Contra el voluntarismo, la libertad de enseñanza

La corrección de las malas prácticas debe ser pronta, severa y constante

Es un tributo de la libertad el obrar en consonancia con el conocer, no obstante, la responsabilidad debe morigerar la tentación de convertir ‘mi realidad’ en una suerte de ‘norma’ o ‘costumbre’ obligatoria. En esta línea, es lícito que un Estado proponga y sustente su visión acerca de la realidad; pero es arbitrario que la quiera imponer basado en la fuerza de su poder.  No siempre son ideas las que busca introducir forzosamente en las diversas instancias sociales, también desde poder público se tiene la pretensión de extinguir conductas cuestionables desde el punto de vista “ético” del gobierno de turno, sin detenerse a considerar los daños colaterales que originan: a) se atropella o desconoce la realidad; b) se afectan los derechos fundamentales de la persona; y, c) se termina, al ritmo de sanciones administrativo-legales y eslóganes mediáticos dibujando una antropología alternativa, es decir, una nueva visión de la persona.

Sea de un modo u de otro, lo que importa es formalizar y extender esa nueva antropología de manera que arraigue y se legitime socialmente. Esa maniobra encontrara vía libre en la escuela utilizando los contenidos de las materias, la cultura institucional, las actividades y las relaciones interpersonales. Siempre y cuando, se consiga ‘elevar a la categoría de política nacional’ esa nueva visión de la persona; de lo contrario, sería inviable conseguir el agazapado propósito de generar un pensamiento único.

Si se ‘enseña’ en las escuelas como axiomas conceptos sin arraigo ni conexión con la realidad, la docencia se tornaría ideológica y al extremo autorreferencial. La primacía del querer sobre la razón, de la subjetividad sobre la objetividad, del capricho sobre el ‘deber ser’, del individualismo sobre la solidaridad, de la palabra sobre la realidad, son todas expresiones de una especie de voluntarismo que se deriva del no reconocimiento en los hechos y en la práctica jurídica de la libertad de pensamiento.

El voluntarismo construye realidades y las pretende universalizar. El concepto desgajado del objeto real, encuentra en la voluntad y, ésta en la palabra, el medio dúctil y poroso para configurar una suerte de superestructura lingüística con capacidad de dar categoría de ‘universal’ a comportamientos, opiniones y sentimientos particulares. “No sólo la realidad se construye a través del lenguaje, sino que las identidades y la subjetividad también y que éstas se pueden cambiar, negociar a través del lenguaje” (Enkvist, E., 2006). “Me parece”, “me gusta”, “lo quiero”, “soy así, es mi vida”, “así lo siento” … se han convertido en argumentos incontrovertibles ante la razón y la lógica.

Los conceptos se adquieren sin necesidad del contacto directo con las cosas, sino simplemente a partir del lenguaje descriptivo o explicativo (conceptos por asimilación) (Pérez, P., 2016) La asimilación de conceptos está sujeta a errores, pues depende del lado del alumno: de la madurez de la estructura cognoscitiva y de su nivel de conocimientos; del lado del docente: de la forma cómo en su momento se apropió de los conceptos y del modo cómo los trasmite.


El voluntarismo que puede vestirse con variados atuendos: subjetivismo, individualismo, constructivismo ontológico, ideología de género, relativismo, etc., afecta la centralidad de la escuela: la enseñanza y trasmisión de conocimientos. Si los conocimientos se adquieren al margen de la realidad, a costa de lo que se quiera y sienta, las escuelas corren el riesgo de convertirse en centros de adoctrinamiento. Sin una razón o un porque razonable, ¿en qué se convierte una competencia? De otro lado, sin referencia externa, sin normas objetivas, la elección entre lo bueno y lo malo se determina por conveniencias o gustos. Más aún ¿sobre qué base se enseña en la escuela la ética y la moral?

La multiplicidad de escuelas promovidas por la iniciativa privada, no tienen como objeto competir con las de gestión estatal ni tampoco convertirse en los paladines de la calidad. Lo suyo es garantizar la pluralidad de filosofías educativas para que se elija – entre ellas – la que más convenga a los fines de cada familia; mantener activa y vigente la mentalidad y la convivencia democrática en la medida en que se respete y valore puntos de vista diferentes pero convergentes en el bien común de un país. Por el contrario, familias con pensamiento único aportarán a la sociedad ciudadanos alineados a lo que el poder de turno quiera.

Las escuelas no pueden ser tratadas como una suerte de laboratorios en donde se ensayen cada tanto ‘ideas felices’ pergeñadas por los gobiernos de turno. Las escuelas: los padres de familia, los profesores y los alumnos, merecen respeto y consideración. La imposición – voluntarista – de una idea o programa afecta radicalmente 1) a la exquisita naturaleza de las cosas, 2) a la dignidad y libertad de las personas; y, 3) a la esencia de las escuelas: la trasmisión de conocimientos y valores.

Digámoslo con fuerza, así como una o una docena de golondrinas no hace el verano, tampoco la conducta impropia de algunos promotores de escuelas no anula ni un ápice, la existencia y aporte de la educación privada. La corrección de las malas prácticas debe ser pronta, severa y constante pero no tiene por qué atentar contra el principio de la libertad de enseñanza ni privar a la sociedad que se beneficie con la innovación y pluralidad que ofrece la educación privada.