El Papa: Dios-amor se haga cada vez más luminoso en nosotros y a través de nosotros

Palabras del santo Padre antes del Ángelus

Vatican Media

A las 12 del mediodía de hoy, 9 de julio de 2023, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.

En el XIV Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre advierte del riesgo de que “nuestro corazón pueda acostumbrarse y permanecer indiferente, o curioso pero incapaz de asombrarse, de dejarse “impresionar” por las obras de Dios”.
«Un corazón cerrado, un corazón blindado, no tiene capacidad para sorprenderse. ‘Impresionar’ es un bonito verbo que hace pensar en la película de un fotógrafo. Esta es la actitud correcta ante las obras de Dios: fotografiar en la mente  sus obras para que se impriman en el corazón, a fin de revelarlas en la vida mediante muchos gestos de bien, de modo que la “fotografía” de Dios-amor se haga cada vez más luminosa en nosotros y a través de nosotros, añadió el Papa».

A continuación, siguen las palabras del Papa al introducir la oración mariana, ofrecidas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, el Evangelio contiene una oración muy hermosa de Jesús, que se dirige al Padre diciendo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños» (Mt 11,25). ¿A qué cosas se refiere Jesús? ¿Y quiénes son estos pequeños a los que tales cosas han sido reveladas? Detengámonos en esto: en las cosas por las que Jesús alaba al Padre y en los pequeños que saben acogerlas.

Las cosas por las que Jesús alaba al Padre. Poco antes, el Señor ha recordado algunas de sus obras: «Los ciegos ven […] los leprosos son purificados […] y la Buena Noticia es anunciada a los pobres» (Mt 11,5); y ha revelado su significado diciendo que son los signos del obrar de Dios en el mundo. El mensaje, entonces, está claro: Dios se revela liberando y sanando al hombre -no olvidemos esto: Dios se revela liberando y sanando al hombre- y lo hace con un amor gratuito, un amor  que salva. Por esto Jesús alaba al Padre, porque su grandeza consiste en el amor y no actúa nunca fuera del amor. Pero esta grandeza en el amor no es comprendida por quien presume de ser grande y se fabrica un dios a su propia imagen: un dios potente, inflexible, vengativo. En otras palabras, estos presuntuosos no consiguen acoger a Dios como Padre; quien es orgulloso y está lleno de sí mismo,  preocupado solo por sus propios intereses -estos son los presuntuosos-, está convencido de que no necesita a nadie. Jesús nombra, a este respecto, a los habitantes de tres ciudades ricas de aquel tiempo: Corozaín,  Betsaida y Cafarnaúm, donde ha realizado numerosas curaciones, pero cuyos habitantes han permanecido indiferentes a su predicación. Para ellos, los milagros han sido tan solo eventos espectaculares, útiles para ser noticia y alimentar las charlas; una vez agotado este interés pasajero, los han dejado de lado, quizá para ocuparse de otra novedad del momento. No han sabido acoger las grandes cosas de Dios.


Los pequeños, en cambio, saben acogerlas, y Jesús alaba al Padre por ellos: “Te alabo” -dice- porque has revelado el Reino de los Cielos a los pequeños. Lo alaba por los simples, que tienen el corazón libre de la presunción y del amor propio. Los pequeños son aquellos que, como los niños, se sienten necesitados y no autosuficientes, están abiertos a Dios y dejan que sus obras los  asombren. ¡Ellos saben leer sus signos y maravillarse por los milagros de su amor! Yo os pregunto a cada uno de vosotros, y también a mí mismo: ¿nosotros sabemos maravillarnos de las cosas de Dios, o las tomamos como cosas pasajeras?

Hermanos y hermanas, nuestra vida, si lo pensamos bien, está llena de milagros: llena de gestos de amor, signos de la bondad de Dios. Sin embargo, ante ellos, también nuestro corazón puede acostumbrarse y permanecer indiferente, curioso pero incapaz de asombrarse, de dejarse “impresionar”. Un corazón cerrado, un corazón blindado, no tiene capacidad para sorprenderse. ‘Impresionar’ es un bonito verbo que hace pensar en la película de un fotógrafo. Esta es la actitud correcta ante las obras de Dios: fotografiar en la mente  sus obras para que se impriman en el corazón, a fin de revelarlas en la vida mediante muchos gestos de bien, de modo que la “fotografía” de Dios-amor se haga cada vez más luminosa en nosotros y a través de nosotros.

Y ahora preguntémonos, todos nosotros: en la marea de noticias que nos sumerge, ¿sé detenerme en las grandes cosas de Dios, las que Dios hace, como nos muestra Jesús hoy? ¿He perdido la capacidad de asombrarme? ¿Me dejo maravillar como un niño por el bien que cambia el mundo silenciosamente, o he perdido la capacidad de asombrarme? ¿Y bendigo al Padre cada día por sus obras? Que María, que exultó en el Señor, nos haga capaces de asombrarnos de su amor y de alabarlo con simplicidad.