Humanismo, Escuela de Salamanca y Siglo de oro hispanoamericano

Un Legado de Sabiduría y Solidaridad

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Uno de los campos de mi docencia e investigación universitaria, especialmente llevada a cabo en los últimos años, es el humanismo inspirado en la fe. Y que tiene una de sus cimas en el llamado Siglo de oro español y su proyección en América, con realidades tan significativas como la reconocida Escuela de Salamanca, u otra Escuela que podríamos llamar también de Alcalá, la espiritualidad, la mística o las humanidades de esta época. Asimismo, este artículo va dedicado con cariño agradecido al profesor e investigador y amigo José Antonio Benito, misionero
de los Cruzados de Santa María en Perú por muchos años. Y en donde ha desarrollado un admirable e ingente trabajo académico, docente, de investigación, cultural y evangelizador en diversas universidades, instituciones académicas, eclesiales, medios de comunicación, etc. Benito es uno los historiadores, hispanistas y mejores conocedores de Santo Toribio de Mogrovejo, del que recomendamos su blog.

En esta época esplendorosa y dorada de cultura, de pensamiento y misión del siglo XVI, que se puede extender en parte ya incluso al XVII, tenemos a genios, santos o testigos de la fe tan significativos como: los dominicos F. de Vitoria o D. de Soto, núcleo de esta escuela salmantina, que podemos ampliar con los jesuitas F. Suárez o J. de Mariana, e incluso Fr. Luis de León, docente en la universidad de dicha escuela; en Alcalá con su promotor, el franciscano Cardenal Cisneros, Santo Tomás de Villanueva, educado en el espíritu cisneriano y que ejerció docencia igualmente en Salamanca; San Juan de la Cruz, también formado en la universidad salmantina, y Santa Teresa de Jesús, reformadores del Carmelo, cumbres de las letras, de la poesía y mística carmelitana, San Ignacio de Loyola, San Juan de Ávila, Fr. Luis de Granada u otros santos de la época.

Como se puede  ver, es un tiempo glorioso de fe y cultura, como olvidar aquí a un Cervantes o  hasta un Velázquez, que se enlaza a su vez con el humanismo renacentista o utópico en otras partes de Europa con Santo Tomás Moro, Luis Vives (de origen español), T. Campanella…Todo este caudal humanista hispano y europeo tuvo su claro influjo en América, con otros santos y testimonios de la fe o misioneros que, inspirados por esta espiritualidad y formación en el humanismo desarrollado (especialmente) en Salamanca, lo propagaron y llevaron a la misión, a la misma práctica. Ahí tenemos al mencionado Mogrovejo, San Francisco Solano y San Juan Macías, tan unidos a un San Martín de Porres o a una Santa Rosa de Lima, en el que se puede considerar justamente como el Siglo de oro peruano. La conocida como comunidad dominica de P. de Córdoba, A. de Montesinos junto a Bartolomé de las Casas, A. de Valdivieso (primer mártir en América), San Juan de Zumárraga, “Tata” Vasco de Quiroga, el canario San José de Anchieta u otros a los que (como se ha estudiado) se les pueden denominar los Padres de la Iglesia en América.

Se puede observar que estas escuelas y nombres mencionados están muy unidos a la espiritualidad mendicante (con un San Francisco de Asís o Santo Domingo de Guzmán), que tiene en Santa Catalina de Siena un referente imprescindible, a la agustiniana e ignaciana. Y nos ofrecen un auténtico espíritu reformador, místico, misionero y humanista con sus aportaciones, luces, límites o carencias como suele suceder en los autores o lo humano. Más, cuya entraña es la Encarnación de Dios en Jesús y su humanidad, humildad, pobreza y sacrificio hasta su muerte en Cruz. El Cristo encarnado, kenótico, crucificado y resucitado, revelador del Padre que nos dona El Espíritu con su Gracia. Ese Misterio del Dios Trinitario, manifestado en Jesucristo, que nos regala la salvación con su Reino de vida, de amor fraterno, paz y justicia liberadora de la muerte, del mal, del pecado, de todo egoísmo e injusticia con sus idolatrías de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.

De ahí el principal e inseparable amor a Dios y al otro, a cada ser humano ejerciendo la propia caridad en perspectiva católica (universal). Más allá de toda barrera o frontera, y que no se puede disociar de promover los valores o principios irrenunciables de la vida, la dignidad, el bien común de toda la humanidad, la paz y la justicia social e internacional con los pobres de la tierra (los oprimidos, excluidos o últimos) y las víctimas de la historia. La sagrada e inviolable vida y dignidad de toda persona, de los pueblos con los pobres y las victimas, tienen sus fundamentos en que cada ser humano es creado por el Padre como imagen e hijo de Dios, es salvado por El Hijo Jesucristo hasta entregar su vida por cada persona, cuyo cuerpo y ser es templo del Espíritu de vida (humanizadora, plena y eterna). De forma similar a la eucaristía e inseparable de ella, el otro, toda persona, especialmente, los pobres y crucificados (víctimas): son presencia (sacramento) real de el Cristo encarnado, pobre y crucificado como nos comunica el propio Evangelio (Mt 25, 31- 46).

Tenemos, pues, aquí todas las bases teológicas, antropológicas y místicas del humanismo inspirado en la fe con su enseñanza moral y social (DSI), con Santo Tomàs de Aquino como referencia, de las que nuestros autores y santos o testigos fueron maestros, pioneros y auténticos testimonios.  Efectivamente, frente a lo que dice e impone el liberalismo y capitalismo con un Hayek, la escuela de Salamanca con dicho humanismo (junto a todos estos nombres o testigos mencionados) enseña que la libertad individual, ya sea económica o política, debe estar orientada por esta fundamentación antropológica, moral y política con dichos valores o principios. De esta forma la economía, con su misión de servir a la vida y necesidades de la persona, ha de estar guiada por el principio del destino universal de los bienes, que tiene la prioridad sobre la propiedad. Mostrándose así, claramente, el ineludible carácter solidario y social de toda propiedad, para esta justa distribución de los recursos, asociado siempre a un trabajo digno con justicia en los salarios.


Esta equidad y finalidad universal en el reparto de los bienes, por tanto, se enraíza en la caridad unida inseparablemente a la justicia social que valora como inmoral y antievangélica la riqueza-ser rico, ya que solo podemos poseer lo justo (necesario) para vivir. Por tanto, todo lo demás pertenece a los pobres, por justicia, hay que restituirles todos estos bienes robados, que tienen de más los enriquecidos. En la línea de la Tradición de la iglesia con los Santos Padres, tal como enseña dichas Escuelas de Alcalá y Salamanca con Vitoria guiados por el Aquinate (Comentarios a la 2a. 2ae., III, 74-75 y 269-270). Es la verdadera santidad, a la que universalmente todos estamos llamados, realizada en el amor fraterno siguiendo a Jesús humilde y pobre en el Espíritu, que se ejerce con la pobreza espiritual y evangélica, esto es, la comunión fraterna y solidaria de vida, de bienes y acción por la justicia con los pobres de la tierra. Frente a estos falsos dioses e ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, poseer, del poder y la violencia.

En este sentido, las autoridades o gobiernos y sus estados junto a la comunidad social (sociedad civil), cuyo sujeto principal es el pueblo orientado por la ley natural (moral y divina), son los responsables de controlar y regular la economía, el mercado y los bienes; con políticas de justicia social, como son los deberes morales de contribuir a un sistema fiscal justo, pagando los impuestos, donde los que más tienen aporten un mayor número de bienes o recursos. Así lo sigue mostrando nítidamente dichas Escuelas con Vitoria en sus Sentencias morales (I, 93-133), basada en dicho legado tomasiano con esta ley y derecho natural, que son pioneras de los derechos humanos y del derecho internacional. Junto a estos misioneros y primeros testigos de la fe en América, defendieron la vida, la dignidad, los derechos y deberes de las poblaciones originarias de América; promoviendo unas relaciones e instituciones con alcance planetario para que asegurar la paz, la justicia y el bien más universal con estos deberes y derechos humanos, civiles, sociales, económicos, culturales y religiosos.

Los denominados derechos de primera generación, asociados a las libertades civiles y políticas. Los pueblos nativos, por la propia naturaleza humana, son libres de toda esclavitud y dominación que es inmoral e injusta, por ello, están llamados a ser protagonistas de su gestión en la vida pública, civil y política.  Los derechos de segunda generación, con los imprescindibles valores de justicia e igualdad social, debidos a la constitutiva naturaleza corporal y sociable del ser humano. Estos pueblos originarios son los gestores en la justa distribución de los bienes y propiedad con su destino universal, en un trabajo decente con un salario justo que está antes que el capital, en el establecimiento de políticas sociales y publicas que salvaguarden: esta fiscalidad justa; la calidad y universalidad de estos derechos a la educación, a la sanidad, vivienda, etc.

Los derechos de tercera generación, de todos los pueblos cimentados en la solidaridad internacional, como son el desarrollo humano y ecología integral con los derechos a la alimentación, al agua, a la tierra, la paz o al medioambiente sostenible. Y los de cuarta o última generación, valorando la cultura e identidad de dichos pueblos, sus lenguas, sus tradiciones y religiosidades populares, su espiritualidad ya que la fe no se impone, se propone, con una adecuada inculturación de la misma, como nos transmite igualmente San Juan Pablo II. Concluimos remarcando el reconocimiento y agradecimiento a todo este legado de dichos humanismos, escuelas, autores, misioneros y testimonios como hace el mismo Papa Francisco en Querida Amazonia (QA). “El kerygma y el amor fraterno conforman la gran síntesis de todo el contenido del Evangelio que no puede dejar de ser propuesta en la Amazonia. Es lo que vivieron grandes evangelizadores de América Latina como santo Toribio de Mogrovejo o san José de Anchieta” (QA 65).

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