Deconstrucción

Recuperemos, por el contrario, la iniciativa y ofrezcamos una narrativa basada en la verdad

Vulgarmente se afirma que la historia la escriben los vencedores. Sin embargo, ya no es así. La cultura woke nos ha enseñado a reescribir la historia, a resignificar la cultura, los hechos, la realidad toda, viéndola desde un nuevo prisma, lo que otorga una nueva vigencia a las palabras de Campoamor: “Nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del cristal con que se mira”.

En el caso del catolicismo reciente, estamos viendo cómo se ha reescrito su historia y resignificado su papel en la cultura, la sociedad y el mundo. Hay tres ejemplos paradigmáticos de este proceso de «deconstrucción», es decir, deshacer una realidad en sus elementos más simples, para reconstruirla de forma diferente. El resultado es que, con elementos verdaderos, deconstruyes una realidad, para construir otra nueva, diferente, que ya no es verdadera. Sustituyes así una narrativa original y veraz, por otra divergente y falaz, que pasa a ocupar el lugar de la primera. Se trataría de la deconstrucción del papel que tuvieron en la Iglesia y el mundo el Venerable Pío XII, santa Teresa de Calcuta y san Juan Pablo II, por orden cronológico.

Primero, Pío XII. Al terminar la guerra, recibió repetidas veces el reconocimiento del pueblo judío, por su callada labor que salvó directamente a miles de judíos en Roma, y sus esfuerzos diplomáticos por alcanzar la paz y salvar judíos del holocausto nazi. Así, nada más terminar la guerra, el 21 de septiembre de 1945, Leo Kubowitzki, Secretario General del Congreso Judío Mundial, expresó su “más sentido agradecimiento por la acción realizada por la Iglesia Católica a favor del pueblo judío en toda Europa durante la guerra”. Así se percibía la labor de Papa -avalada con hechos concretos- al finalizar la guerra. Pocos años más tarde, cuando falleció Pío XII en 1958 y habiendo surgido ya el Estado de Israel, con más perspectiva histórica, Golda Meir, entonces Ministra de Asuntos Exteriores y más tarde Primera Ministra Israelí, consideró a Pío XII como “un gran amigo de Israel”. No contenta con eso subrayó: “Compartimos el dolor de la humanidad… cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó en favor de las víctimas”. Esa era la percepción de las autoridades judías, cuando todavía estaban frescos en la memoria, los espantosos sucesos del holocausto. Aunque el testimonio más elocuente de la labor del Papa a favor de los judíos, es el del Gran Rabino de Roma, Israel Anton Zoller, que había desempeñado esa función entre 1939 y 1945 -los años de la guerra-, y al final de la guerra se convirtió al catolicismo, tomando por nombre de pila Eugenio, en honor a Eugenio Pacelli (Pío XII), por los esfuerzos que había realizado para salvar judíos en Roma.

El proceso de “deconstrucción” de la figura del Venerable Pío XII comenzó en 1963, con ocasión de la obra de teatro “El Vicario”, de Rolf Hochhut, en la que presenta la figura del Papa como temerosa y apegada a su estatus y privilegios, de modo que, por miedo, decide callar todo lo que sabía sobre el holocausto judío. En el año 2007 se hizo público que “El Vicario” fue mandado a hacer por la KGB soviética, por indicaciones de Nikita Kruschev, pues buscaba minar la autoridad moral de la Santa Sede. Sin embargo, a 16 años de haberse hecho pública esta noticia, no se ha podido rehabilitar la figura de Pío XII, hasta el punto de que no se ha beatificado, para evitar fricciones con el pueblo judío. Ha prevalecido la imagen pública del Papa basada en una mentira.

Segundo acto: santa Teresa de Calcuta. Cuando murió santa Teresa de Calcuta, en 1997, representaba la imagen encarnada de la caridad. La carta de presentación del catolicismo, mostrando cómo su congregación – las Misioneras de la Caridad- hacía por caridad, por los más pobres de los pobres, lo que nadie más hacía en el mundo. Recibió el premio Nobel de la Paz en 1979 y en 1980 el premio Bharat Ratna de la India, considerado el mayor galardón civil de ese país. Sin embargo, ya había comenzado el proceso de “deconstrucción” de su imagen. Era demasiado atractiva, buena, dejaba muy bien parada a la Iglesia, había que reescribir su historia. En 1994 el periodista ateo beligerante Chistopher Hitchens realiza el documental: “Ángel del Infierno” sobre la Madre Teresa. Es una obra maestra de cómo se puede mirar desde otra perspectiva a la realidad, sirviéndose de la “hermenéutica de la sospecha”, para cambiar la percepción pública de la santa.

Primero Hitchens, y más tarde otros periodistas ateos e instituciones nacionalistas hindús, reescribieron la historia de la santa. Así, aparecía como alguien amante de los micrófonos y las cámaras, que instrumentalizaba a los pobres para codearse con los poderosos. Amiga de dictadores, como Fidel Castro, Jean-Claude Duvalier, o Augusto Pinochet, con quienes se entrevistó para abrir casas de las Misioneras de la Caridad en sus respectivos países. Se le acusaba de poca claridad en los manejos económicos, de manejar enormes sumas de dinero para sus obras de beneficencia, sin haber sido auditada nunca; de aprovechar la situación de desamparo de los moribundos que atendía, para presionarlos a convertirse al catolicismo, y de que, ni sus monjas tenían preparación suficiente para cuidar enfermos, ni sus hospitales contaban con equipamientos básicos. A la santa le encantaría aparecer fotografiada junto a Lady Diana y, finalmente, las monjas de la caridad no la atenderían a ella en sus hospitales -mal equipados- al final de su vida, sino en instituciones hospitalarias privadas. Especialmente insidiosa fue su crítica a la “teología del dolor” de la santa, para quien el sufrimiento representaba un modo de unirse a Cristo, y el sufrimiento de los enfermos resultaría grato a Dios. Fruto de esa campaña denigratoria, a los ojos de muchos intelectuales y bastantes jóvenes, santa Teresa de Calcuta no representa más el modelo acabado de caridad e interés por los pobres.


Por último, san Juan Pablo II. Al morir este Sumo Pontífice, en 2005, se verificó una insólita y apoteósica peregrinación, de todas partes del mundo, para velar sus restos mortales, protagonizada especialmente por jóvenes, que hacían colas de hasta 10 o 12 horas, por pasar tan solo unos instantes al lado del cuerpo del Papa difunto. Tanto es así, que Benedicto XVI, al iniciar su pontificado, no pudo sino exclamar, ante tal espectáculo que “la Iglesia está viva y es joven”. Nadie ha reunido en la historia, mayor número de jefes de estado como él en su funeral. Juan Pablo II fue, además, el hombre que consiguió la mayor concentración de seres humanos en la historia, al reunir a más de 5 millones de personas en Manila, Filipinas, en 1995. Fue la persona que ha sido vista directamente por más personas en la historia universal. Pieza clave para la caída del Muro de Berlín y del comunismo en el este de Europa, lo que devolvió la libertad a millones de personas. Fue el Papa que impulsó para que se esclareciera la verdad sobre el caso “Galileo” y que pidió perdón a Dios en el año 2000, por los crímenes perpetrados en Su Nombre a lo largo de la historia, particularmente la Inquisición y las Cruzadas. Alguien que incansablemente intercedió por la paz en el mundo… Todo ello, llevó al Papa Emérito, Benedicto XVI, a escribir una carta, con motivo del centenario del nacimiento de Karol Wojtyla, sugiriendo tímidamente, que podría incluírsele en la lista de los Papas que llevan el calificativo “Magno”, es decir, sólo dos en la historia de la Iglesia: San León Magno y San Gregorio Magno.

Sin embargo, nada de eso cuenta ya. A san Juan Pablo II se le echa en cara haber, no sólo tolerado, sino promovido y puesto como ejemplo, a clérigos culpables de pedofilia o de abuso sexual. Tal sería el caso de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y al Cardenal Theodore McCarrick, arzobispo de Washington, promovido a esa sede por el Papa Wojtyla. En ambos casos, ya había sido advertido. En efecto, las denuncias contra Maciel, ya antiguas, se renovaron a mediados de los años 90 del siglo pasado, pero no se les prestó mayor atención. También, importantes autoridades eclesiásticas le advirtieron de que McCarrick gozaba de pésima reputación en los Estados Unidos, pero McCarrick le escribió directamente al Papa, defendiéndose, argumentando que sólo eran calumnias eclesiales de envidiosos. Finalmente le creyó y lo puso al frente de la arquidiócesis de Washington.

Valentina Alazraki ha sugerido que san Juan Pablo II estaba acostumbrado, por su largo tiempo en la diócesis de Cracovia, bajo el mando de un gobierno comunista, a escuchar miles de calumnias falsas contra sacerdotes, con el fin de desprestigiar a la Iglesia. Lo mismo pensó en el caso de Maciel. No podían sino ser calumnias, pues, como dice el evangelio: “no hay árbol bueno que produzca frutos malos” (Mateo 7, 18), y los frutos de la institución fundada por Maciel eran más que elocuentes. Al mismo tiempo, el P. Maciel tuvo importantes defensores dentro de la Curia Romana, particularmente al Cardenal Angelo Sodano, segundo de a bordo en el gobierno de la Iglesia. Las denuncias, renovadas contra Maciel al final de su pontificado, le agarrarían muy cansado y cedería a la visión que le ofreciera su más directo colaborador, el cardenal Sodano, defensor de los Legionarios.

Cuando juzgamos con perspectiva histórica y teniendo todos los elementos de juicio, podemos cometer injusticias contra los directos protagonistas de los hechos. Tenemos una información de la que ellos no gozaban. Ahora bien, en estos tres casos, resulta fundamental que prevalezca la verdad histórica, es decir, que no cedamos el paso a narrativas basadas en la “hermenéutica de la sospecha”. Recuperemos, por el contrario, la iniciativa y ofrezcamos una narrativa basada en la verdad, que tome conciencia de las limitaciones y los elementos de juicio que tenían en su momento los protagonistas de los hechos.