Cuando la verdad resulta extravagante y la mentira se convierte en un arte

«Anatomía de una caída»

La cineasta, Justine Triet, en su thriller judicial Anatomía de una caída profundiza en el cinismo y la violencia de una sociedad posmoderna que ha convertido la verdad en una extravagancia y la mentira en un arte al servicio de la injusticia y el engaño, a fin de evitar responsabilidades por nuestras acciones. El juicio a una escritora sospechosa del asesinato de su esposo plantea dilemas bioéticos sobre el valor de la verdad, las dificultades de la pareja en un contexto de egoísmo y vanidad, la frontera entre lo público y lo privado, así como la ética profesional como un acto moral.

“La verdad no importa (…) Va a ser difícil defender una caída accidental y culpar a un desconocido es una pésima estrategia (…) ¿Hay algo que pueda encajar con un suicidio? Esa es nuestra mejor estrategia”. El abogado Vincent Renzi (Swann Arlaud), amigo de la escritora en la ficción, Sandra Voyter (Sandra Hüller), persuade a su amiga — imputada por el asesinato de su marido, Samuel Maleski (Samuel Theis) — de que la habilidad para manipular los hechos y que éstos encajen en versiones de apariencia verosímil pueden proporcionar una sentencia absolutoria, lo que no implica ser inocente en realidad. “Pero, yo no lo maté. Creo que se cayó” responde Sandra. Y se topa con una advertencia tajante del letrado: “Eso nadie se lo va a creer. Yo mismo no me lo creo”.

Este diálogo, en los primeros minutos de metraje de la película Anatomía de una caída, es toda una declaración de intenciones de la directora francesa, Justine Triet, que ahonda con un drama judicial en las heridas y profundas contradicciones de nuestra sociedad posmoderna. Triet recurre al escenario por excelencia de la búsqueda de la verdad, la equidad y el bien que representa la sala de un tribunal de justicia, a fin de analizar y cuestionar incisivamente hasta adónde alcanza el cinismo y la violencia del sistema en el que vivimos.

La trama se desarrolla en dos espacios que demarcan las esferas pública y privada. El ámbito de lo público se corresponde con el escenario del juicio de unos hechos traumáticos que acontecen en una vivienda en los Alpes franceses, ámbito de lo privado.

Sandra, una exitosa escritora alemana, vive con su esposo, Samuel, profesor y escritor en crisis. Éste muere en circunstancias misteriosas, al precipitarse al vacío desde el ático de la casa. El escenario se complica porque el único testigo es el hijo de la pareja, Daniel Maleski, (Milo Machado) que sufre una ceguera severa por un accidente en su infancia. La autopsia no determina si se trata de un suicidio o de un homicidio y Sandra es imputada por asesinato. Ésta, antes de ser acusada, contrata a un amigo abogado, Vincent Renzi, para que la asesore y, llegado el caso, se encargue de su defensa.

A partir de este momento, el lenguaje se convierte en la materia prima al servicio de conjeturas e hipótesis entre el abogado defensor y el fiscal de la acusación, papel que interpreta Antoine Reinartz. La realidad se modifica y moldea a conveniencia en las distintas recreaciones del asunto investigado. A falta de hechos, la búsqueda de la verdad sale de la escena para que campen a sus anchas los juicios morales sobre la vida privada de la pareja o la orientación sexual de la mujer y se airee una tumultuosa relación, mediante audios grabados con un móvil, referencias a literatura de ficción, informes periciales contrarios y declaraciones de testigos que se retuercen a favor de relatos de apariencia verosímil.

En el juicio, la defensa de Sandra argumenta que Samuel se suicidó, una tesis desmentida por el psiquiatra de éste que revela el resentimiento de la mujer hacia su esposo, a quien durante años le ha hecho sentir culpable del accidente de su hijo. Por su parte, la fiscalía sostiene que fue la mujer quien le golpeó con un objeto contundente y, después, lo empujó al vacío.

Conforme avanza la película, el espectador es testigo de la habilidad para manipular la información al servicio de la narrativa que interesa en cada momento. Lo de menos es la búsqueda de la verdad en torno a si Sandra pudo cometer o no el asesinato. El show judicial y mediático abunda en los daños que borran cualquier posible huella de inocencia en un niño. Daniel asiste angustiado a una pelea grabada en la que el padre acusa a su madre de plagio, infidelidad y de ejercer un control férreo sobre su vida que le ha llevado a su fracaso como escritor. Será el hijo, como testigo de cargo, quien en medio de muchas dudas declare que su padre le había hablado, recientemente, de la necesidad de estar preparado para perder a los seres queridos, a sabiendas de que la vida continúa, algo que Daniel interpreta como una premonición de los pensamientos suicidas de su padre. Con todo, el rostro imperturbable de Sandra, mentiras y contradicciones en sus testimonios y acciones difícilmente explicables contribuyen a que el hijo de la pareja y el espectador alberguen, pese al veredicto final, serias dudas sobre la inocencia de la escritora.

Los dilemas bioéticos

La condensación de dilemas bioéticos en este film es directamente proporcional a la maestría de la cineasta, Justine Triet, para adentrarse en los laberintos de las relaciones humanas, interpelar al espectador sobre lo que ve en la pantalla e intuya lo que hay fuera de campo, dejando que las dudas y la reflexión persistan más allá de la proyección.


El valor de la verdad es uno de los dilemas centrales de la película. Triet mete el dedo en la llaga de una sociedad contemporánea que ha reducido la búsqueda de lo verdadero a mera extravagancia o convención en desuso y ha hecho de la mentira un arte para ocultar o disimular la injusticia y sustraer al culpable de cualquier responsabilidad como consecuencia de las acciones. La palabra, lejos de desenmarañar, se orienta hacia halagar el oído y la opinión, desprovista de principios morales y sometida a intereses que confunden lo justo y lo bueno con lo que resulta ventajoso. La obra Gorgias de Platón es una excelente versión de la crítica a una retórica que juega a favor de la injusticia y de la preponderancia de lo emocional para sacar partido, noquear o engatusar al adversario. Lo de menos es la verdad, lo que cuenta es el poder del relato y hacerlo encajar con los intereses en juego. La habilidad oratoria se presenta como sinónimo de engaño, demagogia y palabrería que recubre la vacuidad de los mensajes y lo convierte todo en mero género propagandístico.

La ironía, las subjetividades y los juegos entre la realidad y la ficción también sirven a Justine Triet para preguntarse por la pareja hoy, las dificultades de una auténtica igualdad entre hombres y mujeres y, sobre todo, el deterioro de la convivencia por la inercia individualista y egoísta en la sociedad contemporánea. A esto se suma una vanidad que confunde el triunfo personal con la posición profesional. De ello dan cuenta penetrantes escenas del film. La frontera sobre lo público y lo privado, la invasión de la intimidad, sin miramiento alguno y embarrar sin reparar en los daños a las personas también es otro trasunto clave en Anatomía de una caída. De hecho, el propio título alude tanto a la trama como al propio declive de la relación de Sandra y Samuel. Incluso remite a dos obras maestras, Anatomía de un asesinato (1959), de Otto Preminger, y Secretos de un matrimonio (1973) de Ingmar Bergman, un relato que nos interpela acerca de cómo personas que un día se amaron puede llegar a hacerse mucho daño.

Otro dilema bioético que no es menor tiene que ver con la ética profesional como un acto moral indisociable de la persona. La deontología profesional como código de deberes nos presenta una dimensión normativa y prescriptiva que es de obligatorio cumplimiento en cada profesión, pero la ética enfrenta a la persona con sus propias decisiones ante situaciones dilemáticas. Es la brújula de una conciencia moral que determina la verdad y el bien de la acción y, al mismo tiempo, se corresponde con un bien supremo que es el cuidado de la vida humana y el respeto a la dignidad intrínseca de cada persona.

Como coda, la cineasta Justine Triet ha logrado con esta película la Palma de Oro de Cannes y cinco nominaciones a distintas categorías en los próximos Óscar. Sin embargo, la Academia de cine francesa la apartó de la carrera para representar al país en los premios de Hollywood en la categoría de mejor película extranjera, tras una crítica de Triet a los recortes sociales del presidente Emmanuel Macron. La Academia hollywoodense ha corregido la injusticia, por su cuenta, con cinco nominaciones a una película brillante que no hay que perderse.

Amparo Aygües – Master Universitario en Bioética – Universidad Católica de Valencia – Colaboradora del Observatorio de Bioética

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