscó y encontró. Y estuvo a la altura. Y por eso es feliz, y por eso pudo cantar ese canto bellísimo del Magnificat (Lucas 1, 46-55). Por eso estamos hablando ahora de Ella. Por eso confiamos cada día más en Ella. Ella no falla: no falló en el momento fundamental y no fallará jamás…

San José siguió el mismo camino que María: buscaba y buscaba, se fiaba y se volvía a fiar, escuchaba y se ponía en marcha inmediatamente, en cuanto le llegaba el mensaje (Mateo 2,13). Por eso Jesús y María estaban a salvo. Dios Padre sabía a quién elegía para cuidar de su Hijo hecho Niño, y de la Madre de esa Niño. Por eso san José también nos ayudará a encontrar el camino y a decir que sí, y a continuar fieles a ese sí hasta el final de nuestra vida. Fieles como él. Fieles con la Virgen Fiel.


Hemos dicho antes que, desde que Dios se hizo hombre, suele hablar a los hombres a través de otros hombres. Una vez, en Moscú, una señora me pidió si le podía acompañar a entrar en la iglesia. Al principio me pareció que me pedía que le impartiera un curso de doctrina cristiana, pero me estaba pidiendo algo más básico: me estaba pidiendo que le acompañara físicamente a entrar en un templo, porque no se sentía digna de hacerlo. Me conmovió. No sabía nada, pero en su corazón guardaba una profunda veneración a Dios. ¡Qué lección!

Todos necesitamos ayuda. Más ayuda y más profunda para los temas más importantes de la vida. Saber la misión para la que Dios nos ha enviado a cada uno a este mundo es clave. La Virgen había sido elegida para ser la Madre del Salvador. Nosotros también tenemos, todos, un papel único e importante en la tarea de la salvación de este mundo. En qué consiste en concreto, cómo entender bien, dónde encontrar fuerzas para decir que sí y lanzarse a la aventura, ésta es la clave de nuestra vida. ¿Quién nos ayudará?

Nos ayudará el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios: es el que se encarga más directamente –así lo entendemos nosotros, dentro del insondable misterio de la Trinidad- de nuestra santificación. Podemos invocarle y pedirle ayuda. Hay muchas oraciones que piden al Espíritu Santo luces. Muchos rezamos esta, tan bonita y tan profunda, aprendida de san Josemaría: ¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. ¡Oh Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras… 

María, la llena del Espíritu Santo, nos tenía en su corazón ya en el momento de su Fiat en la Anunciación. Ella comprendió que el Hijo que iba a concebir en su seno venía para salvarnos a nosotros. Ahí empezó ya a ser nuestra Madre, aunque el título lo recibiera de su Hijo estando Ella al pie de la Cruz.

San José también nos ayudará. Trató a Jesús y a María como nadie lo hizo ni lo hará nunca. Es el elegido de Dios para cuidar de ellos, y ahora sabrá muy bien cuidar de nosotros: es su misión desde el Cielo. Como Jesús, todo lo hizo bien. Buscó y vivió fielmente la misión dificilísima que Dios le confió, y ahí encontró una felicidad inigualable. Supo enamorarse y respetar con todo su corazón a María, la bendita entre todas las mujeres. Supo cuidar como nadie al Niño y a su Madre, en circunstancias mucho más difíciles de las que nosotros podamos enfrentar jamás. Supo no quedarse en sus aparentes fracasos (¡se les perdió el Niño y solo lo encontraron al tercer día!), viendo también ahí la voluntad del Altísimo. Trabajó bien y con alegría y tuvo la humildad de enseñar al Hijo de Dios a trabajar. Mantuvo su corazón purísimo, lleno de auténtico amor. Murió en brazos de Jesús, cuidado por María… San José es un santo que está en un escalón distinto. Nos podrá ayudar a seguir su senda de fidelidad a la voluntad de Dios, hasta la muerte.

También tiene su papel en todo esto nuestro Ángel de la Guarda. Nos conoce muy bien, porque tiene el encargo de Dios de cuidarnos y es muy eficaz. Ha estado y estará siempre a nuestro lado. Nos puede defender de cualquier peligro, si le dejamos. Nos puede ayudar a vencer en cualquier batalla. Podemos pedirle que, como a Tobías, nos enseñe el camino que Dios tiene preparado para nosotros.

Todas estas son ayudas desde el Cielo. Pero en la Tierra también podemos encontrar quien nos ayuda. Familiares, profesores, amigos… Un sacerdote que nos conozca, que nos comprenda, que rece por nosotros… Un amigo, una amiga, que nos ayuda a profundizar en nuestra vida cristiana, y ante quien podamos abrir nuestro corazón, y plantear nuestras dudas… Como en el Evangelio, como en los Hechos de los Apóstoles… igual.

Todo esto nos ayudará, en la Solemnidad de la Encarnación del Hijo de Dios, a agradecer con obras y de verdad el sí de María, que fue el comienzo del cumplimiento de las promesas divinas de Redención. Todo esto nos ayudará a colaborar con María en la apasionante tarea de salvación para la que vino al mundo, tal día como hoy, el fruto bendito de su vientre, Jesús.