Santa Catalina de Ricci

Mística italiana

Nació esta mística italiana en Florencia el 23 de abril de 1522. Su familia formaba parte de la aristocracia más selecta de la ciudad. Una de sus tías era religiosa del monasterio de Monticelli, y allí la condujo su padre cuando tenía 10 años, después de haber enviudado de su madre, y contraído nuevas nupcias. Debió ser un auténtico regalo del cielo para ella, porque se aficionó a la oración y comenzó a meditar en la Pasión, con gran edificación de las religiosas que se sorprendían de su piedad y entrega. Poco tiempo después, su padre se la llevó a casa, con gran dolor de la adolescente que no hubiera abandonado la forma de vida que llevaba. Y cuando dos años más tarde abordó a dos dominicas de San Vicente dei Prato que pedían limosna, interesándose por su carisma, y pudo participar en un retiro con ellas —lo que se diría hoy una experiencia espiritual, que no de discernimiento porque había sido precoz en su determinación a seguir a Cristo—, su deseo de consagración ya no tenía vuelta atrás.

Pidió ingreso con la comunidad que se hallaba bajo la dirección de un tío paterno. Entonces su padre fue en busca suya, una vez más, mientras ella, profundamente contrariada, le arrancó la promesa de que volvería a dejarla partir al convento. Y así fue. Aunque Francesco Ricci había planeado su futuro, al año siguiente le permitió llevar a cabo su anhelo. Ella ya había hecho voto privado a Cristo consagrándole su virginidad. Además, el tiempo en el que estuvo viviendo en su hogar no había mudado la costumbre que tenía en el convento, y dio muestra fehaciente de su vocación. Así pues, el día de Pentecostés de 1535, con 13 años, tomó el hábito, y con 14 profesó cambiando su nombre de bautismo, Alejandrina Lucrecia, por el de Catalina, nombre que también había llevado su madre. Casi a renglón seguido, contrajo diversas enfermedades que le infligieron numerosos sufrimientos, macerando su débil organismo.

Tuvo especial dilección por fray Jerónimo Savonarola, y a él atribuyó la mediación para su curación en 1540. Había pasado por esa experiencia del dolor ejercitando la virtud de la paciencia y meditando en la Pasión con un espíritu de ofrenda al Divino Redentor. Parecía una premonición porque en 1542 le fue otorgado revivir la Pasión. Los éxtasis a través de los cuales se veía trasladada a ese momento histórico, siguiendo los pasos recorridos por Cristo antes de su crucifixión, duraron doce años y se manifestaban semanalmente de jueves a viernes cesando el arrobamiento solo en el momento de recibir la Sagrada Comunión. A través de la oración de las religiosas, a las que rogó que suplicaran el cese de estos favores que atraían a la gente vulnerando el silencio de la clausura y la intimidad de la comunidad, obtuvo esta gracia en 1554. También recibió en su cuerpo las llagas y estigmas de la Pasión. Su amor a ella le inspiró el «Cántico de la Pasión».


Está probado el equilibrio psicológico de esta mística, que se había caracterizado por su prudencia, sencillez y humildad. Fue comprensiva con las personas que tenían escrúpulos para admitir los favores que se le otorgaban, como el anillo en signo de compromiso esponsal que Cristo le entregó en 1542, diciéndole: «Hija mía, recibe este anillo como señal y prueba de que ahora y siempre me pertenecerás». Siempre estuvo abierta a la comprobación de los hechos que fueron visibles, al menos parcialmente, para otras personas. Fue maestra de novicias y superiora durante dieciocho años, teniendo a su cargo hasta 160 religiosas, y nombrada priora con carácter perpetuo, cuando tenía 30 años.

Por su prudencia y sabiduría fue consultora de pontífices, cardenales y príncipes, al tiempo que consolaba a las personas sencillas y humildes, con particular asistencia a los enfermos. Asimismo, solía tener muy presente en sus oraciones a las almas del Purgatorio por las cuales ofrecía sus sufrimientos. Dio cuenta en las «Cartas» de sus extraordinarias experiencias místicas. Además de los éxtasis y revelaciones, entre otros, tuvo el de profecía y don de milagros. Mantuvo una relación epistolar con san Carlos Borromeo, san Pío V, santa María Magdalena de Pazzi y san Felipe Neri. Concretamente con éste, según atestiguó el santo, llegó a hablar Catalina cuando ella se le apareció en Roma sin abandonar el convento. Murió el 2 de febrero de 1590. Fue beatificada por Clemente XII el 23 de noviembre de 1732 y canonizada por Benedicto XIV el 29 de junio de 1746.

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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