El noveno mandamiento

Educar en la fe. Luchando contra los Deseos Impuros

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Nacho Calderón Castro regala a los lectores de Exaudi en la serie Educar en la Fe, esta serie de artículos dedicados a los 10 mandamientos.

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El noveno mandamiento tiene la particularidad de que proviene no solo del decálogo, extraído del mismo versículo que el décimo, es decir de Éxodo, 20. 17., sino también directamente del Evangelio: «el que mira a una mujer deseándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón» (Mt. 5, 28).

Se puede decir más alto, pero no más claro.

Yo siempre lo he unido al episodio que solo aparece en el Evangelio de San Juan, «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio» (Jn, 8,4), «el que no tenga pecado, que arroje la primera piedra» (Jn, 8, 7). Recordemos que únicamente los hombres estaban autorizados a participar en una lapidación, así que Jesús en ese momento estaba rodeado de hombres y les dice «el que no tenga pecado» refiriéndose a una adultera. Sabía que, al menos en su corazón, todos habían pecado, ya que para los hombres (varones) las miradas con deseo son algo contra lo que habitualmente tenemos que luchar. No soy mujer, así que no puedo hablar por ellas.

Lo más bonito de este mandamiento es que dice «No consentirás pensamientos ni deseos impuros». La Iglesia ya sabe que tenerlos los vamos a tener, que al cruzarnos con una mujer atractiva, como un resorte, como un reflejo, vamos a desearla, lo que el mandamiento nos exige es «no lo consientas», no te regodees.

Somos humanos y por tanto somos animales (¡qué empeño en de tantos en negarlo!), pero por ser humanos podemos estar por encima de los instintos. Cuando más los dominamos, más humanos nos hacemos.

Somos animales y podemos comunicarnos con gruñidos, exclamaciones y con las manos, pero cuanto más usamos el lenguaje hablado, más utilizamos las facultades humanas. Una persona con grandísima creatividad, a la que tuve el honor de conocer y con quien compartí algunos trabajos, Jaime Buhigas, decía que «la forma más humana de lenguaje es la poesía, porque es su forma más elevada». Podemos aceptar con facilidad estas demandas de humanización, de elevarnos, cuando las referimos a funciones superiores pero hay quien le cuesta mucho que le pidan que se eleve por encima de sus instintos.


Hay también quien cree que «tener pensamientos y deseos impuros» no es malo puesto que «no haces mal a nadie». Volvemos a la reducción del ser humano a la conducta exterior, ignorando que el pensamiento es también un comportamiento.

Para mi es cuestión de respeto. Pensando en mis hijos, me disgustaría muchísimo saber que alguien al verles les desea de una manera únicamente carnal, en cierto modo es un deseo que no involucra al sujeto pasivo del deseo, es claramente un uso: te deseo a ti, pero sin ti.

Los deseos impuros son una clara forma de «cosificar» a una persona. No me importas como persona, no me importa quién eres, ni qué necesistas, ni qué piensas, ni tus emociones ni tus sentimientos, tan solo quiero disfrutar de ti aunque sea sin tocarte físicamente.

Es cierto que no es lo mismo limitarse al pensamiento que pasar a la acción. Efectivamente. No es lo mismo desear la muerte a alguien que asesinarle. No es lo mismo desnudar con la mirada a una persona y regodearnos mentalmente en todo un acto sexual con ella que hacerlo, pero en todo caso Dios, que como Padre quiere lo mejor para nosotros, y quiere que toda nuestra conducta, no solo la exterior sino también la interior esté dirigida a todo aquello que nos aporte un bien.

Pongamos  el precepto en positivo: Consiente aquellos pensamientos y deseos que si los pudieras llevar a cabo aportaran un bien para ti y para el otro. Consiente aquellos pensamientos que cualquiera que los conociera se alegraría. Consiente aquellos pensamientos que puedes compartir abiertamente.

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