A un mes del Sínodo de la Sinodalidad: ¿Y ahora qué?

Trabajo no nos faltará

Sentarse a escuchar, luego a contar y después a sugerir. Esa fue la combinación adecuada para que en el aula sinodal se viviera, lo que se ha denominado el «Sínodo de todas las voces».

Ahí están las fotos de las mesas circulares, donde tanto cardenales y obispos, religiosos y laicos, acompañados del papa Francisco, compartieron sus gozos, penas y esperanzas. Junto a una representación discreta de otras confesiones de creyentes, que así han podido conocer un poco mejor a la iglesia por dentro. Sobre todo, para que constaten que esta no es su enemiga, ni su rival.

Por el contrario, este Sínodo ha servido para que la Iglesia se vea a sí misma y sepa cómo la ven, a fin de sacudirse de aquello que la aleja de las personas y por ende, de la voluntad de Dios.

Un camino sinodal

Han sido 464 participantes, los cuales se reunieron en Roma durante 25 días en el mes de octubre, con una actitud orante, serena y paciente, junto a una reserva del caso, por pedido expreso del papa Francisco. Esto evitó, como en sínodos anteriores, que se sobredimensionaran temas que no pasaban de un sensacionalismo. Los sinodales lo sabían: se requería discernimiento y silencio para escuchar al Espíritu Santo.

Sin embargo, hubo temas de los cuales informar y destacar, pues a diferencia de versiones anteriores, esta vez se añadió a la palabra de los obispos y de los peritos, la voz de los religiosos y de los laicos, siendo muy apreciada la amplia participación de las mujeres en las declaraciones a los periodistas. En cada conferencia de prensa a la que se convocaba, se podía ver en los rostros de los voceros un brillo especial, con un gozo que se transparentaba en sus emociones. Algo así como si hubieran encontrado «la perla preciosa» del Evangelio y estuvieran dispuestos a comprar (o desprenderse) de lo que hiciera falta para conservarla…

Y lo decían incluso cardenales y obispos curtidos, quienes reconocían que de los 3 o 4 sínodos asistidos, en ninguno habían experimentado la sensación de vida eclesial que les daba este. Eran las semillas sinodales constitutivas de la Iglesia, las que volvían a brotar y a darle esperanza a los cientos de millones de creyentes que buscan la unidad y la verdad que es Cristo.

Inspiración y discernimiento

El papa ya lo había advertido, cuando habló durante la preparación del Sínodo, en el sentido de que este sería una inspiración del Espíritu Santo y no una asamblea ni un parlamento que cambiara las cosas por una mayoría, menos aún si esta provenía de un grupo lobista.

Ni tampoco podía provenir de aquellos «indietristas», quienes prefieren conservar su oasis donde guarecerse al interior de la Iglesia, para no enfrentar las demandas que la sociedad actual nos presenta con sus cuestionamientos, su anhelo de participación, su necesidad de ser escuchados y perdonados.

En suma, sin una clara disposición a recibir a los que toquen las puertas y pregunten


¿Esta es la iglesia «para todos, todos, todos» que anunció Francisco? El sínodo no dio las sorpresas que algunos esperaban. Pues leyeron mal cuando se explicó que este no sería para cosas particulares, tales como la disciplina de los sacramentos o la moral sexual, entre otros que atraen titulares. La desilusión se ha visto plasmada en encabezados periodísticos, tales como: «La revolución debe esperar» o de  que «Fue un empate sin goles», refiriéndose al resultado de un partido de fútbol.

Sin embargo, la Síntesis final del Sínodo fue bien recibida por varios periodistas, obispos y otros participantes consultados. Se le ve como una mirada amplia a la realidad del mundo y de la propia iglesia, a fin de que sea un punto de partida para reflexionar, revisar lo actuado y lanzarse a salir.

Al leer el documento final de Síntesis, vemos que se asemeja al tipo de diagnóstico de la Iglesia y del  mundo que hizo el mismo Vaticano II, casi cincuenta años atrás, con el propósito de «aggionarla», renovarla o actualizarla, como mejor se entienda. A esto debemos sumarle la evidencia de que, los ciclos de la historia, terminan hoy más rápido; son los sucesivos «cambios de época», que deben encontrar a la Iglesia dispuesta a escuchar la voz de todos.

Si bien se conformaron comisiones de trabajo a futuro para temas específicos, el Sínodo también nos dejó tarea a todos. Ahora será el turno de las parroquias y comunidades religiosas, a fin de que como -sinodales en pequeño-, analicen lo actuado y lo redactado. Esto con el fin de dar pautas para relanzar un trabajo pastoral, que no deja de ser misionero por ser local.

Una mirada amplia

Se podría decir que a lo inspirado por el Espíritu Santo –que ha tenido un reconocido protagonismo-, hay que sumarle el discernimiento constante y silencioso de los sinodales, lo que ha decantado en un documento con denuncias valientes y propuestas audaces, así parezcan controversiales.

Ahí están los resortes que se colocaron en la Síntesis final, esperando que los suelten para saltar. Tales puntos se refieren al acompañamiento hacia los que han sufrido abusos, la fraternidad entre las confesiones religiosas, la lectura teológica de los pobres, la denuncia profética de los vicios de nuestra sociedad y la acogida sin discriminación, entre otros. Estos son una línea de base, desde la cual reconstruir los planes pastorales y demás propósitos.

Sumado a eso, el Sínodo dejó claro que la Iglesia promueve una mirada integral de la mujer y que busca mejorar la vida religiosa y el presbiterado, con una decidida  intención de de no tolerar el clericalismo. A lo que hay que añadir temas locales tan extremos como la poligamia en África, hasta la  falta  de democracia y el anhelo de paz en algunas regiones del mundo. Nos ha dado satisfacción encontrar una explícita referencia a la necesaria inserción misionera en la cultura digital, sin excusas.

Y como broche de oro, el papa Francisco, en su homilía de cierre de la primera parte (el Sínodo concluirá en el 2024), centró todo en dos ideas fuerza y pidió menos dispersión de lo importante.

Concluyó que en su peregrinar por este mundo, la Iglesia debe  adorar  siempre a su Señor («No tendrás otros dioses fuera de mí» Ex. 20,3); y luego, servir a los más necesitados («Cada vez que lo hicisteis con mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» Mt. 25,40). Trabajo no nos faltará…