Adelante mi amor

La unificación de vida como verdadero combustible de la bioética

Adelante mi amor nos propone que para no decaer en la batalla de defensa de la vida humana más amenazada, en todos sus frentes, nos hace falta ser personas unificadas, que sepamos vivir el don del amor en nuestras vidas, que busquemos madurar en él, y que nos dejemos impulsar a vivir reconciliadamente nuestra misión en la familia, con el bien común y el cuidado de los más frágiles y vulnerables.

Corría el año 1939 cuando un musical a color se estrenaba en Estados Unidos. En principio no tuvo mucho éxito. Algo más obtuvo en su reestreno en 1949. Y su consagración definitiva como película de culto fue propiciada por su difusión por televisión por la Cadena CBS. Nos referimos al Mago de Oz (The Wizard of Oz) dirigida por Victor Fleming. En ella, una niña huérfana Dorothy Gale (Judy Garland) sueña que tiene una aventura en un mundo de fantasía. Para lo que a nosotros nos interesa, comparte su itinerario para encontrar a un personaje misterioso y taumatúrgico llamado el mago de Oz, con tres compañeros singulares, cada uno con su deseo de conseguir lo que no tiene: el Espantapájaros (Ray Bolger); un cerebro, el Hombre de Hojalata (Jack Haley), un corazón; el valor el León (Bert Lahr).

En 1941 se estrenó otra película, esta vez de cine negro, que incluía en su banda sonora notas del tema principal del Mago de Oz, «Over the Rainbow». Además, repetía la aparición de personajes, cada uno privado respectivamente de valor, de cerebro y de corazón. Se trataba de I Wake Up Screaming (en castellano, ¿Quién mató a Vicky?), un film pionero del cine negro. Los tres personajes se muestran incapaces de vivir integrados y ese desequilibrio les impide ver a Vicky como un tú (en expresión de Martin Buber en Yo y tú ). Se les considera sospechosos de su muerte, si bien ninguno de ellos fue su asesino. Pero la ausencia de una mirada adecuada hacia ella hizo más fácil el crimen. Sólo el personaje sin corazón, que había buscado hacer un negocio con Vicky ejerciendo como su promotor en el mundo del espectáculo, se redime con una verdadera historia de amor, precisamente con la hermana de la víctima.

En un brillante artículo (I Wake Up Screaming: Far from “Kansas”) un gran fenomenólogo de nuestros días, Anthony J. Steinbock, considera que este film de cine negro es el reverso del musical. El Mago de Oz concluía con un regreso feliz a Kansas y el reconocimiento de que en ningún lugar se está mejor que en el propio hogar. I Wake Up Screaming en cambio no muestra esa esperanza, sino que pone de relieve el mundo inhóspito que se estaba construyendo ya por esos años. La solución no podía estar en ningún regreso al pasado, sino en ser capaces de salir del propio mundo y de sus limitaciones para abrirse a uno nuevo y trabajar porque fuera mejor. Steinbock populariza así la tesis de su obra Mundo familiar y mundo ajeno.

Los acontecimientos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial pusieron sobre el tablero que la decisión sobre el contexto en el que se quería vivir ya no era ningún experimento mental que construir a partir de una película, sino un perentorio reto para la humanidad. La amenaza del nazismo ponía en crisis los cimientos de la civilización tal y como se había concebido desde un humanismo cristiano. El cine fue consciente de este reto y se llevaron a la pantalla geniales denuncias de lo que estaba pasando a través de obras como El gran dictador (The Great Dictator, 1940) de Chales Chaplin, Ser o no ser (To Be or Not To Be, 1942) de Ernst Lubisch, o Hubo una vez una luna de miel (Once upo a Honeymoon, 1942) de Leo McCarey.

De una manera propia. el gran maestro de la comedia romántica, Mitchell Leisen, con guion de Charles Brackett, Billy Wilder y Jacques Théry), propuso en la pantalla una historia que reivindicaba el verdadero amor y la unificación de las personas como verdadero combustible para resistir y vencer a la amenaza nazi, y a toda la capacidad de seducción que tenían sus instrumentos de propaganda. Se trataba de Arise My Love (Adelante mi amor, 1941), que no llegó a estrenarse en España porque la película arranca aquí. Sitúa en la pantalla cómo se libra el protagonista, Tom Martin (Ray Milland) de ser fusilado como represalia contra los que habían combatido con el bando republicano.

La escena tiene su calado. Un religioso intenta sin éxito que el aviador norteamericano se arrepienta de sus pecados y tenga una buena muerte. El joven mira con simpatía su buena voluntad, pero no se inclina a ese tipo de interioridades. Sorprendentemente llega la noticia de su indulto. Una periodista, Augusta Nash (Claudette Colbert), consigue hacer creer que es su esposa —cuando él es soltero— y reblandece el corazón del comandante, para alivio también del religioso.

El engaño es pronto descubierto, pero consiguen escapar robando un avión. A partir de aquí Leisen construye una historia de amor, en la que los personajes van unificando sus personas. Tom, si fuera un personaje del Mago de Oz, sería el carente de cerebro, por su alocado modo de vivir y de decidir. Augusta, aparentaría ser una mujer sin corazón, pues al rescatar a Tom, al que no conocía, sólo buscaba una exclusiva periodística. A ninguno de los dos les faltaba el valor, pero su proceso de enamoramiento iba a aproximarles su cabeza y su corazón.


Leisen presenta a Augusta como una mujer decidida, con sus responsabilidades, e inflexible ante los intentos de Tom de acelerar las cosas y propasarse. Enseñará al militar que el enamoramiento lleva su maduración y sus tiempos. La clave está en que los sentimientos acompañen el sentido del otro propio de la palabra tú. Ella misma tendrá que saber gestionar la atracción que siente por el joven, para estar segura de que aflore una verdadera afectividad tierna, un genuino lenguaje del corazón por emplear expresiones de Dieter von Hildebrand.

El arte de Leisen consigue que el crecimiento de la pareja en el amor no se quede en un asunto privado, autorreferencial. En la escena en que ya mutuamente se aceptan y dejan de jugar al gato y al ratón, el director sitúa a la pareja en el bosque de la Compiègne, un lugar idílico en el que los árboles y los animales acompañan y parecen ser testigos de la sinceridad de sus propósitos. Estas criaturas a continuación muestran su agitación y huyen cuando los aviones en el cielo marcan que la guerra ha comenzado y que los nazis han invadido Polonia.

La tentación que sienten Tom y Augusta es construir su pequeña felicidad exclusiva, huir de la contienda y retornar a Estados Unidos. Pero Leisen filma sus diversos encuentros con personas que toman el camino contrario, dispuestos a defender su modo de vivir. A ellos les va creciendo el sentido de su cobardía. En el crucero que los iba a llevar a casa, hacen una ceremonia de ruptura. Ella no va a ser más una periodista comprometida, ni él se arriesgará como aviador de guerra.

Las cosas cambian cuando su transatlántico es torpedeado por la marina alemana. Implicados en las tareas de rescate, sienten que ha sido una llamada de Dios, para volverse a poner al servicio de defender los valores esenciales de la civilización libre. Ella vuelve a trabajar como reportera, denunciado los avances nazis. Él en la aviación. Sus vidas parecen separarse, pero al final Leisen los reúne y precisamente en el bosque de la Compiègne, donde Augusta cubre el armisticio de 22 de junio de 1940. Tom consigue credenciales de periodista para buscarla, pues ha sido herido en combate, sin posibilidad de retornar al servicio activo. Ambos deciden regresar a Estados Unidos para seguir trabajando desde la retaguardia con igual implicación.

 

La defensa de la dignidad humana desde la concepción hasta la muerte no forzada lleva años apareciendo como una guerra, una legítima defensa de los más débiles frente a los fuertes que los amenazan y destruyen. Un lenguaje presuntamente técnico procura enmascarar y engañar con respecto a lo que son atentados contra ellos, adormece las conciencias, inhibe nuestra capacidad creativa de reacción, hace imposible confiar en el amor.

Podemos ser víctimas del desaliento, del cansancio. Adelante mi amor nos propone que, para no decaer en la batalla de defensa de la vida humana más amenazada, en todos sus frentes, nos hace falta ser personas unificadas, que sepamos vivir el don del amor en nuestras vidas, que busquemos madurar en él, y que nos dejemos impulsar a vivir reconciliadamente nuestra misión en la familia, con el bien común y el cuidado de las más frágiles y vulnerables. Como escribió Dietrich von Hildebrand en El corazón, la afectividad más específicamente humana es la afectividad tierna, aquella que está unida a nuestros amores más profundos. Que nuestro compromiso en la acción siempre cuente con ella, porque ¿no es el amor lo único que vence en todas las batallas?

José-Alfredo Peris-Cancio – Profesor e investigador en Filosofía y Cine – Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir