Lo frágil nos hace responsables

Una invitación a la bioética desde «Capricho de mujer» de Mitchell Leisen

En el mundo del cine ocurre con mucha frecuencia un prodigio: películas concebidas de una manera modesta acaban adquiriendo con los años mucha fuerza expresiva. Como si al no poner el acento en cuestiones secundarias acertaran como retrato sutil de lo humano. E invitan a mirar imaginativamente, como señalan George M. Wilson y Robert B. Pippin.  Durante el tiempo de su proyección el espectador podía recrear sus mejores sueños y salir del cine esperanzado. Por eso hoy nos cautiva el cine mudo de Chaplin, Keaton, Lloyd, Landon o Laurel y Hardy. Stanley Cavell ha podido persuadir de que lo que él llamaba la comedia de renovación matrimonial de Hollywood heredó esa misma fortaleza.

Capricho de mujer (The Lady is Willing, 1939participa de esta bendición. A nuestro juicio tiene un claro precedente en la película de Garson Kanin, Mamá a la fuerza (Bachelor Mother, 1939). Con distintas tonalidades las dos parecen hacer eco de este pasaje inspirado del filósofo francés Paul Ricoeur (1913-2005). Permítasenos reproducirlo dada su belleza.

Contemplad a un niño que nace: por el solo hecho de estar ahí, obliga. Lo frágil nos hace responsables. ¿Y qué significa, entonces, la obligación? Esto: cuando lo frágil es un ser humano, un ser vivo, se nos entrega confiado a nuestros cuidados, se pone bajo nuestra custodia. Cargamos con él. Considerad con atención esta metáfora de la carga. No se ha de subrayar tanto el aspecto de fardo, de peso asumido, cargado sobre nuestras espaldas, como el aspecto de la confianza: algo —alguien— se confía a nuestros cuidados. El ser frágil cuenta con nosotros, espera nuestro socorro y nuestra ayuda, confía en que cumpliremos nuestra palabra. En resumen, una promesa tácita crea el vínculo entre la llamada de lo frágil y la respuesta de la responsabilidad. Este vínculo de confianza es fundamental. Es importante que lo situemos por encima de la sospecha, que es verdaderamente lo contrario a esto. Está íntimamente ligado al requerimiento, a la conminación, al imperativo del principio de responsabilidad. (Ricoeur, P., & Aranzueque Sahuquillo, G. (1997). Poder, fragilidad y responsabilidad. Cuaderno Gris. Época III, 02, 75-77.: 76-77)

Fragilidad, obligación, cuidados, confianza, socorro, ayuda, promesa, vínculo, alguien, requerimiento, conminación, responsabilidad… Toda una constelación de nociones sin las cuales el universo de la bioética se difumina y se puede olvidar el sentido de lo que se está buscando: establecer los criterios para que un avance científico responda a la dignidad de cada ser humano que viene a este mundo -como un regalo-. Dos películas aparentemente de entretenimiento trivial hacen sus deberes bien y quizás sonrojen y alienten, ya que recuerdan qué es lo verdaderamente esencial de la bioética, frente a muchas argumentaciones que parecen enredarse, como señalaría Levinas, en el laberinto de la incerteza.

¿Por qué? Porque los dos filmes plantean esa misma situación: un niño que nace -precisemos, desde que viene a este mundo desde debajo del corazón de su madre- nos hace responsables. En Mamá a la fuerza, Polly (Ginger Rogers) se acerca a un infante que han dejado abandonado en las escaleras de un orfanato. Como el niño deja de llorar cuando ella lo coge en brazos, todos creen que es su madre. Le obligan a que ella lo reconozca así. Y aunque Polly no sea la progenitora acaba aceptándolo, por encima de todo porque termina sintiéndose responsable de su fragilidad. Lo acoge su corazón. Y, a partir de ahí va sucediendo como un pequeño milagro, por el que el niño, que no sabe de dónde viene, trasforma las actitudes de los que se encuentran con él hacia la generosidad. Como una pequeña parábola de Navidad[1], en la que celebramos que un Niño nos ha nacido.

Capricho de mujer, estrenada tres años después, coincide en que el niño surge misteriosamente y en que no se sabe de dónde viene, si bien no hay conexiones con un mensaje navideño. A partir de ahí son bastante notorias las diferencias.

La más llamativa es la reacción de la protagonista Elizabeth -Liza- Madden, interpretada nada menos que Marlene Dietrich, en una caracterización poco habitual de la estrella. En lugar de ser esa mujer fuerte que sabe lo que quiere y ejerce su dominio sobre los hombres, aquí es una artista tierna, cuya inocencia -no exenta de un talante caprichoso o infantil- se gana el afecto de los que la rodean. Desde el primer momento Liza se siente implicada por el pequeño, un bebé abandonado en las calles de Nueva York. Cuando un policía se lo confía para que lo sostenga, siente que esa criatura la necesita, y huye para protegerla sin la menor vacilación. No teme ser acusada de rapto. Lo que cree que ha hecho es liberar a un niño abandonado de la soledad de las instituciones burocráticas que se puedan hacerse cargo de él a partir de ese momento. Tampoco ha buscado compensarse afectivamente por llevar hasta el momento una vida egoísta, como le insinúa la trabajadora social que acompaña a la policía en busca del menor. Liza es una cantante de enorme éxito, pero la mayor parte de lo que ingresa va destinado a ayudar a personas necesitadas, en las más variadas circunstancias. Leisen, que conocía el psicoanálisis, no le deja que tenga la primera palabra frente a las reacciones de empatía hacia los demás. Se acercaba a lo que José Sanmartín explicaba por medio de las neuronas espejo[2].

¿Qué le ha movido entonces? Que ese bebé necesitaba una madre y que ella no podía negarse a serlo. Su encuentro no había sido casual sino providencial. Como va vestido de rosa cree que es una niña. Cuando el médico le advierte que es en realidad un niño, lo acepta como es y no deja de ver las ventajas de tener un hijo. Al no tener por su generosidad ahorros suficientes para ser una candidata idónea para la adopción, opta por acogerlo con un matrimonio de conveniencia.

Elegirá para cónyuge meramente legal al pediatra que ha buscado para explorar al pequeño, el Dr. Corey T. McBain (Fred McMurray), a pesar de que le confiesa que detesta a lo niños. Cree que pueden llegar a un buen acuerdo, porque al médico lo que le interesa no es la medicina, sino la investigación. En concreto, averiguar las causa de la neumonía por medio del estudio de diecisiete generaciones de conejos. Como no tiene quien le financie el proyecto, Liza le ofrece que, a cambio de casarse por ella, podrá disponer para sus pruebas de un apartamento al lado del suyo, que ha alquilado para poder cuidar al bebé.

La proverbial maestría de Leisen con los decorados, unida a los modestos presupuestos de las películas en la Columbia, dan lugar a un lugar insólito el laboratorio de investigación repleto de jaulas con conejos, adosado a un apartamento de lujo, en el que destaca una decoración de fantasía del cuarto del bebé, con una espectacular cuna en forma de carroza, con muñecos en forma de chófer y caballitos.

La metáfora está servida: reivindicar una ciencia más humana, al servicio de la vida. Frente a una pretensión inicial de investigación científica centrada en los datos y ajena a la sensibilidad por los beneficiarios de sus resultados, el Dr. McBain se irá implicando con su mujer y su hijo, unificando su vida. Un pequeño detalle le ayuda. Liza había decidido llamar Corey al pequeño sin recordar que ese era el nombre de pila del pediatra, a quien el gesto, aunque casual, le agrada. La bioética es un continuo ejercicio de recordar que la ciencia está al servicio de la dignidad humana, de las personas con nombre propio, carne y hueso. También le resulta una prueba decisiva para su implicación desenmascarar a unos extorsionadores que aparecen como padres del bebé, pero que están dispuestos a renunciar a él a cambio de una elevada suma de dinero. Las agujas para las extracciones que el médico les muestra, y que proceden de sus experimentos con los conejos, les asustan y les hacen delatarse. McBain no puede evitar propinar un puñetazo al abogado que había tramado el fraude.

Liza asimismo experimenta una trasformación. Tras contemplar su defensa del pequeño, mira a McBain de otra manera. Cenan juntos. Y esa noche parecen consumar un matrimonio que ya no es un subterfugio para la adopción. Sin embargo, a la mañana siguiente, celosa de la primera esposa del ahora su marido, que ha acudido también a extorsionarle, no atiende a razones y no deja que mire a su hijo con fiebre. Lo encomienda a un médico poco competente. Y para marcar distancias con su esposo, sale de gira a Boston. Allí la situación del pequeño se agrava y su padre adoptivo, al saberlo, volará para socorrerlo. Al llegar al hospital, Liza le pedirá a su marido que lo opere él, dejando su rabieta, reconciliándose, y expresándole su verdadero amor de esposa. El círculo se cierra: el niño es querido por él mismo y el amor de sus padres adoptivos hacia él forma verdaderamente una comunidad de vida y solidaridad.

La recuperación del pequeño es anunciada a su madre cuando ella estaba cumpliendo con su espectáculo en Boston. Cantaba, sin apenas ánimo, la canción Encuentro amor de Jack King y Gordon Clifford, que Marlene Dietrich ya había interpretado, en una escena de la noche en que se insinúa que se entregan matrimonialmente. Cuando su marido aparece y le indica que el bebé está fuera de peligro, su alma acompaña una letra que hasta entonces le resultaba una verdadera losa poder pronunciar.


Cosa extraña. Eres algo que no puedo definir

¿Qué significa esta canción que mi corazón cantaría?

¿Es un toque de primavera?

Pero sólo el amor lo dirá.

Cosa extraña, te conozco. Eres el deseo de mi corazón.

El solitario anhelo de un corazón en llamas.

Lee, entonces, mi futuro en las estrellas, las estrellas de arriba.

Lee y predice que todo irá bien y encontraré el amor.

Todo estará bien hoy, bien hoy y esto es eterno.

Sólo el amor entiende el misterio de la acogida de la vida y de la entrega sincera en el matrimonio.

José-Alfredo Peris-Cancio – Profesor e investigador en Filosofía y Cine – Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir

[1] Esta película la hemos trabajado en “El imaginario de la mujer trabajadora y su responsabilidad ante un niño abandonado en Bachelor Mother (1939) de Garson Kanin con Ginger Rogers, en relación con Leo McCarey”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/el-imaginario-de-mujer-trabajadora-ante-un-nino-abandonado-bachelor-mother-1939-kanin-relacion-con-mccarey/, y en otras cuatro contribuciones más que le siguen en esa misma página web.

[2] http://online.ucv.es/resolucion/neuronas-espejo/