Ángeles custodios, compañeros desde la infancia

Su fiesta se celebra el 2 de octubre

Ángeles custodios © Cathopic. Juan Pablo Arias

El sacerdote Carlos Gallardo ofrece a los lectores de Exaudi este artículo sobre los ángeles custodios, compañeros de cada persona desde la infancia, cuya fiesta se celebra cada 2 de octubre.

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El día 2 de octubre la Iglesia celebra la fiesta de los santos ángeles custodios. Fue instituida para toda la Iglesia universal en el año 1608, pero desde mucho antes ya estaba presente en la tradición eclesial. Existe una rica y abundante doctrina de los Santos Padres, apoyada en la Sagrada Escritura,  sobre los ángeles. No podemos olvidar y así lo asegura el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) que “toda la vida de la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles” (n 334).

Pero ¿Quiénes son estos seres espirituales que llamamos ángeles?

El nombre de “ángel” significa mensajero. Tienen por tanto como misión traernos un mensaje, hacernos presente las realidades divinas, ponernos en la presencia de Dios. Los que transmiten mensajes de menor importancia son llamados ángeles y los que transmiten de mayor trascendencia son llamados arcángeles.

Cristo es el centro del mundo de los ángeles, han sido creados por Él y para Él. Desde el momento de la Creación, en toda la historia los encontramos anunciando la Salvación. Es por eso que la vida del hombre ha estado rodeada y lo sigue estando, de su custodia e intercesión. El oficio de los ángeles depende en definitiva de su relación con Dios y con Jesucristo. Ellos participan de la vida divina, gozan de la visión beatífica. Es por eso que al honrarlos a ellos, honramos al mismo Dios. Están unidos a Jesús y su compañía e intercesión nos lleva a nosotros a Jesús. Son los ángeles hermanos nuestros en el orden de la Gracia, se interesan por nuestra salvación. San Pablo precisamente nos recuerda que los ángeles están al servicio de Dios y son enviados como siervos para el bien de aquellos que han de recibir la herencia de la Salvación. Los ángeles presentan a Dios nuestras oraciones y nos defienden de las asechanzas del maligno enemigo y sus ángeles.


En la tradición viva de la Iglesia se cree firmemente que cada hijo de Dios, al ser “templo de Dios” tiene designado un ángel para nuestra custodia. Gracias a este ángel custodio estamos en plena comunicación con las realidades divinas, con el cielo. Nuestro ángel de la guarda está contemplando permanentemente el rostro de Dios y al mismo tiempo el nuestro. Une lo humano con lo divino. Debemos manifestar a nuestro ángel de la guarda, veneración, confianza y amor. Una veneración al saludarle, al tomar conciencia que vive conmigo y él está al mismo tiempo contemplando el rostro de Dios. Debemos honrarle también con profunda confianza pues él tiene el poder de protegernos y al mismo tiempo nos va acercando a la bondad de Dios.

No tengamos miedo ante las tentaciones, luchas o vacilaciones. Podemos hablar con nuestro ángel de la guarda y él, especialmente en los momentos de tentación, nos defenderá y protegerá. Los santos vivieron con esta profunda convicción. El Santo Padre Pío de Pietrelchina tenía una relación muy estrecha con su ángel de la guarda. Pero también con los ángeles de la guarda de aquellos a los que atendía espiritualmente. Solía decir a sus dirigidos espirituales que si lo necesitaban, les enviara su ángel de la guarda para avisarlo.

Tomemos conciencia de esta vida sobrenatural que se desarrolla entre nosotros, a penas imperceptible, pero sin embargo muy real. Acudamos a estos compañeros de camino que desde la más tierna infancia están con nosotros. Existe una oración escrita por el monje Macario (monje egipcio), fechada en el año 390 dirigida al ángel de la guarda. Que al recitar esta oración sintamos de forma especial la protección de aquel que viene a traerme a Dios, que viene a introducirme en la esfera de lo sagrado. Así dice esta oración:

“Ángel santo, que velas por mi pobre alma y por mi vida, no me dejes-soy pecador- y no me desampares a causa de mis manchas. No dejes que se me acerque el mal espíritu. Y dirígeme poderoso preservando mi cuerpo mortal. Toma mi mano débil y condúceme por el camino de la salvación. Amén”.

Fuentes: Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio de Teología ascética y mística de A. Tanquerey.