244 obispos en la Asamblea en EEUU – uno enfrente

Strickland, expresión de una triste realidad en la Iglesia

Enrique Soros
Enrique Soros

“Patético. Vergonzoso. Tiránico. Absolutamente aborrecible”.

“Un día oscuro”.

“Queremos que el Papa Francisco dimita”.

“El Papa es MALVADO”.

“¡El colapso de la Iglesia!”

“¡Increíble! ¡El obispo Strickland solo puede ser destituido por el SEÑOR TODOpoderoso!”

“…… por el crimen de ser demasiado católico romano”.

“Bergoglio es un comunista aborrecible”.

Estos son algunos de los comentarios al tweet en el que Raymond Arroyo, influyente presentador en el canal católico EWTN, informa sobre la destitución del obispo Joseph Strickland de la diócesis de Tyler, Texas.

Una lluvia de mensajes similares -no siempre tan agresivos- se leen en portales católicos, escritos incluso por esos fieles que uno no creería que se posicionarían contra el Papa, apoyando a un obispo que genera división, y que ha llamado al Papa “serpiente”, “usurpador” y hereje, que escribe “El Papa Francisco, Nancy Pelosi y la tiránica cultura de la muerte”, y que  apoya a quien tilda a Francisco, con epítetos, entre otros, de “payaso diabólicamente desorientado”.

244 obispos en comunión – uno en la vereda de enfrente

Escribo estas líneas en la sala en que 244 obispos de Estados Unidos se encuentran reunidos en su Asamblea General de otoño en Baltimore. Mientras tanto, ahora mismo, el obispo Strickland, abajo, en la vereda de enfrente, luego de rezar el rosario con un grupo de seguidores, ofrece una entrevista a LifeSite News.

Dos imágenes que se contraponen como el blanco y el negro. En una, 244 hombres con pensamientos distintos y a menudo con profundos desacuerdos, unidos en un mismo espíritu, tratando de discernir la voz del Espíritu Santo para la Iglesia de Estados Unidos. En la vereda de enfrente, un hombre incapaz de integrarse, que eligió separarse y profundizar la división en la Iglesia, con el objeto de imponer sus pensamientos.

No analizaré la actitud del obispo Strickland. Me parece harto suficiente lo expresado para concluir que es moralmente inepto para ser referente de valores cristianos, y ni que hablar de conducir una diócesis.

Estoy conmocionado

Estoy conmocionado. Y no tanto porque un obispo haya traicionado su misión como tal. Desde los comienzos de la Iglesia conocemos casos similares y también mucho peores.

Estoy conmocionado por el poder que tienen ciertos líderes religiosos mediáticos para convencer a millones de personas de bien que el cristianismo en el fondo consiste en el conocimiento de textos perfectos, en desglosarlos y darles valor obsesivo a cada palabra y cada coma; en dedicar todos los esfuerzos posibles para negar toda otra posible interpretación (obviamente la propia será siempre la correcta y única aceptable, porque se ofrece sabiamente la fundamentación correcta de “la verdad”). Además, en estos líderes se hace imperioso luchar para imponer las propias justas y objetivas conclusiones, sin importar la moralidad de los medios utilizados, ni la posible validez de la interpretación de otros.

En esta dinámica no hay diferencia entre protestantes obsesivos y católicos obsesivos. La única diferencia son los textos que analizan, sin tener en cuenta ningún tipo de contexto.

¿Cómo es posible que valores cristianos tan elementales como el respeto y la humildad se echen por la borda, y se mancille sin pudor la honra de una persona simplemente por por no coincidir en algunos puntos que ambos juzgan importantes e incluso esenciales?


¿Cómo es posible que un principio básico de la Tradición de la Iglesia y del Derecho Canónico, como es el respeto y la obediencia al Santo Padre, se pisotee burdamente, sin complejo alguno?

Hace cinco minutos le besábamos el anillo al papa

No entiendo. Hasta hace cinco minutos era obligatorio besar el anillo del papa, hacer una genuflexión ante él, y seguir fielmente todas sus disposiciones. Y lo hacíamos muy convencidos. Dios nos hablaba a través del papa. Era el Ungido por el Espíritu Santo.

Pero eso se terminó en el momento en que comenzó a sacarnos de nuestra zona de confort.

  • En el momento que ya no nos gusta lo que dice.
  • En el momento en que sigue usando sus zapatos viejos.
  • En el momento que no quiere que le besemos el anillo.
  • En el momento en que saluda antes a los enfermos que a los poderosos.
  • En el momento en que denuncia a los que viven en las nubes de las ideas sin bajar a la carne sufriente de Cristo en los hermanos.
  • En el momento en que construye baños para los sintecho en el Vaticano.
  • En el momento que quiere que no solo cuidemos el alma, sino también la Creación.
  • En el momento en que nos exige ser coherentes, y nos sentimos reprendidos.
  • En el momento que quiere que nos parezcamos más a Jesús, que a la pompa del Vaticano.
  • En el momento en que, como Jesús, quiere que todos entren en la Iglesia, porque quiere que todos accedan a la salvación.

Y yo me pregunto, ¿para qué tanto esfuerzo, tanta fidelidad, tanta formación teológica, tantas obras perfectas, si al final quiere que se salven también los pecadores?

“¡No! Es que estamos en contra del pecado, no del pecador”, reza la mejor falacia destinada a que se entienda que ellos son los pecadores, no nosotros.

Éramos hipócritas

¡Hipócritas!

Éramos unos hipócritas cuando respetábamos al papa.

Le hacíamos reverencias, le adulábamos, para quedar bien, no porque respetáramos que era el Vicario de Cristo en la tierra.

No movíamos un pelo en el alma hacia la conversión.

Si hubiéramos sido auténticos, no seríamos hoy sus principales enemigos.

Teníamos los papeles en regla, sin necesidad de vivir radicalmente el mandato de Jesús: Ama a Dios con toda el alma, y a tu prójimo como a ti mismo. Atiende al herido. Visita a los cautivos, vende todo lo que tienes, luego ven y sígueme.

Éramos hipócritas, si somos los que hoy atacamos al papa. En ese caso, estamos mostrando hoy nuestra verdadera naturaleza. Lobos vestidos de oveja.

Pero la mayoría no cae en esta falsedad

Es fácil detectar si teníamos un espíritu auténtico ante el Santo Padre, ante la Iglesia y ante Jesús, o si solo se trataba de gestos externos que nada tenían que ver con nuestra alma. Si el respeto y la obediencia dependen de quién ocupe el sillón de Pedro, obviamente estamos utilizando a la Iglesia para afirmar nuestras ideologías, nuestra propia agenda.

Si por el contrario respetamos al papa y reconocemos en él al Vicario de Cristo, ungido por el Espíritu Santo; si no sentimos soberbiamente que los ungidos somos nosotros, sino que humildemente nos sometemos con amor a su autoridad y filialmente lo respetamos y amamos, por gracia de Dios no pertenecemos al grupo de los oportunistas que se manejan en la Iglesia como si fuera un partido político.

La clave del cristiano no radica en su perfecto raciocinio

La clave del cristiano no radica en saberlo todo, sino en amar radicalmente.

Señor, ¿me estás pidiendo que me despoje de todo y te siga?

  • ¿Me estás pidiendo que sea humilde?
  • ¿Me estás pidiendo que deje de seguir a los que me confunden con su labia perfecta?
  • ¿Me estás pidiendo que ame a tu Iglesia con toda el alma?
  • ¿Me estás pidiendo que en humildad, me deje moldear por el espíritu profético del papa, aunque se equivoque a veces?
  • ¿Me estás pidiendo que lo defienda de alma?
  • ¿Me estás pidiendo que lo ame?
  • ¿Me estás pidiendo que ame al hermano pecador, ese que no puede salir de su círculo vicioso?
  • ¿Me estás pidiendo que venda todo y te siga?

Dame Señor, por favor, la gracia de poder serte cada día más fiel en el amor.