Beata Catalina (Caterina) Cittadini, 5 de mayo

Fundadora de las Hermanas Ursulinas de san Gerónimo de Somasca

Su vida se inició en Bérgamo (Italia) el 28 de septiembre de 1801 y transcurriría entre esta ciudad y Somasca de Vercurago, donde fundó. Sus padres, emigrantes, la cuidaron a ella y a su hermana Judit hasta que la madre falleció cuando Caterina contaba apenas 7 años y Judit dos menos que ella. Entonces, el padre las abandonó, y ambas, con tres meses de diferencia, fueron a parar al orfanato del Conventino de Bérgamo. Fue su salvación. Porque allí el prior del convento, P. Giuseppe Brena se ocupó de su formación espiritual infundiendo en ella la confianza en Dios al tiempo que le inducía a vivir la caridad y otras virtudes, que ejercitaba mientras se incrementaba su devoción a la Virgen María.

En 1822, al obtener el diploma de maestra, se trasladó con Judit a Calonzio donde dos primos sacerdotes regían la parroquia. Caterina partía con un importante bagaje intelectual en el que se incluía su conocimiento acerca de las circunstancias históricas de una época como aquella, convulsa y, a la par, propicia para la apertura de nuevas congregaciones religiosas. En el otoño de 1823 las dos hermanas acudían todos los días desde la hospedería de la parroquia a Somasca donde Caterina ejercía la docencia con 56 niñas de entre 6 y 14 años. Judit la ayudaba en esa tarea. La labor fructificó con tal éxito que en 1826 abrieron otra residencia destinada a las muchachas que deseaban cursar estudios superiores, acoger a las residentes en lugares distantes y, fundamentalmente, auxiliar a las huérfanas, ya que ambas hermanas habían experimentado la tragedia del abandono familiar. Uno de sus primos las ayudó económicamente y pudieron adquirir una casa en Somasca, con el consejo favorable del P. Brena, que vio en este hecho la voluntad de Dios.

En esa época los Padres Somascos, que habían vuelto a restablecerse en la zona, mantenían viva la devoción a san Jerónimo Emiliano, padre de los huérfanos, y Caterina que también se la tuvo desde niña, lo adoptó para su obra. Se dio la circunstancia de que las dos hermanas pensaron entregar su vida a Dios como religiosas dedicadas a la educación. Y el ejemplo de caridad y pobreza de san Jerónimo fue modelo para la vida de Caterina. Se integró activamente en la parroquia como catequista y animadora de asociaciones juveniles. Los jóvenes frecuentaban su casa abierta a todos mientras fructificaba la obra para niñas huérfanas a la que dio la Regla de las Ursulinas. En 1832 crearon la Escuela privada Cittadini y en 1836 el Colegio internado de niñas para «educación femenina», que fue regido por Judit. Pero ésta falleció en 1840, a la edad de 37 años, y Caterina tuvo que asumir sus funciones. Seis meses más tarde murió su primo y bienhechor, Antonio Cittadini, siguiéndole de cerca el P. Brena.

Fueron muchos golpes juntos para la beata que cayó gravemente enferma en 1842. La pérdida de su hermana determinó a Catalina a formalizar su obra civilmente en 1844, una vez se hubo repuesto de estos varapalos por intercesión de la Virgen de Caravaggio y de san Jerónimo Emiliano. Contaba con tres compañeras y colaboradoras para vivir como consagradas, y ese mismo año pusieron las bases de la comunidad. Ello conllevó la renuncia de Catalina a la docencia pública y se volcó en el Colegio de niñas al tiempo que se convertía en guía de sus compañeras que, junto a ella, decidieron consagrarse a Dios como religiosas. A sus alumnas les decía: «la oración es el alimento del alma, el anzuelo del fervor, la puerta de los favores divinos».


En 1850 solicitó la aprobación al obispo de Bérgamo, pero no se la otorgó. Cuatro años más tarde, otro prelado Mons. Speranza, le sugirió que escribiese las Reglas, prometiéndole ayuda. Después de rechazarlas en primera instancia, en septiembre de 1855 las aprobó ad experimentum. A la espera del reconocimiento del Instituto de Ursulinas Geronimianas, aventurado por este obispo, Caterina cayó enferma con un deterioro severo provocado por los diversos sufrimientos, preocupaciones y las muchas fatigas que jalonaron su vida. Aferrada, como había hecho siempre, a la voluntad divina, murió el 5 de mayo de 1857. El 14 de diciembre de ese año se recibía el Decreto de erección canónica del Instituto de parte del obispo de Bérgamo. Y obtuvo el reconocimiento Pontificio en julio de 1927. Fue beatificada el 29 de abril de 2001 por Juan Pablo II.

santoral Isabel Orellana

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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