Inocencia robada

El drama humano y moral de la trata infantil y adolescente en Sound of Freedom y Noche de Fuego

El tráfico sexual en la infancia y la adolescencia es la expresión más dramática de cosificación humana. Un negocio multimillonario montado sobre la violencia, la tortura y la esclavitud de seres inocentes y vulnerables. Los directores mejicanos, Alejandro Gómez Monteverde y Tatiana Huezo, desde distintas formas de hacer cine, nos acercan con sus películas Sound of Freedom y Noche de Fuego, a la inocencia robada, el drama humanitario y moral de un mundo sórdido y desalmado incapaz de reconocer que las personas somos seres valiosos, con una dignidad intrínseca, fines y no medios. La indiferencia ante este crimen, por muy lejano que nos parezca, nos convierte en cómplices.

La película Sound of Freedom (2023), dirigida por Alejandro G. Monterde y protagonizada por Jim Caviezel (Jesús en La Pasión de Cristo, 2004), se inspira en la vida de Timothy Ballard, agente especial del Departamento de Seguridad Nacional estadounidense, dedicado a detener pedófilos y a desarticular redes criminales de tráfico sexual infantil. Tim dejará este trabajo para convertirse en activista contra el tráfico de menores, a través de la organización Operation Underground Railroad (OUR), involucrándose de lleno en operaciones de rescate de criaturas inocentes, secuestradas y trasladadas por las mafias a lugares con legislaciones inexistentes o laxas en la defensa de los derechos humanos y en la protección a la infancia.

El cambio de Tim se produce cuando un compañero le pregunta: ¿Detienes pedófilos, pero a cuántos niños salvas? El agente acaba confesando a su jefe: “Este trabajo te rompe en pedazos y necesito juntarlos de nuevo”. Más tarde, reconocerá que es la voz de Dios la que guía su cambio de rumbo vital, con el apoyo incondicional de su esposa Katherine (la actriz Mira Sorvino) que, desde un principio, empatiza con el sufrimiento de los niños y de sus familias, convirtiéndose en su principal apoyo. En la película, la familia se presenta como lugar de acogida, reconocimiento y compromiso que permite a la persona desarrollar su vida con sentido y buscar el bienestar de todos sus miembros.

“Cuando Dios te llama no puedes dudar”. Es otra de las afirmaciones rotundas del protagonista en un momento del film en el que convence a un empresario, Paul, (interpretado por Eduardo Verástegui) para tender una trampa a una importante red de tráfico sexual infantil. Tim y Paul, se hacen pasar por ricos ociosos, con vidas vacías y aburridas, a los que sólo les interesan las emociones fuertes y, entre ellas, las prácticas sexuales con menores. Este momento de la cinta recuerda el célebre caso del multimillonario neoyorkino Jeffrey Epstein, acusado de tráfico y abuso sexual de menores que acabó suicidándose en la cárcel.

La mayor parte del film se ha rodado en Cartagena de Indias, Santa Marta y Bogotá. Sin embargo, la trama arranca en Honduras, con el secuestro de dos hermanos que pertenecen a una familia con escasos recursos económicos. El padre confía a sus hijos a una mujer sofisticada y manipuladora, Giselle, que atrae a los niños prometiéndoles convertirlos en estrellas. Giselle forma parte de una red criminal de tráfico de drogas y compra-venta de personas, especialmente menores que son esclavizados y sometidos al tráfico sexual con una crueldad y violencia inauditas. Al padre sólo le mueve contentar a su hija, Rocío, con una voz prodigiosa. La niña, de once años, logra convencerle para que acepte la invitación y la deje participar junto a su hermano pequeño en una sesión de fotos. La pesadilla comienza cuando la sesión fotográfica, que reúne a un grupo numeroso de niños, niñas y adolescentes de poblaciones rurales y aisladas de los núcleos urbanos, no tiene la finalidad prometida. Son posados dirigidos a crear catálogos humanos para pedófilos. El negocio es multimillonario como advierte una voz en off al inicio del film: “(…) Una bolsa de cocaína se puede vender una vez, pero un niño, de cinco a diez veces al día”.

Timothy Ballard también integra en su proyecto a Vampiro, un narcotraficante que, tras pasar por la cárcel y arrepentido de sus acciones, se dedica a comprar menores a las redes mafiosas para liberarlos y devolverlos con sus familias, salvándolos de ser asesinados o de que se trafique con sus órganos cuando dejan de ser rentables. En este caso, la culpa como voz o grito de la conciencia empuja a Vampiro a no desentenderse del sufrimiento ajeno para redimir el mal originado en el pasado.

El protagonista del film rescatará, primero, al hermano pequeño y, posteriormente, se adentrará en la Amazonía colombiana, haciéndose pasar por médico, para salvar a Rocío, explotada laboral y sexualmente pisando hojas de cocaína y complaciendo los caprichos del violento jefe de la guerrilla, apodado Alacrán.

“Los niños de Dios no están en venta” es una frase repetida por Ballard en una película envuelta de polémica con acusaciones que vinculan al director y al protagonista con movimientos de la extrema derecha estadounidense y con la religión católica. Aunque, los detractores no argumentan por qué aludir a Dios o mostrar creencias religiosas puede resultar tan ofensivo. Sound of Freedom también ha sido criticada por la representación estereotipada de las víctimas de trata y por explotar comercialmente una tragedia humana.  Con todo, los intentos de desprestigio no pueden ocultar un drama humano y moral, escasamente visibilizado, que no atañe sólo a los países pobres y remotos, sino que nos interpela a todos como sociedad humana. Si bien algunas escenas son innecesarias, la cinta nos muestra que las mafias se aprovechan de las familias humildes y de las crisis humanitarias que dejan a muchos niños en situación de orfandad y vulnerabilidad extrema.

Las posibilidades expresivas del medio cinematográfico nos brindan la oportunidad de ver otro film, Noche de Fuego (2021) que también ofrece una mirada combativa de la violencia y de la esclavitud sexual. Es una película con escaso presupuesto, sin efectos especiales, pero cuya calidad ha sido reconocida en los festivales de cine más reputados. La directora mejicana, Tatiana Huezo, basándose en la novela Prayers for the Stolen de Jennifer Clement, nos convierte en testigos, a través de los ojos de una niña, de los horrores de crecer en un contexto de violencia.


La historia se desarrolla en las montañas de Guerrero, un pueblo perdido en la Sierra de Méjico, sometido por el miedo y la arbitrariedad de un cártel de la droga que dispone a su antojo de las vidas humanas. Las madres de niñas disimulan la condición femenina de éstas cortándoles el pelo y vistiéndolas de forma masculina en cuanto llegan a la adolescencia, una etapa en la que son raptadas sin que nada más se sepa de ellas. Es una comunidad de mujeres, de la que los hombres huyen con la promesa de regresar, algo que no sucede. Todas trabajan forzosamente en el cultivo de la amapola, extrayendo el opio para la fabricación ilegal de heroína. Las madres excavan escondites en la tierra y enseñan a sus hijas a esconderse, como un juego, para ponerlas a salvo de las mafias que asaltan las casas y secuestran a las adolescentes.

Tatiana Huezo nos sitúa ante la historia de tres niñas, Ana, María y Paula, en el tránsito de la infancia a la adolescencia. Es una historia de lealdad y de amistad que enfatiza lo que significa ser mujer en un contexto de violencia y nos sumerge en la inocencia de la niñez, una etapa de la vida que mira el mundo con ojos confiados. Conforme crecen, las niñas adquieren conciencia de los peligros hasta desplegar una mirada combativa con su realidad.

Ana juega con su madre, Rita, a identificar, en silencio, los sonidos de la naturaleza, enseñándola así a distinguir el ruido de las camionetas del cártel para tener tiempo de esconderse. La comunidad sólo se siente a salvo en una pequeña peluquería a la que acuden para cortar el pelo a las niñas, entre lágrimas, con el argumento de que es la única forma de librarse de los piojos. Pero las miradas entre las madres y la peluquera revelan la auténtica verdad: camuflar de varones a sus hijas es la forma de mantenerlas a salvo. Cualquier signo de feminidad, incluso la acción inocente de jugar a maquillarse y pintarse los labios, desata el terror de las madres

“¿Qué pasará cuando una de nosotros desaparezca?” pregunta una de las niñas. Las tres amigas despliegan un bello ritual contra esa posibilidad terrorífica. Cierran los ojos, unen sus cabezas y se concentran para adentrarse en las otras mentes, estar conectadas y conocer la suerte de la secuestrada.

Lo social y lo político son partes constitutivas del cine de Tatiana Huezo.  La directora combina inteligencia, sensibilidad y, a la vez, deja una puerta abierta a la esperanza. Además, Huezo no victimiza a sus personajes, sino que muestra a mujeres con una fuerza y sabiduría naturales para sobrevivir en una realidad hostil.

El crítico de cine Roger Ebert subraya la capacidad del cine para favorecer la empatía. Es inevitable que, al aproximarnos, desde una ética cinematográfica, a realidades humanas y, especialmente, al sufrimiento cotidiano de gentes expuestas a la violencia se generen lazos de compasión en los espectadores. En ambos filmes, la trágica realidad narrada, desde formas diversas, justifica la existencia de cada una de estas películas.

Valoración Bioética

Todo daño, tortura o comercio de seres humanos son expresiones trágicas de relaciones de dominación, en las que al otro no se le reconoce como persona, facilitando una mirada cosificada y objetualizada que vulnera los Derechos Humanos fundamentales. El grito de “los hijos de Dios no están en venta” apela a la dignidad de cada persona y al deber de proteger la vida humana como un derecho inalienable e indisponible. Pero también señala hacia la obsesión por el dinero que ha inoculado la idea de que se puede comerciar con todo, incluso con las personas. Ambos filmes nos interpelan a la responsabilidad por el prójimo, a no ponernos de perfil ante realidades que nos parecen lejanas y no lo son, cuando se trata de salvaguardar la condición humana y de reconocer el mal radical. Éste, como nos recuerda Emmanuel Lévinas, se nos revela en la indiferencia del verdugo hacia su semejante, pero también cuando nos desentendemos de la suerte del otro y, en particular, de los más inocentes y vulnerables, los niños, semillas de novedad y esperanza en el mundo.

Amparo Aygües – Ex alumna Master Universitario en Bioética – Colaboradora del Observatorio de Bioética