El octavo mandamiento

Educar en la fe. La verdad que libera

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Nacho Calderón Castro regala a los lectores de Exaudi en la serie Educar en la Fe, esta serie de artículos dedicados a los 10 mandamientos.

Los mandamientos: El décimo mandamiento, el noveno mandamiento.

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El octavo mandamiento, en Éxodo, 20, 16 es “No darás falso testimonio contra tu prójimo”, a partir del cual se ha extendido hacia la prohibición genérica a mentir.

Es lógico, obviamente dar falso testimonio contra el prójimo le perjudica, pero al mentir lo hacemos, supuestamente, “en nuestro beneficio” aunque en realidad nos daña a nosotros mismos.

Puede parecer que es un mandamiento excesivo. Estará en el decálogo pero la mayor parte de la gente tiende a considerar que “mentir”, si es un pecado, es menor, venial por utilizar el término correcto. ¿Tiene sentido que esté a la misma altura “no matarás” y “no mentirás”?

Mentir es una de las acciones que más esclaviza al ser humano. ¿Exagero? Haga la prueba. Invéntese hoy una mentira, absurda, tonta, sin importancia, e intente mantenerla las próximas 24 horas. Verá lo difícil que le resulta y cómo debe crear nuevas mentiras para mantener la primera. Por eso tiene pleno sentido que mentir sea un pecado grave. Al hacerlo atentamos contra los demás, pero también contra nosotros mismos y sin duda contra nuestra libertad.

Hay quien piensa que mentir no puede ser pecado ya que es una conducta que, en mayor o en menor medida, todos hemos hecho. La mentira más frecuente probablemente sea decir “yo no miento nunca”. ¿Acaso no has dicho nunca “ya te llamaré”, sabiendo que no tienes la más mínima intención de hacerlo, o “estás estupenda” (aunque sea mirándote al espejo), o “no tengo nada suelto” cuando te piden dinero en un semáforo?

Mentir, aunque sea en cosas menores, mentimos todos. Afortunadamente no es excusa ni elimina el precepto.

Si la frecuencia de un delito fuera un motivo válido para dejar de considerarlo como tal tendríamos que acordar todos dejar de pagar impuestos un año y así ya deberían desaparecer ¿no?, o tendríamos que dejar de considerar la corrupción entre los políticos como un problema.

Mentir es el pecado concomitante al resto. La mayor parte de nosotros negaríamos públicamente, fuera del confesionario, haber cometido tal o cual pecado – haber robado, haberte deseado físicamente, haber sido infiel a nuestro cónyuge, haber matado o haber perjudicado a nuestros padres.


Comete cualquier otro pecado y verás que fácil es que cometas también una mentira. Más aún, a veces para poder cometer otro pecado es necesario recurrir primero a la mentira. ¿Cómo poder robar a un incauto sino es mintiéndole antes?, ¿cómo poder tener una relación sexual con alguien, sin el más mínimo interés por quién es, sin decirle que te sientes atraído por ella? En estos casos, el daño de los otros pecados es tan grande que la mentira de la que se partió queda diluida, como si careciera de importancia.

Mentir implica ocultar quién eres. Ocultárselo a los demás y, con frecuencia, pretender ocultártelo a ti mismo. Las personas que son “patológicamente mentirosas” muestran muchos problemas de auto aceptación y de autoestima.

Es cierto que hay ideologías que consideran que mentir no solo no es nada malo sino que se consideran lícito en su proselitismo, son ideologías esclavizadoras. Debemos recordar que el príncipe del mundo es también el príncipe de la mentira. Abrir la puerta a la mentira es darle poder sobre nosotros, quizás por ello mentir es uno de los pecados contra los que resulta más difícil luchar.

Cuando mentimos y somos pillados, solemos volver a hacerlo – así se crea ese rito esclavizante: decimos que era “una mentida piadosa”, o lo justificamos, como si hubiera motivos suficientes que excusaran nuestra conducta o sencillamente mantenemos la mentira a pesar de todo.

Una de las preocupaciones más frecuentes que oigo en consulta es la de los padres de hijos mentirosos. Niños que son capaces de mantener su mentira a pesar de tener todas las evidencias en su contra, o niños que establecen su relación con los demás en base a fantasías.

¿Por qué preocupa tanto a los padres que sus hijos mientan? Es sencillo, saben que sobre esa conducta no se pueden establecer relaciones estables ni enriquecedoras, ni con los demás, ni contigo mismo. Saben que si su hijo miente se hará mucho daño a sí mismo, y muy probablemente a personas cercanas a él. Será alguien que fácilmente será rechazado por los demás y por sí mismo.

Visto desde el punto de vista de padre, se entiende perfectamente que Dios quisiera incluir la prohibición de mentir en el decálogo. Sabe perfectamente el daño que nos hacemos al hacerlo y cómo nos impide llevar una vida plena.

No en vano Jesús lo dijo de manera absolutamente explícita, “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn, 8, 32), por ello dado que la mentira esclaviza, mentir atenta gravísimamente contra nuestra naturaleza de hijos de Dios, ya que la libertad es una de sus principales características.

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