Catequesis de grandes dimensiones

Los católicos del siglo XXI necesitan una formación doctrinal

¿Por qué será que, en muchos países tradicionalmente católicos, la mayor parte de los partidos apoyan políticas contrarias a los valores cristianos? En mi opinión, el hecho pone de manifiesto la necesidad de afrontar con decisión la extraordinaria ignorancia religiosa de la mayoría de los fieles.

El apoyo de altas instancias económicas, políticas y grandes medios de comunicación a campañas a favor de la eutanasia, el aborto, la ideología de género, las reclamaciones de grupos LGTBI, el matrimonio homosexual y el reconocimiento de nuevas formas de familia, la manipulación de embriones, etc., ha calado profundamente en amplios sectores del mundo occidental. No son pocos los católicos que, a pesar de reconocerse como tales, defienden con su voto a partidos que apoyan incondicionalmente estos nuevos “derechos humanos” y “avances sociales”.

Las causas de esta situación son conocidas: penetración del secularismo y del relativismo cultural, manipulación de la verdad, financiación de campañas y condicionamiento de la ayuda internacional a la aceptación de estos enfoques, concepción individualista de las creencias religiosas, etc. Pero todas estas causas no son suficientes para explicar el aparente fracaso de la cultura católica, que cuenta con multitud pastores, templos, centros de enseñanza en todos los niveles y reconocimiento para impartir la asignatura de religión en escuelas públicas. ¿Cómo es posible que los principios antropológicos que han sostenido durante dos milenios los fundamentos de una civilización se vean desplazados por propuestas de un “pensamiento débil”, cuyo fuste intelectual es terriblemente mediocre?

La respuesta -compleja, desde luego- hay que encontrarla, a mi modo de ver, en dos realidades:

  • Primero, en que la moral, que es “el arte de vivir”, no puede ser aprendida y asumida si no se hace desde la vida con Cristo. Es decir, es imposible aprender y creer una doctrina a modo de materia académica, sino sólo desde la gracia de los sacramentos que transforman la existencia y la vivencia del ejemplo: quien no vive como piensa, acaba pensando según vive.
  • Segundo, que los católicos del siglo XXI necesitan una formación doctrinal más completa y avanzada que la que hasta ahora ha valido para “ir tirando”. Abundan las recomendaciones magisteriales en este sentido, pero la oferta está muy por detrás de la necesidad. Y, en este caso, la demanda no surge sola: hay que potenciarla.

Creo que la primera razón es la causa de que el diálogo con los no creyentes falle: porque se construye sólo sobre premisas intelectuales. En un mundo caracterizado por el individualismo sentimental, ¿se puede dialogar sobre el error que supone el divorcio, por ejemplo? El empeño fundamental debería centrarse en presentar a Cristo, el “venid y veréis” (Jn 1, 35-42) dirigido tanto a los buenos como a los pecadores.


Ciertamente, la catequesis debe ser una actividad formativa “vivencial”, antes que académica. También por este motivo, el aprendizaje de mayor calado se realiza en el hogar, no en la parroquia o el colegio: la pretensión de educar a la fe a los niños al margen de sus padres es una ingenuidad. Hay que intentarlo con empeño, sin dar por perdida la batalla, por generalizada que sea la ausencia de los padres, porque nadie puede sustituirlos.

Una vez que los adultos -y los niños después, siguiendo su ejemplo- aceptan la invitación de conocer a Cristo y a su Iglesia, siguen precisando atención y formación. Vivir la fe en un entorno cultural agresivo donde las ideologías y estereotipos circulan de boca en boca requiere el alimento eucarístico y el de la sana doctrina. ¿Qué futuro puede tener una comunidad en donde la mayoría de los católicos no cree en la transustanciación?

Conclusión

  • La falta de influencia de los católicos en el ámbito social y político se debe, más que a razones políticas, a una gravísima falta de formación catequética vital -en primer lugar- y doctrinal -en segundo- de los fieles.
  • Los medios actuales no están siendo eficaces y requieren una renovación profunda. El modelo de “formación permanente” se hace cada vez más urgente.
  • Si la situación de ignorancia religiosa actual se mantiene, los enemigos de la Iglesia provendrán de sus propias filas: la mediocridad de los católicos tibios y aburguesados es más dañina para la fe que cualquier ataque externo.

Los pastores deberían convencerse de que este desafío no se puede llevar a cabo sin el apoyo de todos los fieles preparados para echar una mano. Por grandes que sean los recursos puestos en marcha en los ámbitos eclesiales, los frutos están lejos de ser los que buscamos. Iniciativas como #BeCaT, Familia y fe, Catholic-link, EWTN, Exaudi, etc., con la capacidad de ofrecer formación a decenas de miles de católicos, son aliados necesarios para la Iglesia de nuestro siglo.